Decididamente éste va a ser un
año lleno de acontecimientos, y tropiezo con el inconveniente de no saber por
dónde empezar. Por supuesto, todos estaban esperando a que desaparecieras de en
medio, y te juro que aún no habrías llegado a Ocelum cuando ya las ratas y los
ratones se regocijaban en el Foro bajo. ¡Oh gato, no sabes lo bien que se lo pasaban!
Bien, comenzaré por tu buen par
de censores, el Meneítos y el manso de su primo. El Meneítos lleva una
temporada que no para; a decir verdad, desde que le eligieron; sólo que bien se
guardaba de no decir nada que pudiera llegar a tus oídos. Ahora anda con que
quiere "purificar el Senado", creo que dice. Desde luego, puedes
tener la seguridad de que no van a ser un par de censores corruptos y de que
todos los contratos del Estado se adjudicarán como es debido, con arreglo a su
precio combinado con la calidad. Sin embargo, ya han tropezado con el Tesoro al
solicitar una gran suma para reparar y remozar algunos templos que no disponen
de fondos para hacerlo ellos, aparte de volver a pintar e instalar letrinas de
mármol en tres edificios del Estado: el de los flamines mayores, más las residencias del rex sacrorum y del pontífice máximo. A mí, personalmente, me
basta con mi letrina de madera. ¡El mármol es frío y duro! Hubo una disputa bastante
animada cuando el Meneítos mencionó el domus publicus del pontífice máximo,
pues el Tesoro opinaba que nuestro nuevo pontífice es lo bastante rico para
correr con los gastos de pintura y de letrinas de mármol.
Luego se pasó a la adjudicación
de los contratos corrientes, y creo que muy acertadamente. Las ofertas eran
numerosas, las pujas fueron muy animadas y dudo de que haya supercherias.
Se había llegado a este punto
con una rapidez inaudita porque, claro, lo que realmente querían hacer era
revisar la nómina de senadores y caballeros. Pero hubo que aguardar dos días
para concluir con todos los contratos -¡te juro que se ha hecho en menos de un
mes el trabajo de año y medio!- y que el Meneítos convocase un contio de la
Asamblea del pueblo para que se leyesen los informes de los censores sobre la
moralidad o inmoralidad de los padres conscriptos del Senado. Sin embargo, alguien debió avisar de antemano a Saturnino y a Glaucia de que no iban a
constar sus nombres, porque cuando se reunió la Asamblea se vio que estaba
acrecentada con gladiadores y matones que normalmente no asisten a esta reunión
de los comtios.
Y nada más anunciar el Meneítos
que se iban a borrar de la lista de senadores los nombres de Lucio Apuleyo
Saturnino y Cayo Servilio Glaucia, aquello fue el acabóse. Los gladiadores
arremetieron contra la tribuna y obligaron al pobre Meneítos a bailar,
pasándoselo de mano en mano y abofeteándole sin piedad con sus manazas
callosas. Fue una nuevamodalidad; nada de palos ni porras, simplemente las
manos. Dicen que lo llaman violencia mínima. Fue de pena. Todo sucedió tan
rápido y estaba tan bien organizado, que el Meneítos recorrió todo el camino
hasta el arranque del Clivus Argentarius hasta que Escauro, Ahenobarbo y otros
hombres buenos pudieron rescatarle y llevarle corriendo a refugiarse en el templo
de Júpiter Optimus Maximus. Allí vieron que la cara le había aumentado el
doble, no podía abrir los ojos, tenía los labios y las cejas partidos por
varios sitios, la nariz le manaba como una fuente y sus orejas daban lástima.
Parecía uno de esos antiguos boxeadores griegos de los juegos olímpicos.
Por cierto, ¿qué te parece el
nombre que le dan a la facción archiconservadora? Boni, los hombres buenos.
Escauro va diciendo que es el quien lo ha inventado para contrarrestar la
denominación que les daba Saturnino de ultraconservadores. Pero debería
recordar que somos muchos los que tenemos edad para saber que Cayo Graco y
Lucio Opimio llamaban a los de su facción los boni. ¡Bueno, volvamos a mi
historia!
