sábado, 10 de enero de 2015

CARTA DEL PROCÓNSUL DE LA HISPANIA ULTERIOR QUINTO CECILIO METELO PÍO AL PROCÓNSUL DE LA HISPANIA CITERIOR CNEO POMPEYO MAGNO


Estoy encantado, Pompeyo. La campaña que has realizado este año tú solo ha quebrado las energías de Sertorio. Tal vez las victorias en el campo de batalla las cosechara yo, pero la decisión es estrictamente tuya. No has cejado en ningún momento ni has dado respiro a Sertorio. Y siempre ha sido a ti a quien atacó Sertorio, mientras que yo tuve la suerte de enfrentarme a Hirtuleyo -buen hombre, pero no de la categoría de Sertorio- y a Perpena, que es una mediocridad.

 

No obstante, quiero elogiar a los soldados de nuestras legiones. Ha sido la guerra más ingrata y amarga de cuantas ha librado Roma, y nuestras tropas han tenido que soportar terribles dificultades. A pesar de ello, ninguno de los dos hemos tenido que enfrentarnos a descontento ni amotinamientos, y eso que la paga se ha retrasado años y no ha habido botín. Hemos saqueado ciudades para rebuscar como ratas unos granos de trigo. Son dos ejércitos magníficos, Cneo Pompeyo, y ojalá pudiera tener la confianza de que Roma los recompensará como se merecen. Pero no la tengo. Roma no puede ser derrotada. Puede perder batallas, pero no guerras. Quizá nuestras gallardas tropas sean la causa de ello, si tenemos en cuenta su lealtad, su buen comportamiento y su absoluta decisión a servir con denuedo. Nosotros, generales y gobernadores, hacemos mucho, pero, en definitiva, yo creo que el mérito es de los soldados de Roma.

 

No sé cuándo piensas regresar a Italia. Supongo que puede suceder que, igual que el Senado te otorgó el mando especial, sea el Senado quien te lo quite. En cuanto a mi, soy el gobernador nombrado por el Senado para la provincia Ulterior y no tengo prisa por regresar. En este momento es más fácil para el Senado prorrogar mi mandato que encontrar un nuevo gobernador para esta provincia de Hispania. Así que pediré que me prorroguen el cargo dos años más. Antes de dejarlo me gustaría que la provincia se recuperase plenamente y quedase bien defendida contra los lusitanos.

 

No tengo ninguna gana de, nada más regresar a Roma, verme envuelto en otro conflicto: el enfrentamiento con el Senado por obtener tierras para asentar a mis excombatientes. Sí, no puedo aceptar que mis soldados queden sin recompensa. Por lo tanto, lo que pienso hacer es asentarlos como colonos en la Galia itálica, pero al otro lado del Padus, donde hay vastas extensiones de terreno de labrantío y ricos pastos en manos de los galos. No es tierra romana de hecho y el Senado no se opondrá, y cualquier día recurro a la recompensa para mis veteranos a costa de esas bandas de ínsubros. Ya lo he hablado con los centuriones y todos se han mostrado complacidos. Mis soldados no tendrán que vagar por ahí varios años esperando que un comité de delegados y burócratas que supervisan y charlan, confeccionan listas y charlan y prorratean y charlan, para al final no hacer nada. Cuanto más comités veo, más convencido estoy de que lo único que sabe organizar un comité son desastres.

 


Mis mejores deseos, querido Magnus.

(C. McC. )

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