Está haciendo un verano más bien
indolente, y me temo que no tenga mucho que contar, querido Cayo Mario. Nada de
momento, en cualquier caso. Tu estimado colega Lucio Aurelio Orestes, segundo
cónsul, no se encuentra bien, cosa que ya sucedía cuando lo eligieron.
No entiendo por qué se presentó candidato, salvo que, supongo, pensaría que se merecía
el cargo. Queda por saber si el cargo le ha merecido a él. Pero lo dudo.
Las
únicas noticias son un par de sabrosos escándalos, que sé te divertirán tanto como
a mí. Curiosamente, los dos implican a tu tribuno de la plebe, Lucio Apuleyo
Saturnino. Es un extraordinario individuo, pero un cúmulo de contradicciones.
Yo siempre he pensado que es una lástima que Escauro le buscara las vueltas.
Saturnino entró en el Senado con la declarada intención de convertirse en el
primer Apuleyo en sentarse en la silla curul, estoy seguro. Y ahora ansía
destrozar el Senado para que los cónsules no sean más que unas simples máscaras
de cera. Sí, sí, te oigo decir que peco de pesimista, que exagero y que mi visión
de las cosas está deformada por mi apego a las tradiciones. ¡Pero, de todos
modos, tengo razón! Espero me perdones que me refiera a todos tan sólo por el
cognomen. Va a ser una carta larga y así ahorraré algunas palabras.
Saturnino
ha sido vengado. ¿Qué te parece? Un asunto increíble y que ha redundado mucho
en beneficio de nuestro venerado príncipe del Senado, Escauro. Tienes que admitir
que es un hombre mucho mejor que su compañero el Meneitos. Esa es la diferencia
entre Emilio y Cecilio.
Sabes
-sé que lo sabes porque te lo dije- que Escauro prosigue su cometido de supervisor
del abastecimiento de grano y se pasa el tiempo entre Ostia y Roma, haciendo la
vida imposible a los grandes mercaderes del trigo. A una sola persona debemos
agradecer la notable estabilidad de los precios del cereal estas dos últimas
cosechas, a pesar de la escasez. ¡A Escauro!
De
acuerdo, de acuerdo, interrumpiré el panegírico y seguiré con mi historia.
Parece que cuando Escauro estuvo en Ostia hace un par de meses se tropezó con
el agente procurador de grano delegado en Sicilia. No necesito hablarte de la
revuelta de esclavos, ya que recibes los despachos del Senado periódicamente;
sólo te diré que creo que este año hemos enviado de gobernador a la persona
idónea. Puede que sea un aristócrata engreído con una boca como culo de gato,
pero Lucio Licinio Lúculo es muy puntilloso en cosas como son los informes a la
cámara o en limpiar los campos de batalla.
¿Querrás creer, por cierto, que
un idiota de pretor, uno de los que tienen antecedentes más ambiguos (¿no es
una buena frase?), de los Servilios plebeyos y que consiguió comprar la
elección de augur gracias al poder del dinero de su patrón Ahenobarbo y ahora
se hace llamar, ¡imagínate!, Cayo Servilio Augur, tuvo el otro día la osadía de
levantarse en la cámara para acusar a Lúculo de prolongar deliberadamente la
guerra en Sicilia para asegurarse la prórroga del mando el año que viene?
¿Y en base a qué hizo semejante
acusación?, te oigo preguntar. Pues, imagínate, porque después de derrotar tan
eficazmente al ejército de esclavos, Lúculo no se apresuró a dirigirse contra
Triocala, dejando en el campo 35000 cadáveres de esclavos y todas las bolsas de
sublevación de la región de Heracleia Minoa reproducirse como llagas en la piel
romana. Lúculo hizo lo que tenía que hacer; derrotó a los esclavos en la
batalla y luego dedicó una semana a ocuparse de los muertos y a limpiar tales
bolsas de resistencia antes de dirigirse a Triocala, en donde se habían
refugiado los esclavos supervivientes de la batalla. Pero Servilio Augur dice
que Lúculo, después de la batalla, debía haber volado como los pájaros por el
cielo hasta Triocala, porque alega el Augur que los esclavos que se refugiaron
en Triocala eran tan presa de pánico que se le habrían rendido inmediatamente.