Cuando el Caprarius supo que su
primo el Numídico estaba a salvo, logró restablecer el orden en los comicios,
haciendo que los heraldos tocasen las trompetas y diciendo a voz en grito que
no estaba de acuerdo con las averiguaciones de su colega y que, por
consiguiente, Saturnino y Glaucia seguirían en la lista senatorial. Hay que
decir que el Meneítos salió malparado de la maniobra, pero no me gustan los
métodos de lucha del amigo Saturnino. Él alega que no tuvo nada que ver con la
violencia, aunque agradece que el pueblo sea tan fervorosamente partidario
suyo.
Considérate perdonado por pensar
que ahí quedó todo. ¡Pero no! Luego, los censores iniciaron la evaluación económica
de los caballeros, en un precioso tribunal nuevo que les han hecho cerca del
estanque de Curtio; es una edificación de madera, si, pero concebida para ese
uso concreto, con una escalinata por ambos lados para que los que comparecen lo hagan ordenadamente
por un solo lado de la mesa de los censores y bajen por el otro. Muy bien
hecho; ya conoces el procedimiento: todo caballero o aspirante debe presentar
documentación que acredite su tribu, lugar de nacimiento, ciudadanía, servicio militar,
propiedades, capital y rentas.
Aunque se tarda varias semanas
en comprobar si los solicitantes poseen de verdad una renta anual mínima de
400000 sestercios, los primeros días el espectáculo atrae a una buena multitud.
Y así fue cuando el Meneítos y su primo comenzaron a leer la lista ecuestre. ¡Qué
lamentable aspecto tenia el pobre Meneítos! Las magulladuras presentaban un
color, más que negro, amarillo bilioso, y los cortes se habían convertido en
una maraña de rayas sanguinolentas; aunque ya podía abrir los ojos para ver,
debió pensar que más le habría valido no hacerlo para ver lo que vio en la
tarde de aquel primer día de comparecencias ante el nuevo tribunal.
¡Nada menos que a Lucio Equitio,
el supuesto hijo bastardo de Tiberio Graco! El tal Lucio Equitio subió la
escalinata cuando le llegó el turno y se situó delante del Numídico, no de Caprarius.
El Meneítos se quedó helado al ver a Equitio, secundado por una cohorte de escribas
y funcionarios cargados de libros de contabilidad y documentos. En ese instante
se volvió hacia su secretario para decirle que el tribunal levantaba la sesión
por aquel día y que hiciera el favor de decir a aquel ser que se retirara de su
presencia.
-Tenéis tiempo para atenderme
-dijo Equitio.
-De acuerdo, ¿qué deseáis?
-replicó él en tono amenazador.
-Quiero inscribirme como
caballero -dijo Equitio.
-¡En
este lustrum de censores no! -negó el bonus Meneítos.
Debo decir que Equitio se mostró
paciente y que simplemente se limitó a decir, dirigiendo la mirada hacia la
multitud: "No podéis rechazarme, Quinto Cecilio, porque reúno los requisitos."
Momento en el que se vio que había otra vez gladiadores y matones entre la
gente.
-¡Qué vais a reunir! -replicó el
Numídico-. ¡Carecéis de la principal condición: no sois
ciudadano
romano!
-Sí lo soy, estimado censor
-insistió Equitio de forma que todos pudieran oirle-. Me convertí en ciudadano
romano al morir mi amo, que me concedió la ciudadanía en su testamento, junto con sus
propiedades y su nombre. Que haya adoptado el nombre de mi madre no hace al caso. Tengo
pruebas de mi manumisión y adopción. Y no sólo eso, sino que he servido en las
legiones diez años y como ciudadano romano legionario, no en tropas auxiliares.
-No os inscribiré como
caballero, y cuando establezcamos el censo de ciudadanos romanos, no os
inscribiré como romano -replicó el Numídico.
