Publio Licinio Nerva se ha
decidido por fin a escribir al Senado con absoluto candor a propósito de la
situación en Sicilia. Como primer cónsul que eres, te envían los despachos,
desde luego, pero sabrás mi versión primero, porque sé que optarás por leer
antes mi carta que los aburridos despachos, y mi carta va en la bolsa del
correo oficial.
Pero antes de hablarte de
Sicilia, es preciso retroceder a primeros de año, cuando, como sabes, la cámara
recomendó a las tribus del pueblo que redactaran una ley poniendo en libertad
en todo el mundo a los esclavos procedentes de los pueblos itálicos aliados.
Pero no sabrás que tuvo una repercusión imprevista: los esclavos de otras nacionalidades,
en particular los de naciones oficialmente denominadas amigas y aliadas del
pueblo romano, o asumieron la ley como si los afectase a ellos o se sintieron
muy ofendidos porque no los incluyese. Esto es sobre todo notorio entre los
esclavos griegos, que constituyen la mayoría de la mano de obra que se utiliza
en el granero de Sicilia y la mayoría de los esclavos de todo tipo en Campania.
En febrero, el hijo de un
caballero de Campania y ciudadano romano, llamado Tito Vetio, de veinte años,
se volvió loco, al parecer. La causa de la locura fueron las deudas; se había
comprometido a pagar siete talentos de plata por -¡figúrate!- una esclava
escita. Pero como Tito Vetio padre es un cicatero de mucho cuidado, y demasiado
viejo, además, para ser padre de un muchacho de veinte años, el joven pidió el
dinero prestado a un interés exorbitante, dando como aval su herencia.
Naturalmente, se vio más indefenso que un pollo en manos de los usureros, que
le exigieron el pago en un plazo de treinta días. Como al pobre le era
imposible, consiguió una prórroga de otros treinta días. Pero como no tenía
posibilidades de pagarles, los usureros fueron a exigírselo al padre con un
interés exorbitante. El padre se negó y repudió al hijo, que se volvió loco.
A continuación, el joven Tito
Vetio se revistió de una toga púrpura con diadema y se proclamó rey de
Campania, sublevando a todos los esclavos de la región. Me apresuro a decirte que el padre es un
importante granjero al estilo tradicional, que trata bien a sus esclavos y no
tiene ninguno de origen itálico. Pero cerca de su casa había uno de esos granjeros
recién enriquecidos, un hombre horrendo que compra esclavos de los más baratos sin
hacer preguntas sobre su origen, los encadena para el trabajo y los encierra en
un ergastulum para dormir. Este despreciable individuo se llamaba Marco Macrino
Mactator y resulta que era gran amigo de tu joven colega de consulado, nuestro
recto y honrado Cayo Flavio Fimbria.
El día en que el joven Tito
Vetio se volvió loco, armó a sus esclavos comprando quinientos equipos de
panoplias antiguas de exposición que una escuela de gladiadores tenía a la
venta y con su pequeño ejército se dirigió a casa de Marco Macrino Mactator,
torturó y mató a éste y a su familia y liberó a gran número de esclavos, muchos
de los cuales resultaron ser itálicos y, por lo tanto, ilegales.
En cuestión de nada, Tito Vetio,
rey de Campania, contaba con un ejército de más de cuatro mil esclavos y se
había hecho fuerte en el campamento de un promontorio. ¡Y los reclutas-esclavos seguían
llegando! Capua cerró sus puertas, convocó a todas las escuelas de gladiadores
y pidió ayuda al Senado de Roma.
Fimbria habló largo y tendido
sobre el asunto y lamentó la pérdida de su amigo Mactator el Carnicero, hasta
que los padres conscriptos, hartos, delegaron en el praetor peregrinus, Lucio
Licinio Lúculo, para que organizase un ejército y aplastase la rebelión. Pues bien,
ya sabes qué engreido aristócrata es Lucio Licinio Lúculo, y no le gustó nada que
una cucaracha como Fimbria le ordenase limpiar Campania.
Y valga una pequeña digresión.