Mientras que, tal como las cosas resultaron de verdad, cuando Lúculo llegó a
Triocala, los esclavos se habían sobrepuesto al pánico y decidieron seguir combatiendo.
¿Y de quién obtiene Servilio el Augur esta información?, preguntarás. ¡Pues de
sus augures, naturalmente! ¿Cómo si no va a saber lo que piensa una turba de
esclavos encerrada en una fortaleza inexpugnable? ¿Y tú has visto acaso
que
Lúculo sea tan aberrante para entablar una tremenda batalla y ponerse a cavilar
un plan para que le prorroguen el mando de gobernador? ¡Cuántas tonterías!
Lúculo hizo lo que era de rigor: limpiar alfa antes de comenzar con beta.
Me
disgustó el discurso de Servilio el Augur y me disgustó aún más que el
pontífice máximo Ahenobarbo comenzase a vociferar su apoyo a aquella absurda
patraña de alegatos totalmente injustificados. Naturalmente, todos los
generales de salón de los bancos de atrás que nada saben de batallas pensaron
que Lúculo era culpable. Ya veremos, pero no me sorprendería que oyeras que,
uno, la cámara decide no prorrogar el mandato de Lúculo y, dos, dar el cargo de
gobernador de Sicilia el año que viene a Servilio el Augur, quien habría
iniciado toda esta farsa de la traición simplemente para que le nombraran a él.
Es una golosina para alguien con tan poca experiencia y tan huero como Servilio
el Augur, ya que Lúculo lo ha dejado todo hecho. La derrota de Heracleia Minoa
ha obligado a los esclavos que quedan a retirarse en una fortaleza de la que no
pueden salir porque Lúculo la tiene sitiada, y, además, ha logrado hacer volver
suficientes granjeros a sus tierras para que este año haya cosecha; y el campo
de Sicilia ya no está a merced del ejército de esclavos. Lo que quiere el
gobernador Servilio es llegar al lugar ya debidamente pacificado haciendo reverencias
a derecha e izquierda. Te digo, Cayo Mario, que la ambición unida a la
estupidez es lo más peligroso del mundo.
Edepol, edepol, una digresión
bastante larga, ¿no? Mi indignación por la situación de Lúculo me ha podido. Lo
siento muchísimo por él. Pero sigamos con la historia de Escauro en Ostia, y su
encuentro con el agente procurador de grano de Sicilia. Bien, cuando se pensaba
que una cuarta parte de los esclavos dedicados al cultivo del cereal en Sicilia
serían liberados el año pasado antes de la cosecha, los mercaderes de trigo
calcularon que una cuarta parte de la cosecha se quedaría sin recoger debido a
la falta de mano de obra. Por eso nadie se preocupó por comprar ese cuarto. En
eso que, en dos semanas, ese roedor de Nerva liberó a ochocientos
esclavos itálicos. Y el agente procurador de Escauro formaba parte de un grupo que
durante esas dos semanas recorría la isla comprando a toda prisa ese cuarto de
la cosecha a un precio absurdamente bajo. Luego, los cultivadores obligaron a
Nerva a clausurar los tribunales de emancipación y, de pronto, Sicilia contó de
nuevo con suficiente mano de obra para recoger toda la cosecha. Así, este
último cuarto, comprado por nada, era ahora propiedad de una persona o personas
desconocidas, lo que explicaba el alquiler general de todos los silos vacíos
entre Puteoli y Roma. Ese último cuarto se iba a almacenar en ellos hasta el
año siguiente, cuando la insistencia de Roma en que se liberase a los esclavos
itálicos habría provocado una cosecha en la isla menor de lo normal, haciendo
aumentar el precio del trigo.