-Tengo derecho -replicó Equitio
con voz clara-. Soy ciudadano romano, de la tribu Suburana, y he servido diez
años en las legiones; soy un hombre moral y respetable, propietario de cuatro insulae,
diez tabernas, cien iugera de tierra en Lanuvium, mil iugera de tierra en
Firmun Picenum, un pórtico de mercado en Firmun Picenum, y poseo una renta
anual de más de cuatro millones de sestercios. Así que también tengo derecho a
ser senador.
Tras lo cual, chascó los dedos
al hombre que dirigía a los funcionarios, quien chascó
los
dedos a los demás, que se adelantaron con montones de papeles.
-Ahí tenéis las pruebas, Quinto
Cecilio -insistió.
-¡Me tienen sin cuidado los
papelotes que presentéis, vulgar seta de baja cuna, y me importan un bledo
quienes traigáis para testificar! -gritó el Meneítos-. ¡No os inscribiré como ciudadano
de Roma y menos aún como miembro del Ordo equester! ¡Me meo en vos, chulo asqueroso!
¡Y ahora largaos!
-¿Habéis oído? -dijo-. ¡A mí,
Lucio Equitio, hijo de Tiberio Sempronio Graco, se me niega
la ciudadanía y mi condición de caballero!
El Meneítos se puso en pie y fue
hacia él con tal rapidez, que Equitio ni siquiera le vio acercarse; acto
seguido, nuestro valiente censor le propinó un derechazo en la mandíbula y Equitio
cayó de culo y quedó en el suelo como atontado. Pero el Meneítos no se contentó
con el puñetazo y le arreó una patada que hizo que Equitio fuese a parar a los
pies del estrado, entre la multitud.
-¡Me meo en todos vosotros!
-vociferó, esgrimiendo los puños frente al público y los gladiadores-.
¡Marchaos y llevaos a esa cagarruta no romana!
Y otra vez volvió a ser el
acabóse, sólo que esta vez los gladiadóres no tocaron al Meneítos en la cara.
Le arrastraron del tribunal, golpeándole en el cuerpo con puños, uñas, dientes
y botas. Al final fueron Saturnino y Glaucia -había olvidado decirte que
estaban acechando en la parte de atrás- quienes se adelantaron a rescatarle.
Me imagino que no tenían
previsto que le mataran. Luego, Saturnino subió al estrado y apaciguó los
ánimos para que Caprario pudiese hablar.
-¡No estoy de acuerdo con mi
colega y asumo la responsabilidad de admitir a Lucio Equitio en las filas del
Ordo equester -gritó el pobre hombre, demudado. Yo creo que ni en sus campañas
militares habría visto tanta violencia.
-¡Anotad
el nombre de Lucio Equitio! -vociferó Saturnino.
Y
Caprario inscribió el nombre en la lista.
-¡Todos
a sus casas! -dijo Saturnino.
Y todos
se fueron rápidamente a casa, sacando a Lucio Equitio a hombros.
El Meneítos estaba hecho una
pena. Afortunadamente, creo que fuera de peligro. ¡Pero no sabes la rabia que
le dominaba! Quería lanzarse sobre su pobre primo Caprario por haber cedido una
vez más; y éste, casi con lágrimas en los ojos, no sabía qué alegar.
-¡Gusanos! ¡Eso es lo que son
todos, unos gusanos!
No cesaba de despotricar el
Meneítos, mientras los demás trataban de vendarle las costillas -tenía varias
rotas- y averiguar qué otras heridas ocultaba su toga. Si, todo fue una locura,
pero, por los dioses, Cayo Mario, que hay que admirar el valor del Meneítos.
Y ahora nos vamos del Foro a
Sicilia, donde han venido sucediendo toda clase de cosas y ninguna buena;
aunque algunas siniestramente divertidas y otras francamente increíbles.
Como bien sabes, aunque te
refrescaré la memoria, porque detesto las historias sin hilación, al final de
la campaña del año pasado Lucio Licinio Lúculo se sentó frente al bastión de
esclavos de Triocala decidido a rendirlos por hambre. Había sembrado el terror
entre ellos haciendo que el heraldo declamara la historia de aquel bastión
enemigo que envió a los romanos el mensaje de que tenían comida de sobra para
diez años y los romanos contestaron que, en tal caso, tomarían la plaza el
undécimo año.
