I. La familia de Otón, antigua y distinguida
y una de las principales de la Etruria, era originaria de Ferentino. Su abuelo,
M. Salvio Otón, hijo de un caballero romano y de una mujer de condición
humilde, quizá servil, fue nombrado senador por influencia de Livia, esposa de
Augusto, en cuya mansión había transcurrido su infancia, pero no pasó de la
pretura. Por lo que toca a su padre, L. Otón, cuya madre era de ilustre cuna
que estaba unida por numerosos lazos con las familias más ilustres de Roma fue
tan querido del emperador Tiberio y de tal manera se le parecía, que fue tenido
en general por hijo suyo. Desplegó gran severidad en las varias funciones que
se le encargaron en Roma, en un preconsulado de Africa y en muchos gobiernos
extraordinarios. En la sublevación de Camilo contra Claudio, varios soldados,
arrepentidos de haber tomado parte en ella, dieron muerte a sus jefes como
autores de la insurrección, a pesar que no ignoraban que Claudio los había
ascendido por este mismo hecho a los grados superiores; Otón no vaciló en
hacerlos decapitar a todos en Iliria, en medio de la plaza de armas presenciando
él las ejecuciones. Esta conducta aumentó su reputación, pero disminuyó su
influencia, la que no tardó, sin embargo, en recuperar, al dar parte al
emperador de una conspiración urdida contra su existencia por un caballero
romano, que había sido denunciado por sus propios esclavos. El Senado le votó
entonces una distinción muy rara; pues le mandó erigir una estatua en la cima
del monte Palatino. Claudio, después de agregarle a los patricios, le elogió
pomposamente, y añadió aún: Tal es su mérito, que ni siquiera puedo desear
hijos que le superen. Tuvo de Albia Terencia, mujer de esclarecido linaje, dos
hijos, L. Ticiano y Marco, que llevó el mismo sobrenombre que él; tuvo también
una hija, la cual casó, apenas núbil con Druso, hijo de Germánico.
II. Nació el emperador Otón el 4 de las
calendas de mayo , bajo el consulado de
Camilo Arruncio y de Domicio Enobarbo. Desde su infancia fue tan pródigo y
precoz que su padre tuvo que castigarle con mucha frecuencia. Se dice que
vagaba de noche por las calles, lanzábase sobre los débiles y sobre los ebrios
que encontraba, los tendía sobre un manto y los lanzaba al aire. Más adelante,
después de la muerte de su padre, intimó, para conseguir favor, con una liberta
de la corte, que gozaba de mucho prestigio, de la cual llegó a fingirse
enamorado a pesar de ser vieja y casi decrépita. Por mediación de ella se
introdujo entre los familiares de Nerón, que muy pronto le situó en el número
de sus más íntimos amigos, gracias a la conformidad de sus gustos y, se añade
aún, a la costumbre de prostituirse mutuamente; llegó a ser tan poderoso que,
habiéndose encargado, mediante una crecida suma, de hacer restablecer a un
varón consular condenado por contusión, no vaciló, antes aún de obtener la
reintegración por el Senado, en llevarle a él para que diese las gracias.
III. Fue confidente de todos los designios y
secretos de Nerón, y cuidó, el mismo día en que éste había de hacer perecer a
su madre, de dar a los dos, y con el fin de evitar sospechas, una suntuosísima
cena. Nerón le había confiado provisionalmente a su amante Popea Sabina, a la
que acababa de quitar a su esposo, recibiéndola Otón en su casa como para
casarse con ella. Pero no contento con seducirla, llegó a mostrarse celoso
hasta tal punto que no consintió ni a Nerón por rival y negó la entrada a su
casa a los que el emperador enviaba por ella; llegó incluso a dejarle a él
mismo un día en la puerta reclamando su depósito y mezclando amenazas y
súplicas inútilmente. Por estas causas se deshizo el matrimonio, y Otón fue
alejado con la apariencia de una misión a Lusitania. Nerón creyó suficiente
este castigo, pues temía que otro más severo revelase el escándalo de aquella
comedia; sin embargo, estos dos versos que circularon después la dieron a
conocer con claridad:
Cur Otho mentito sit, quaeritis, exul honore?.
Uxoris moechus, coeperat esse suae.
Administró su provincia durante diez años como cuestor, y con
tanta moderación como desinterés.