Con
lo que no contaban esas personas desconocidas era con la sublevación de los esclavos,
debido a la cual en vez de recogerse los cuatro cuartos de la cosecha, no se
recogió nada. Y así, el gran montaje de lograr una enorme ganancia con el
último cuarto se vino abajo y los silos vacíos reservados se quedaron vacíos.
Sin
embargo, volviendo a las dos ajetreadas semanas en que Nerva emancipó algunos
esclavos itálicos y el grupo de compradores se afanaba por adquirir el último
cuarto de la cosecha, una vez hecho y clausurados los tribunales, el citado
grupo fue asaltado por unos bandidos, que los mataron a todos. O eso pensaron
los bandidos, porque uno de los compradores, el que habló con Escauro en Ostia,
se fingió muerto y logró salvarse.
Escauro
se olió algo muy gordo. ¡Qué olfato tiene! ¡Y qué inteligencia! Él sospechó en
seguida el montaje, cosa que el procurador no había hecho. Yo le admiro a pesar
de su acendrado conservadurismo. Olfateando como un perro de caza, descubrió
que las personas desconocidas eran nada menos que tu estimado colega consular
del año pasado, Cayo Flavio Fimbria, y el gobernador de Macedonia del año en
curso, Cayo Memio. Habían montado una falsa pista el año pasado para nuestro
perro de caza Escauro, que, efectivamente, le condujo al cuestor de Ostia, es
decir, nuestro turbulento tribuno de la plebe Lucio Apuleyo Saturnino.
Una
vez reunidas las pruebas, Escauro se alzó a pedir excusas a Saturnino dos veces,
una en el Senado y otra en el Foro. Estaba mortificado, pero sin perder la
dignitas, por supuesto. Todos aprecian al que se disculpa bien y con
sinceridad, y tengo que decir que Saturnino nunca atacó a Escauro cuando
regresó a la cámara en su condición de tribuno de la plebe. También Saturnino
se alzó, en la cámara y en el Foro, y le dijo a Escauro que él no le guardaba
rencor porque había comprendido lo astutos que habían sido los falsos
culpables, y que le estaba profundamente agradecido por recobrar su perdida
reputación. Así, tampoco Saturnino perdió la dignitas. Y a todos complace quien
recibe modesta y airosamente una buena disculpa.
Escauro,
además, ofreció a Saturnino el cometido de procesar a Fimbria y a Memio ante el
nuevo tribunal por delitos de traición y, naturalmente, Saturnino aceptó. Así
que ahora todos esperamos ver muchas chispas y poco humo cuando Fimbria y Memio
comparezcan en juicio. Imagino que serán declarados culpables ante un tribunal
formado por caballeros, pues muchos caballeros del ramo del trigo han perdido
dinero, y a ellos dos se les culpa del desastre de Sicilia. El corolario de la
historia es que a veces los malos reciben su justo castigo.
La
otra historia de Saturnino es mucho más divertida y mucho más intrigante. Aún
no he logrado imaginarme qué es lo que se trae entre manos nuestro reivindicado
tribuno de la plebe.
Hará
unas dos semanas llegó un individuo al Foro y subió a la tribuna de los Espolones,
que estaba vacía en ese momento porque no había asamblea y los oradores aficionados
se habían tomado el día libre, y anunció a voz en grito, para que le oyera todo
el Foro, que se llamaba Lucio Equitio, que era un liberto de un ciudadano
romano de Picenum y - agárrate, Cayo Mario, ya verás- que era hijo natural de
nada menos que Tiberio Sempronio Graco!