Supongo que sabes que Lúculo está casado con la hermana de Metelo, Metela
Calva. Tienen dos hijos de catorce y doce años, de los que se dice que prometen
mucho, y dado que el hijo de Metelo es incapaz de decir dos palabras seguidas, toda
la familia tiene depositadas sus esperanzas en los jóvenes Lucio y Marco
Lúculo. ¡Basta ya, Cayo Mario, se te oye refunfuñar desde Roma! Todo esto es
importante, por increíble que te parezca. ¿Cómo vas a desenvolverte dignamente
en medio del laberinto de la vida social romana si no te molestas en saber
todas las ramificaciones familiares y chismorreos? La mujer de Lúculo, que es
hermana de Metelo, tiene fama por su inmoralidad. Para empezar, lleva sus historias
amorosas a plena luz del día con absoluto descaro, sin ahorrar escenas de
histeria delante de conocidas tiendas de joyeros y hasta ha llegado a tratar de
suicidarse desnudándose para arrojarse al Tíber. Pero es que, además, Metela
Calva no corteja a hombres de su clase y eso es lo que más le duele a Metelo. Y
no hablemos del altivo Lúculo. Sí, a Metela Calva le gustan los esclavos
hermosos y los trabajadores fornidos que recoge en los muelles del puerto de
Roma. Por eso es una insufrible carga para Metelo y Lúculo, aunque creo que es
una madre sin igual para sus hijos.
Se acabó la digresión. Lo
mencioné para dar un poco de pimienta a esta lamentable historia, y para
hacerte comprender por qué Lúculo fue a Campania resentido por recibir órdenes de precisamente la clase
de hombre a quien Metela Calva le habría gustado dar sus favores. Por cierto,
hay un asunto turbio en relación con Fimbria. Se ha hecho amigo de Cayo Memio,
figúrate, los dos son ahora uña y carne y hay mucho movimiento de dinero, aunque
no se sabe claramente con qué objetivo.
En fin, Lúculo limpió
rápidamente Campania y el joven Tito Vetio fue ejecutado con sus oficiales y su
ejército de esclavos. Se le encomendó la tarea a Lúculo y éste presidió el tribunal
en sitios como Reate.
¿No te dije ya hace tiempo, el
año pasado, que eran previsibles esas revueltas de esclavos en Campania? ¡Pues
ahora tenemos una auténtica guerra de esclavos en Sicilia!
Siempre he pensado que Públio
Licinio Nerva parecía y actuaba como un ratón de biblioteca, pero ¿quién iba a
imaginarse que resultaría tan peligroso enviarle a Sicilia de pretorgobernador?
Siendo tan puntilloso, el cargo habría debido cuadrarle perfectamente. No para
de un sitio para otro, prepara sus cuarteles de invierno y escribe prolijos informes
de todo lo que hace.
Claro, todo habría ido bien de
no haber sido por esa maldita ley de libertad para los esclavos de origen
itálico. El pretor-gobernador se aprestó a marchar a Sicilia y empezó a manumitir
esclavos itálicos, que son aproximadamente la cuarta parte de todos los que
trabajan en el abastecimiento de cereal. Comenzó por Siracusa, mientras que su
cuestor empezaba por el otro extremo de la isla, en Lilybaeum. Se fue haciendo
despacio y con todo detalle, sabiendo cómo es Nerva, y, por cierto, implantó un
excelente método para descubrir a los esclavos que alegaban ser itálicos sin
serlo, haciéndoles un examen en osco de la geografía regional de la península.
El decreto, sin embargo, lo publicó en latín, con el propósito de eliminar a
los posibles impostores; pero los que sólo leen griego tuvieron que recurrir a
otros para la traducción y el lío que se organizó fue colosal...
En las dos últimas semanas de
mayo, Nerva había liberado a unos ochocientos esclavos itálicos de Siracusa,
mientras que su cuestor en Lilybaeum mataba el tiempo en espera de órdenes. En
éstas, se presentó en Siracusa una airada comisión de cultivadores de trigo,
amenazando con entrar en acción -con medidas que iban desde la castración hasta
la querella- si seguía manumitiendo a sus esclavos. A Nerva le entró pánico y
cerró inmediatamente el tribunal. Ya no se liberaba a más esclavos. Pero,
desgraciadamente, la directriz llegó demasiado tarde en Lilibaeum al cuestor,
que ya estaba harto de esperar y había montado el tribunal en la plaza del
mercado, y que cuando apenas había comenzado, se veía obligado a cerrar; y los
esclavos congregados en la plaza del mercado se volvieron locos de rabia y se
disolvieron con ánimos asesinos.