IV. Con la empresa de Galba vio al fin,
llegada la ocasión para vengarse, y fue el primero que se declaró por él. Desde
aquel instante concibió también la esperanza de reinar, esperanza fundada por
una parte en el estado a que habían llegado las cosas, pero fortalecida sobre
todo, por la terminante promesa del astrólogo Seleuco. Este astrólogo, que en
otra época le pronosticó que sobreviviría a Nerón, había ido entonces, en
efecto, a buscarle inopinadamente, y le aseguró que no tardaría en ser
emperador. Por este motivo no omitió nada, con el fin de atraerse por todas
partes amigos y partidarios. Cuantas veces recibía al general a cenar daba una
moneda de oro a cada individuo de la cohorte de guardia y variaba hasta lo infinito
sus medios de seducción para con los soldados. Así sucedió, que, habiéndole uno
de ellos elegido por árbitro en una cuestión que tenía con un vecino suyo
acerca de unos linderos, compró todo el terreno en litigio y se lo dio libre de
proceso. Con todo esto, no había casi nadie que no le creyese y proclamase el
único digno de la sucesión imperial.
V. Había creído siempre que Galba le
adoptarla, y diariamente esperaba que así lo hiciese. Pero cuando se vio
defraudado en su esperanza por la preferencia concedida a Pisón, resolviese a
apelar a la fuerza, impulsado a la vez por el deseo de venganza y la enormidad
de sus deudas. Confesaba, en efecto, que no le quedaba otro recurso que el
Imperio, y que prefería sucumbir en el combate ante sus enemigos, a caer bajo
la persecución de sus acreedores en el Foro. Pocos días antes había recibido un
millón de sestercios de un esclavo del emperador, por haberle hecho conseguir
un cargo de intendente; ésta fue la base de su grande empresa. Al principio confió
su proyecto a cinco conjurados, después lo comunicó a otros diez, habiendo
traído dos cada uno de los primeros. Entrególes diez mil sestercios por
persona, prometiéndoles cincuenta mil éstos le reclutaron además otros
partidarios, aunque en número reducido, no dudando que encontrarían más en el
momento de la acción.
VI. Fue su primera idea apoderarse del
campamento en seguida después de la adopción de Pisón, y atacar luego a Galba
en el palacio mientras estuviese a la mesa. Renunció a ello por consideración a
la cohorte que estaba entonces de guardia; no quería hacerle demasiado odiosa
por ser la misma que había dejado matar a Calígula y abandonado a Nerón.
Presagios contrarios y consejos de Seleuco le contuvieron por otra parte algún
tiempo más. Fijado al fin el día, dijo a sus cómplices que le aguardasen en el
Foro, delante del templo de Saturno, cerca de la Miliaria de Oro, y por la
mañana fue a saludar a Galba, que le acogió dandole el beso acostumbrado.
Asistió asimismo al sacrificio celebrado por el emperador y oyó las
predicciones del arúspice. Llegó entonces un liberto a decirle que ` habían
llegado los arquitectos, que era la señal convenida. Otón se retiró como para
ver una casa que estaba en venta, saliendo en el acto de palacio por una puerta
situada en la parte de atrás, para acudir en seguida a la cita. Dicen otros que
fingió padecer un acceso de fiebre, y que encargó a los que le rodeaban que si
el emperador preguntaba por él, le diesen esta excusa. Montó en una litera de mujer,
que mantuvo cerrada, y tomó el camino del campamento; pero faltaron las fuerzas
a los portadores, y bajó de ella echando a correr. Se le rompió el calzado y se
detuvo, y casi en el acto, impulsados por su misma impaciencia, los que le
acompañaban le subieron sobre sus hombros y le saludaron emperador. Llegó así
hasta la plaza de armas del campamento, entre las aclamaciones y rodeado de
espadas desnudas, declarándose por él todos aquellos a quienes encontraba, como
si perteneciesen a la conjuración. Empezó por hacer matar a Galba y a Pisón, y
por atraerse en seguida con promesas, la fidelidad de los soldados, insistiendo
en su arenga en que sólo conservarla lo que le dejasen.