Se sabía la historia al dedillo,
y los hechos coinciden, de momento. Hela aquí, en pocas palabras: su madre era
una liberta de condición decente pero modesta, que se enamoró de Tiberio Graco, quien también
se enamoró de ella. Pero, claro, el linaje de la joven no permitía
el casamiento y tuvo que convertirse en su querida, viviendo en una pequeña y confortable
casa de una hacienda de Tiberio Graco. Luego nació Lucio Equitio; su madre se llamaba
Equitia.
A
continuación asesinaron a Tiberio Graco y Equitia murió poco después, quedando su
hijito al cuidado de Cornelia, la madre de los Gracos. Pero a Cornelia, madre
de los Gracos, no le hacía gracia ser la tutora de un nieto bastardo y lo
encomendó al cuidado de una pareja de esclavos de sus propiedades de Misenum. Y
luego lo vendió como esclavo a una gente de Firmum Picenum.
Él
dice que no sabía quién era; pero si ha hecho las cosas que dice, no podía ser ningún
niño cuando murió su padre Tiberio Graco, en cuyo caso miente. En fin, después
de ser vendido como esclavo en Firmun Picenum, trabajó tan bien y se hizo tanto
querer por sus amos, que al morir el paterfamilias, no sólo le manumitieron,
sino que heredó la fortuna de la familia, que por lo visto no tenía parientes.
Como había tenido una excelente educación, con la herencia instaló un negocio,
y durante no sé cuántos años se alistó en las legiones e hizo una fortuna. Por
lo que dice, habría que calcularle unos cincuenta años, cuando aparenta unos treinta.
Luego
conoció a uno que, con grandes aspavientos, elogió su gran parecido con Tiberio
Graco. Él siempre había sabido que era itálico y no extranjero y se había hecho
grandes cábalas sobre sus orígenes. En valentonado por el descubrimiento de que
se parecía a Tiberio Graco, localizó a la pareja a quien Cornelia, madre de los
Gracos, le había confiado durante un tiempo y se enteró por ellos de la historia
de su nacimiento. ¿No es fantástico? Yo todavía no sé si se trata de una
tragedia griega o de una farsa romana.
Bueno,
naturalmente, nuestros crédulos y sentimentales habituales del Foro se excitaron enormemente, y al cabo de dos días Lucio Equitio era festejado por doquier como
hijo de Tiberio Graco. Lástima que todos los hijos legítimos hayan muerto, ¿no?
Por cierto, Lucio Equitio se parece extraordinariamente a Tiberio Graco. Habla
igual que él, anda igual que él, gesticula igual y hasta alza la nariz lo mismo
que él. Yo creo que lo que más me hace desconfiar es esa similitud tan
perfecta. Más que un hijo parece un mellizo. Los hijos no se parecen a los
padres de esa manera; lo he comprobado muchas veces, y hay muchas mujeres que
han traído al mundo un hijo que les queda profundamente agradecido por ello y
que dedican mucho tiempo del período posparto a asegurar al abuelo del retoño
que éste es parecidísimo al tío-abuelo Lucio Tiddlypus. Bien, basta.
A
continuación, los carcas del Senado nos enteramos de que Saturnino apoya a este
Lucio Equitio, sube a la tribuna con él y le anima a que logre adeptos. No
había transcurrido una semana cuando el nombre de Equitio iba en boca de todos
los que en Roma tienen una renta inferior a la de tribuno del Tesoro y superior
a la del censo por cabezas; comerciantes, tenderos, artesanos, pequeños granjeros,
la flor y nata de la tercera, cuarta y quinta clases. Ya sabes el tipo de gente
a que me refiero. De ésa que besaba el suelo que pisaban los Gracos, todos esos
hombres modestos y trabajadores que no suelen votar, pero que votan en sus
tribus lo suficiente para sentirse bien distintos a los libertos y a los del
censo por cabezas. Una clase demasiado orgullosa para aceptar caridad, pero no
lo bastante rica para sobrevivir a los astronómicos precios del trigo.