En realidad, Lúculo efectuó un
magnífico asedio, cercando Triocala con un bosque de rampas de asalto, torres,
testudos, arietes, catapultas y barricadas, y al mismo tiempo rellenó una
enorme sima que había a guisa de defensa natural delante de las murallas. Construyó, además, un estupendo
campamento para sus tropas, tan bien fortificado que, aunque los esclavos
hubiesen hecho una incursión fuera de la plaza, no habrían logrado entrar en
él. Y allí se dispuso a esperar que pasase el invierno, con la tropa bien
instalada, y seguro de que a él le prorrogarían el mando.
Luego, en enero, llegó la
noticia de que el nuevo gobernador era Cayo Servilio Augur, y, con el despacho
oficial, recibió una carta de nuestro querido Metelo Numídico el Meneítos
dándole cuenta de los detalles feos y del modo escandaloso en que había sido amañado
por Ahenobarbo y su lameculos el Augur.
Tú no conoces bien a Lúculo,
Cayo Mario, pero yo si. Como tantos de su clase, él reacciona con una altanería
fría, tranquila y distanciada ante la adversidad. Ya sabes: "Soy Lucio
Licinio Lúculo, un noble romano de una antigua y prestigiosa familia; con algo
de suerte, puede que en alguna ocasión repare en vos." Pero bajo esa
fachada hay un hombre totalmente distinto, sensible, fanáticamente consciente
de la necedad, lleno de pasión y de temible furia. Así que, al recibir la
noticia, aparentemente la aceptó con la calma y tranquila resignación que cabe
esperarse de él y procedió a destrozar todas las piezas de artillería, las
torres de asedio, el testudo, las escalas, a vaciar el foso, y no dejó nada;
quemó todo lo que pudo y limpió los alrededores de Triocala, esparciéndolo todo
en mil direcciones. A continuación demolió el campamento y destruyó todos los
pertrechos.
¿Crees que ahí paró la cosa? ¡Ni
mucho menos, Lúculo no hacía más que empezar! Destruyó todos los archivos de su
administración en Siracusa y Lilybaeum y trasladó a sus diecisiete mil hombres
al puerto de Agrigentum.
Su cuestor fue abrumadoramente
leal y se avino a todo lo que Lúculo dispuso. Habían recibido la paga del
ejército y en Siracusa tenían dinero del botín conquistado en la batalla de
Heracleia Minoa. Lúculo procedió a multar a todos los ciudadanos no romanos de Sicilia
por haber agobiado tanto al anterior gobernador Publio Licinio Nerva, y sumó
esa recaudación a los fondos disponibles. Después gastó parte del dinero recién
recibido para uso de Servilio el Augur en alquilar una flota para el transporte
de sus hombres.
En la playa de Agrigentum
licenció a sus tropas y les entregó hasta el último sestercio que le quedaba.
Los soldados no eran ya más que una multitud abigarrada, prueba palmaria de que
el censo por cabezas de Italia está ya tan agotado como las otras clases en lo que
a alistamiento de tropas se refiere. Aparte de los veteranos italianos y
romanos que había alistado en Campania, tenía una legión y unas cuantas
cohortes de Bitinia, Grecia y Macedonia, por cuya demanda al rey Nicomedes de
Bitinia, éste había contestado que no disponía de hombres porque los
recaudadores de impuestos romanos los habían esclavizado a todos. Una
referencia bastante impertinente a nuestro decreto de liberación de los
esclavos de los pueblos itálicos aliados, pues Nicomedes pensaba que su tratado
de amistad y alianza con Roma incluía la emancipación de esclavos bitinios.
Pero Lúculo se salió con la suya, naturalmente, y consiguió tropas bitinias.
Bien, envió a sus casas a los
soldados bitinios y a continuación a los itálicos y romanos, con sus papeles de
licenciados. Y tras eliminar todo vestigio de su período de gobernador en los
anales de Sicilia, él mismo se embarcó.