VII. Declinaba ya el día cuando entró en el
Senado; expuso en él brevemente su conducta, mostrándose como apresado entre la
multitud y obligado a aceptar el Imperio, en el cual, dijo, no le guiaría otra
regla que la voluntad general. Desde allí marchó al palacio; entre las
felicitaciones y alabanzas que le prodigaban, oyóse a la plebe llamarle Nerón,
sin que él diese muestras de disgusto; se dice incluso que añadió este nombre
al suyo en los primeros diplomas y en las primeras cartas que escribió a los
gobernadores de las provincias. Lo cierto es que permitió restablecer las
estatuas de este emperador; que repuso en sus cargos a sus intendentes y
libertos y que el primer uso que hizo de su autoridad fue dedicar cincuenta
millones de sestercios a la terminación de la Casa de Oro. Se dice que en la
noche siguiente tuvo un terrible sueño que le arrancó quejas y gritos; que los
que acudieron le encontraron tendido en el suelo al lado del lecho; y que les
dijo que había creído ver a Galba derribarle del trono y arrojarlo del palacio.
Por este motivo recurrió a toda suerte de expiaciones para aplacar sus manes.
Cuando a la mañana siguiente interrogaba los auspicios, levantóse una
tempestad, y viéndose derribado violentamente, murmuró varias veces este
proverbio griego: ¿Conviene la flauta a mis manos temblorosas?.
VIII. Por este tiempo los ejércitos de
Germania prestaron juramento a Vitelio; cuando Otón se enteró del hecho,
propuso al Senado mandar legados a aquellos ejércitos para notificarles que se
había elegido un emperador y exhortarlos a la paz y concordia. Por su parte,
mandó correos a Vitelio y le escribió ofreciéndole compartir con él el Imperio
y proponiéndose para yerno suyo. Pero la guerra era inevitable, y se acercaban
ya los generales y las tropas que Vitelio mandaba delante. Los pretorianos
dieron entonces a Otón una prueba de su fidelidad y valor, que estuvo a punto
de producir el degüello del primer orden del Estado. Se había mandado, en
efecto, llevar armas a las naves, encargando de ello a los marineros;
introducían estas armas en el campamento al obscurecer, cuando algunos
soldados, sospechando una traición, promovieron un violento tumulto y en el
acto corrieron sin jefes al palacio pidiendo a gritos la muerte de los
senadores, rechazaron a los tribunos que intentaban reprimir el movimiento,
mataron a algunos, y cubiertos con su sangre, buscaron por todas partes al
emperador; penetraron hasta el comedor, donde estaba él a la mesa, no
calmandose hasta que le vieron por sus ojos. Otón se dispuso a la guerra con
ardor y precipitación increíbles, sin tener en cuenta los usos religiosos ni
tomarse tiempo para colocar en el templo de Marte los escudos sagrados, que
habían paseado solemnemente, negligencia considerada desde remota antigüedad
como funesto presagio; pero hizo todavía más: entró en campaña el mismo día en
que los sacerdotes de Cibeles dan comienzo a sus cantos fúnebres . Arrostró,
por último, hasta los peores auspicios, pues la víctima sacrificada a Plutón
ofreció únicamente signos favorables, cuando, para ser felices, los signos en
aquel sacrificio debían ser contrarios. Desbordóse el Tíber retrasando su
marcha desde el primer día, y a veinte millas de Roma encontró interceptado el
camino por ruinas de gran número de edificios.
IX. Con idéntica temeridad, en vez de llevar
despacio la guerra, como todos juzgaban necesario, y de destruir por grados a
sus enemigos, que luchaban con la escasez y se veían comprometidos en posición
desventajosa, resolvió dar inmediatamente el combate, ya fuera porque no
pudiese soportar más tiempo la incertidumbre y esperase conseguir grandes
ventajas antes de la llegada de Vitelio, ya porque le fuese imposible contener
el ardor de sus tropas, que pedían a gritos la batalla. No estuvo presente, sin
embargo, en ninguna acción: estaba en Brixéllum mientras sus delegados
derrotaban al enemigo en tres encuentros sin importancia, cerca de los Alpes,
en los alrededores de Plasencia y en el sitio llamado Cástor. Pero en
Betriácum, donde se trabó el último encuentro y el decisivo, fue vencido por la
astucia. Se había, en efecto, propuesto una entrevista; los ejércitos habían
salido de sus campamentos como para presenciar las negociaciones, cuando el
enemigo cargó de improviso, viéndose Otón obligado a combatir en el mismo
momento en que acababan de cambiar los saludos militares. Al verse vencido,
decidió darse muerte con la única idea, como han pensado muchos con razón, de
no exponer más tiempo las legiones y el Imperio en interés de su grandeza. No
tenia en efecto, motivos para desesperar de su causa ni para sospechar de la
fidelidad de sus tropas; todas las que había mantenido en reserva para el caso
de un nuevo ataque, estaban entonces a su lado; llegaban otras de Dalmacia, de
la Panonia y de la Misia, y hasta las mismas que habían sido vencidas no lo
habían sido tanto que no se mostrasen aún dispuestas a arrostrar solas todos
los peligros y vengarse de la derrota.