Los padres conscriptos del
Senado, en particular los que visten togas bordadas en púrpura, comenzaron a
inquietarse un poco por toda esa adulación popular y también a preocuparse
algo por la intervención de Saturnino, que es realmente lo misterioso. Pero ¿qué
puede hacerse? Finalmente, nada menos que nuestro nuevo pontífice máximo,
Ahenobarbo -le han dado el muy acertado apodo de pipinna-, propuso traer al
Foro a la hermana de los hermanos Graco y viuda de Escipión Emiliano, como si
fuéramos a olvidar las pendencias que hubo en aquel matrimonio, a que subiera a
la tribuna para enfrentarse al supuesto impostor.
Así se hizo hace tres días.
Saturnino se situó en un extremo riéndose como un tonto -lo que sucede es que
no es ningún tonto y no sé qué se traerá entre manos- y Lucio Equitio mirando
de hito en hito a aquella vieja apergaminada. Ahenobarbo Pipinna adoptó una postura
exageradamente pontifical; cogió a Sempronia por los hombros pero a ella no le
gustó nada y se lo sacudió de encima como si fuese una araña peluda y preguntó
con voz atronadora: "Hija de Tiberio Sempronio Graco el Viejo y Cornelia
Africana, ¿reconocéis a este hombre?"
Por
supuesto, ella espetó que no le había visto en su vida y que su queridisimo y amado
hermano Tiberio jamás de los jamases habría abierto el tapón de su botella de
vino fuera de los sagrados lazos del matrimonio, y que todo aquello era un
absurdo. Luego comenzó a apalear a Equitio con su bastón de ébano y marfIl;
escena que resultó la pantomima más indignante que puedas imaginar; ojalá hubiese
estado presente Cornelio Sila, porque se habría divertido de lo lindo.
Al
final, Ahenobarbo Pipinna (¡me encanta este apodo, que se lo ha puesto nada menos
que Metelo el Numídico!) tuvo que bajarla a la fuerza de la tribuna de los
Espolones, entre gritos y carcajadas del público, mientras Escauro lloraba de
risa y aún se contorsionó más cuando Pipinna, el Meneitos y su retoño le
reprocharon su frivolidad senatorial.
En
cuanto a Lucio Equitio volvió a quedarle libre la tribuna, Saturnino se llegó hasta
él y le preguntó si sabía quién era la horrenda anciana. Equitio contestó que
no, lo que demuestra o que no había escuchado los clamores de Ahenobarbo
presentándola o que mentía. Pero Saturnino le explicó con breves y amables
palabras que era su tía Sempronia, la hermana de los Gracos. Equitio puso cara
de sorpresa, dijo que en toda su ajetreada vida no había visto a su tía
Sempronia y añadió que le extrañaba mucho que Tiberio Graco hubiese contado a
su hermana lo de la querida y el hijo en un nidito de amor de una de las
haciendas de Sempronio Graco.
La
multitud apreció el buen sentido de esta respuesta y circula la alegre creencia
de que Lucio Equitio es hijo natural de Tiberio Graco. Y el Senado, y no
digamos Ahenobarbo, está que echa chispas. Bueno, menos Saturnino, que se sonríe;
Escauro, que se carcajeo, y yo. ¡Adivina lo que yo hago!
Y
esto, querido Cayo Mario, es definitivamente todo. Si siguiera sentado un rato
más se me ocurrirían historias más entretenidas y acabaría quedándome dormido
con la nariz en el tintero. Ojalá hubiese un modo mejor -es decir, más
tradicionalmente romano- para que conservaras el mando en lugar de tener que
presentarte de nuevo al consulado. Y tampoco veo cómo vas a poder obtenerlo.
Pero me atrevo a decir que lo conseguirás. Cuídate. Recuerda que ya no eres
ningún pollo, sino un perro viejo, así que no te rompas ningún hueso. Te
volveré a escribir cuando ocurra algo interesante.
( C.
McC. )
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