En cuanto hubo zarpado, el rey
Trifón y su consejero Atenión salieron de Triocala y comenzaron a saquear y
pillar de nuevo la isla. Ahora están totalmente convencidos de que ganarán la
guerra y su grito de enganche es: "¡En lugar de ser esclavo, ten un esclavo!"
No se ha sembrado y las ciudades están atestadas de refugiados del campo.
Sicilia vuelve a ser una Iliada de aflicción.
Y en medio de esta deliciosa
situación llegó Servilio el Augur. Naturalmente, no daba crédito a sus ojos. Y
comenzó a quejarse en sucesivas cartas a su patrón Ahenobarbo Pipinna.
Entretanto, Lúculo llegaba a
Roma y comenzó a hacer preparativos para lo inevitable. Cuando Ahenobarbo le
acusó en el Senado de destrucción deliberada de bienes romanos -en particular
los pertrechos de asedio-, Lúculo se limitó a mirarle por encima de la nariz,
diciendo que pensaba que al nuevo gobernador le gustaría comenzar a hacer las
cosas a su manera. A él, añadió, le gustaba dejarlo todo tal como lo había
encontrado y era exactamente lo que había hecho en Sicilia al final de su
mandato: había dejado la isla tal como la había encontrado. El principal
agravio de Servilio el Augur era la falta de ejército, porque había imaginado
que Lúculo le dejaría las legiones, bien que no se hubiera tomado la molestia de
solicitárselas oficialmente. Por consiguiente, sostuvo Lúculo, no habiendo
solicitud por parte de Servilio el Augur, él podía disponer libremente de sus
tropas, y consideraba que se merecían la licencia.
"Le dejo a Cayo Servilio
Augur una mesa limpia, sin ningún estorbo de lo que yo he hecho -dijo Lúculo
ante el Senado-. Cayo Servilio Augur es un hombre nuevo y los hombres nuevos
tienen su propio método para hacerlo todo. Por lo cual, consideré que le hacía
un favor."
Pero, sin ejército, está claro
que poco puede hacer en Sicilia Servilio el Augur. Y menos hallándose Catulo
César a la caza de los últimos reclutas que Italia puede aportar: por lo que no
creo que haya posibilidades de reunir un nuevo ejército para Sicilia este año.
Los veteranos de Lúculo se hallan dispersos y la mayoría con una buena bolsa y
pocas ganas de que los localicen.
Lúculo sabe perfectamente que se
ha buscado un proceso, pero no creo que le importe. Se ha cobrado la inmensa
satisfacción de destruir toda posibilidad de que Servilio el Augur le haga
sombra. Y eso, para Lúculo, cuenta más que evitar un juicio. Así que está ocupado
haciendo todo lo posible por proteger a sus hijos, pues es evidente que piensa
que Ahenobarbo y el Augur se valdrán del nuevo tribunal de Saturnino que juzga
los delitos de traición para procesarle y declararle culpable. Ha transferido
cuanto ha podido de sus propiedades a su hijo mayor, Lucio Lúculo, y ha cedido
en adopción al menor, que ahora tiene trece años, a los Terencios Varro. En
esta generación no hay ningún Marco Terencio Varro y son una familia muy rica.
Me ha dicho Escauro que el
Meneítos -que se halla muy afectado por todo esto, y con razón, porque si
declaran culpable a Lúculo tendrá que hacerse cargo de su escandalosa hermana Metela Calva- dice que
los dos hijos han jurado vengarse de Servilio el Augur en cuanto sean mayores, y
parece que el mayor, Lucio Lúculo, está muy amargado. No me extraña, pues si
por fuera es muy parecido a su padre, ¿por qué no ha de serlo también por dentro?
Caer en desgracia por la desmedida ambición del bullanguero hombre nuevo Augur
es imperdonable.
Y eso es todo de momento. Te
tendré informado. Ojalá pudiera estar ahí para ayudarte frente a los germanos:
no porque necesites mi ayuda, sino porque yo me siento excluido.
( C.
McC, )
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