II.- Por otra parte, algunos autores señalan como tronco de esta raza a un liberto, Casio Severo y otros muchos dicen que este liberto fue un zapatero, un hijo del cual, después de haber ganado algún dinero en ventas y tráficos, casó con una mujer de mala vida, hija de un panadero llamado Antíoco, de la que tuvo un hijo que llegó a ser caballero romano. No quiero discutir tales contradicciones; lo cierto es que P. Vitelio, ya procediese de rancia estirpe, ya de familia despreciable, fue caballero romano y administrador de los bienes de Augusto. Dejó cuatro hijos, que alcanzaron las dignidades más elevadas, y que llevando el mismo apellido, se distinguieron sólo por el nombre, y fueron Aulo, Quinto, Publio y Lucio. Aulo murió siendo cónsul con Domicio, padre del emperador Nerón; era un hombre pródigo, que se hizo célebre por la esplendidez de sus comidas; Quinto, fue eliminado del Senado cuando, a propuesta de Tiberio, se excluyó a todos los que no debían pertenecer a esta orden; Publio, compañero de armas de Germánico, acusó e hizo condenar a Cneo Pisón, enemigo y asesino de aquel joven príncipe; después de su pretura, le prendieron como cómplice de Seyano, y sometido a la custodia de su hermano, se abrió las venas con un buril; cediendo, sin embargo, a los ruegos de su familia, mucho más que al temor a la muerte, dejóse vendar y curar las heridas, y murió de enfermedad en la prisión. Lucio, después de su consulado, gobernó la Siria, Y a fuerza de habilidad decidió a Artabano, rey de los partos, a ir a visitarle y hasta a rendir homenaje a las águilas romanas. Fue luego dos veces cónsul ordinario y más adelante censor con el emperador Claudio, llegando hasta quedar encargado del Imperio en su ausencia, durante la expedición a Bretaña. Era un hombre desinteresado, activo, pero completamente deshonrado por su pasión hacia una liberta, cuya saliva bebía mezclada con miel, como remedio contra una enfermedad de la garganta; y no hacia esto en secreto o rara vez, sino cotidianamente y delante de todos. Tenía, por otra parte, maravilloso talento para la adulación; siendo él el primero que imaginó adorar a Calígula como dios al regresar de Siria este emperador, no se atrevió a acercarse a él sino cubriéndose la cabeza, y después de girar varias veces sobre sí mismo, arrodillándose a sus pies. Viendo a Claudio gobernado por sus mujeres y libertos, y no desdeñando ningún artificio para asegurarse su favor, solicitó un día de Mesalina, como gracia excepcional, permiso para descalzarla; le quitó la sandalia derecha, que llevó constantemente entre la toga y la túnica, besándola de tiempo en tiempo. Entre sus dioses domésticos estaban colocadas las estatuas de Narciso y de Palas, y cuando Claudio celebró los juegos seculares, le dijo: que los celebres muchas veces.
III.- Un ataque de parálisis le llevó al sepulcro en dos días. Dejó dos hijos nacidos de Sextilia, mujer de severa virtud y de ilustre nacimiento, y a los dos vio cónsules en el mismo año, habiendo sucedido por seis meses el menor al mayor. El Senado decretó los funerales públicos, haciéndole levantar frente a los Rostros una estatua con esta inscripción: A la fidelidad inquebrantable hacia el príncipe. Su hijo, Aulio Vitelio, que fue emperador, nació el 8 de las calendas de octubre (163), o según otros el 7 de los idus de septiembre (164) bajo el consulado de Druso César y de Norbano Flaco. El horóscopo que de su nacimiento obtuvieron los astrólogos asustó de tal manera a la familia, que su padre hizo durante su vida increíbles esfuerzos para substraerle a los honores, y su madre, al verle al frente de un ejército y saber que había sido saludado emperador, comenzó a llorar como si ya le viese perdido. Pasó la infancia y la primera juventud en Capri entre las prostitutas de Tiberio, y fue marcado con el afrentoso nombre de Spintria, llegándose incluso a atribuir a sus repugnantes complacencias con el príncipe el favor que gozaba su Padre.
IV.- En la edad siguiente continuó manchándose con toda suerte de infamias; consiguió el primer lugar en la corte, llegando a ser favorito de Calígula, con el que guió carros en el Circo, y de Claudio, jugando con él a los dados. Pero satisfizo mucho más a Nerón por las mismas complacencias, y especialmente por un mérito singular, y era que estando presidiendo los juegos Neronianos y viendo que el emperador, con vivos deseos de competir con los tocadores de lira, no se atrevía a hacerlo a pesar de las instancias de la multitud, saliendo incluso del teatro, él fue a buscarle como encargado de expresarle el ardiente anhelo del pueblo, de oírle también, y le proporcionó de este modo el placer de dejarse convencer.
