Estoy
encantado, Pompeyo. La campaña que has realizado este año tú solo ha quebrado las
energías de Sertorio. Tal vez las victorias en el campo de batalla las
cosechara yo, pero la decisión es estrictamente tuya. No has cejado en ningún
momento ni has dado respiro a Sertorio. Y siempre ha sido a ti a quien atacó Sertorio,
mientras que yo tuve la suerte de enfrentarme a Hirtuleyo -buen hombre, pero no
de la categoría de Sertorio- y a Perpena, que es una mediocridad.
No
obstante, quiero elogiar a los soldados de nuestras legiones. Ha sido la guerra
más ingrata y amarga de cuantas ha librado Roma, y nuestras tropas han tenido
que soportar terribles dificultades. A pesar de ello, ninguno de los dos hemos
tenido que enfrentarnos a descontento ni amotinamientos, y eso que la paga se ha
retrasado años y no ha habido botín. Hemos saqueado ciudades para rebuscar como
ratas unos granos de trigo. Son dos ejércitos magníficos, Cneo Pompeyo, y ojalá
pudiera tener la confianza de que Roma los recompensará como se merecen. Pero
no la tengo. Roma no puede ser derrotada. Puede perder batallas, pero no
guerras. Quizá nuestras gallardas tropas sean la causa de ello, si tenemos en
cuenta su lealtad, su buen comportamiento y su absoluta decisión a servir con
denuedo. Nosotros, generales y gobernadores, hacemos mucho, pero, en definitiva,
yo creo que el mérito es de los soldados de Roma.
No sé
cuándo piensas regresar a Italia. Supongo que puede suceder que, igual que el Senado
te otorgó el mando especial, sea el Senado quien te lo quite. En cuanto a mi,
soy el gobernador nombrado por el Senado para la provincia Ulterior y no tengo
prisa por regresar. En este momento es más fácil para el Senado prorrogar mi
mandato que encontrar un nuevo gobernador para esta provincia de Hispania. Así
que pediré que me prorroguen el cargo dos años más. Antes de dejarlo me
gustaría que la provincia se recuperase plenamente y quedase bien defendida
contra los lusitanos.
No
tengo ninguna gana de, nada más regresar a Roma, verme envuelto en otro
conflicto: el enfrentamiento con el Senado por obtener tierras para asentar a
mis excombatientes. Sí, no puedo aceptar que mis soldados queden sin recompensa.
Por lo tanto, lo que pienso hacer es asentarlos como colonos en la Galia
itálica, pero al otro lado del Padus, donde hay vastas extensiones de terreno
de labrantío y ricos pastos en manos de los galos. No es tierra romana de hecho
y el Senado no se opondrá, y cualquier día recurro a la recompensa para mis
veteranos a costa de esas bandas de ínsubros. Ya lo he hablado con los centuriones
y todos se han mostrado complacidos. Mis soldados no tendrán que vagar por ahí
varios años esperando que un comité de delegados y burócratas que supervisan y
charlan, confeccionan listas y charlan y prorratean y charlan, para al final no
hacer nada. Cuanto más comités veo, más convencido estoy de que lo único que
sabe organizar un comité son desastres.
Mis mejores deseos, querido Magnus.
(C. McC. )
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