X. A mi padre, Suetonio Lenis, que tomó
parte en esta guerra como tribuno del angusticlavio en la decimotercia legión,
le oí decir muchas veces que Otón, no siendo más que un simple particular,
había manifestado ya aversión a la guerra civil; que habiendo un día hablado
uno en la mesa del fin de Bruto y Casio, mostró profundo horror; que jamás se
hubiese sublevado contra Galba, a no aguardar que todo terminaría sin combate;
y finalmente, que lo que le inspiró de pronto disgusto de la existencia, fue la
muerte de un soldado que, habiendo venido a anunciar la derrota del ejército y
no encontrando más que incrédulos que le acusaban, unos de embustero y otros de
cobarde desertor del campo de batalla, se traspasó con su espada cayendo a los
Pies de Otón. El príncipe, decía mi padre, exclamó al verle que no expondría en
adelante la vida de tales defensores. Exhortó, pues a su hermano, a su sobrino
y a cada uno de sus amigos en particular a atender a su seguridad, estrechólos
en sus brazos, les dio el último beso y los despidió. Una vez solo redactó dos
cartas, una para su hermana, para consolarla; otra para Mesalina, la viuda de
Nerón, con la que se proponía casarse, para recomendarle su memoria y el
cuidado de sus funerales. Quemó después todas sus cartas, para que no
perjudicasen a nadie ante el vencedor, y repartió entre sus criados todo el
dinero que poseía.
XI. Preparábase de este modo a la muerte,
único objeto de sus ciudades, cuando llegó hasta él el ruido de un tumulto y
observó que detenían como desertores a los que, abandonándole se alejaban del
campamento. Añadamos otra noche más a mi vida, dijo entonces (fueron sus mismas
palabras), y prohibió que se hiciese a nadie la menor violencia. Su habitación
permaneció abierta toda la noche y en ella recibió a cuantos quisieron
hablarle. En cierto momento, teniendo sed, bebió agua fresca, cogió dos puñales
cuya punta examinó, oculto uno debajo de la almohada, ordenó cerrar las puertas
y durmió con sueño profundo. No despertó hasta el amanecer y apenas despertado
se hirió de un solo golpe debajo de la tetilla izquierda. Acudieron
apresuradamente a sus primeros gemidos, pero no tardó en expirar, ocultando y
descubriendo alternativamente la herida. En el acto, y según sus deseos, fueron
celebrados sus funerales. Encontrábase entonces en los treinta y ocho años de
su edad y en el día noventa y cinco de su reinado.
XII. La estatura y exterior de Otón no
respondían al valor que mostró en esta ocasión; dícese, en efecto, que era
pequeño, que tenía los pies contrahechos y torcidas las piernas. Era cuidadoso
de su traje, casi tanto como una mujer; se hacía depilar todo el cuerpo y cubría
su cabeza, casi calva, con cabellos postizos, ajados y arreglados con tanto
arte que nadie lo conocía. Afeitábase todos los días con sumo cuidado y se
frotaba con pan mojado, costumbre que había adquirido desde jovencito, con
objeto de no tener nunca barba. Se le vio en muchos ocasiones celebrar en
público con toga de hilo y ornamentos sacerdotales, las ceremonias del culto de
Isis. Sin duda por este motivo sorprendió más su muerte, que se parecía tan
poco a su vida. Se vio a muchos de sus soldados que presenciaron sus últimos
momentos besarle los pies y las manos, derramar copiosas lágrimas, y llamarle
el más grande de los hombres y modelo de emperadores, matándose después al lado
de su pira. Otros de los que no le vieron, agobiados por el dolor de la noticia,
lucharon entre sí con sus propias armas hasta morir. Así, este príncipe, que
durante su vida había sido profundamente odiado por casi todos, fue colmado de
elogios después de su muerte, llegándose a decir que si había hecho perecer a
Galba, había sido menos por reinar en su lugar, que por restablecer la
República y la libertad.
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