El resultado fue que estalló una
sublevación en el extremo occidental de la isla. Comenzó con el asesinato de
una partida de acaudalados hermanos, propietarios de una gran finca cerca de
Haliciae y se fue extendiendo. Por toda Sicilia cientos de esclavos, que en seguida
fueron miles, abandonaron las granjas, en algunos casos después de asesinar a capataces
y a propietarios, y se reunieron en el bosque de los Palici, que creo se
encuentra a unas cuarenta millas al sudoeste del monte Etna. Nerva convocó a la
milicia y creo que ha aplastado la revuelta tomando por asalto una antigua
fortaleza llena de esclavos. Acto seguido, disolvió la milicia y la envió a
casa.
Pero aquello no era más que el
principio de la revuelta, que volvió a estallar cerca de Heracleia Minoa; y
cuando Nerva trató de volver a reunir la milicia, todos hicieron oídos sordos, y
se vio obligado a recurrir a una cohorte de tropas auxiliares acantonada en
Enna, localidad muy distante de Heracleia Minoa, pero era la única tropa
disponible. En esta ocasión Nerva fue derrotado, la cohorte quedó aniquilada y
los esclavos se hicieron con armas.
Entretanto, los itálicos
nombraron un jefe, presumiblemente un itálico que no había sido manumitido
antes de que Nerva clausurase los tribunales. Se llama Salvio y es un marso; parece que cuando era hombre
libre tenía la profesión de encantador de serpientes, y fue esclavizado porque
le sorprendieron tocando la flauta ante un grupo de mujeres entregadas a esos
cultos dionisiacos que tanto preocuparon al Senado hace años. Ahora, Salvio se
ha proclamado rey, pero como es itálico, lleva su dignidad al estilo romano, no
al helénico, y viste la toga praetexta en vez de diadema, haciéndose preceder
de lictores con los fasces y las hachas.
En el extremo de Sicilia, cerca
de Lilybaeum, ha aparecido otro rey de esclavos, éste griego, llamado Atenión,
quien también ha reunido un ejército. Tanto Salvio como Atenión se juntaron en
el bosque de los Palici y celebraron un cónclave. Como consecuencia, Salvio
(que ahora se hace llamar rey Trifón) es el jefe máximo y ha elegido como
cuartel general una plaza inexpugnable llamada Triocala, en la falda de las
montañas que dominan la costa vecina a Africa, a medio camino entre Agrigentum
y Lilybaeum.
En estos momentos, Sicilia es
una Iliada de infortunios. La cosecha está por recoger, salvo lo que los
esclavos han cogido para alimentarse, y este año Roma no tendrá trigo de la isla.
Sus ciudades protestan por la afluencia de refugiados que han buscado abrigo
entre sus murallas y el hambre y las enfermedades campan por las calles. Un
ejército de sesenta mil esclavos bien armados con una caballería de cinco mil
hace de las suyas de un lado para otro de la isla, y cuando se ve en peligro se
retira a esa fortaleza inexpugnable de Triocala. Han atacado Murgantia y se han
apoderado de ella, y menos mal que no lograron hacerse con Lilybaeum, que debió
su salvación a un contingente de veteranos que supieron de la revuelta y llegaron
en su ayuda por mar desde Africa.
Y ahora te cuento lo más
indignante. Roma no sólo sufre una gran carencia de trigo, sino que además
parece que alguien ha intentado manipular los acontecimientos de Sicilia fomentando
la escasez de grano. La revuelta de esclavos ha provocado no una escasez pasajera,
sino una carestía drástica; pero nuestro estimado Escauro, príncipe del Senado,
sigue una pista que espera que le conduzca al culpable supremo. Yo me malicio
que sospecha del despreciable cónsul Fimbria y de Cayo Memio. ¿Por qué un
hombre recto y decente como Memio se alía con un individuo como Fimbria? Bueno,
sí, creo que podría contestar a la pregunta. Él habría debido ser pretor hace
años, pero sólo ahora lo ha conseguido, y necesita dinero para ser cónsul. Y
cuando la falta de dinero impide que un hombre ocupe la silla que cree que le
corresponde, es capaz de cometer muchas imprudencias.
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