V.- El favor de estos tres príncipes elevóle a la cumbre de los honores y hasta a las primeras dignidades del sacerdocio. Obtuvo el proconsulado de África y después la intendencia de los trabajos públicos. Su conducta, en estos dos cargos, fue muy distinta, como la reputación que adquirió en ellos. En su gobierno, que duró dos años consecutivos, dio pruebas de extraordinario desinterés, y sirvió como legado bajo el mando de su hermano, que le sucedió. En cambio, durante su administración en Roma, substrajo, según se dice, las ofrendas y ornamentos de los templos, colocando cobre y estaño en el lugar del oro y la plata.
VI. Casó con Petronia, hija de un varón consular, que le dio un hijo, Petroniano, a quien faltaba un ojo. Instituido heredero por su madre, a condición de que no permaneciera bajo la autoridad paterna, le emancipó Vitelio, aunque poco después le hizo perecer acusándole de parricidio, y pretendiendo que, agobiado por los remordimientos, había bebido el veneno dispuesto para el crimen. Casó después con Galerta Fundana, cuyo padre había sido pretor; de ésta tuvo un hijo y una hija, pero el varón balbuceaba hasta el punto de ser casi tenido por mudo.
VII.- Contra la opinión general, Galba le concedió el mando de la Germania Inferior. Créese que debió este empleo a la influencia de T. Vinio, omnipotente a la sazón, y cuyo favor se había granjeado mucho antes, por razón de su común predilección por el bando de los azules . Entonces dijo Galba, que no hay gentes menos peligrosas que las que sólo piensan en comer y que Vitelio necesitaba las riquezas de una provincia para satisfacer su insaciable glotonería; por lo cual se ve evidentemente que en la designación de este príncipe entró más el desprecio que la consideración. Cosa sabida es que ni siquiera poseía el dinero preciso para el viaje. Estaban sus negocios tan mal parados, que su esposa y sus hijos que quedaron en Roma, se fueron a vivir en una casucha con objeto de alquilar su casa por el resto del año y que para los gastos del camino tuvo que empeñar una perla de los zarcillos de su madre. Por todas partes se veía perseguido por un tropel de acreedores que querían detenerle, entre otros los enviados de Simuesa y de Formio, cuyos impuestos había retenido en provecho propio; éstos cesaron sólo de perseguirle ante el temor de verse acusados por él de calumniadores, pues lo había hecho ya con un liberto que reclamaba una deuda con obstinada tenacidad. Vitelio le procesó en efecto, por ultraje, con el pretexto de que le había dado un puntapié, y no cedió hasta después de haber obtenido de él cincuenta sestercios de oro. El ejército que iba a mandar, mal dispuesto hacia el príncipe, y pronto a emprenderlo todo, le acogió con manifestaciones de regocijo y como presente de los dioses, considerándole hijo de un hombre que había sido cónsul tres veces, jefe joven, complaciente y disipador. Acababa de dar nuevas pruebas de su conocido carácter, besando en el camino a cuantos había encontrado, incluso a simples soldados, bromeando en todos los descansos y en todas las posadas con los caminantes y muleteros, preguntando a cada uno, desde el amanecer, si había almorzado ya, y eructando ante ellos para demostrar que él ya lo había hecho.
VIII. Cuando entró en el campamento no negó nada a nadie y por autoridad propia perdonó la ignominia a los soldados degradados; a los acusados, perdonó la vergüenza del traje, y a los condenados el suplicio. Por este motivo, apenas transcurrido un mes, los soldados, sin tener para nada en cuenta el día y el momento, le sacaron una noche de su cámara de dormir y en el sencillo traje en que se encontraba le saludaron emperador. Le pasearon luego por los barrios más populosos, empuñando la espada de Julio César, que habían arrebatado del templo de Marte y ofrecido a él por un soldado durante las primeras aclamaciones. Cuando regresó al Pretorio, el comedor estaba ardiendo, por haberse incendiado la chimenea, presagio que consternó a todos: Valor —dijo entonces—; la luz brilla para nosotros. Ésta fue la arenga que dirigió a los soldados. Habiéndose manifestado en seguida por Vitelio las legiones de la Germania Superior, que habían ya abandonado a Galba por el Senado, tomó el sobrenombre de Germánico, que por aclamación unánime se le confirió; no aceptó, sin embargo, al mismo tiempo el de Augusto, y rehusó para siempre el de César.
IX.- Al enterarse de la muerte de Galba puso en orden los asuntos de Germania y dividió sus huestes en dos cuerpos: uno que se adelantó marchando contra Otón y otro cuyo mando se reservó. El primero partió bajo felices auspicios, pues cuando lo hacía, se presentó de pronto un águila por la derecha, giró alrededor de las enseñas y precedió a la legión por el camino que había de seguir. Pero cuando Vitelio puso en movimiento su ejército, las estatuas ecuestres que le habían erigido en muchos sitios, cayeron todas a la vez y se les rompieron las piernas; la corona de laurel que, con todas las ceremonias de la religión, se había colocado en la cabeza, se le cayó en un río, y en Viena, en fin, mientras administraba justicia sentado en su tribunal, se le posó un gallo en el hombro, pasándole de él a la cabeza. Los sucesos posteriores confirmaron tales presagios: sus legados le dieron, en efecto, el Imperio, pero él no pudo mantenerlo.
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