En una audiencia
a solas y en privado, Octavio le dijo a Cinna: "Lo primero que te pido es
que no me interrumpas mientras hablo, ni grites en medio de mis palabras; te
será dado tiempo para que hables libremente. Yo, Cinna, a pesar de haberte
encontrado en el campo de mis enemigos, no porque tú te hicieras enemigo mío,
sino porque naciste tal, te salvé y te concedí todo tu patrimonio. Hoy eres tan
feliz y tan rico, que los vencedores envidian al vencido. Te dí, cuando me lo
pediste, el sacerdocio, posponiendo a otros muchos, cuyos padres habían
militado conmigo; habiéndote así favorecido, determinaste matarme".
Como a estas
palabras dijese Cinna a voces que estaba muy lejos de él esta locura, Octavio
dijo: "No cumples lo prometido, Cinna, se había convenido que no me
interrumpieras. Repito que te preparas a matarme"; añadió el lugar, los
cómplices, el día, el plan de la conspiración, a quién se le había encomendado
el golpe. Viéndole con los ojos bajos y en silencio, no tanto por respeto a lo
convenido, como por su conciencia, le dijo: "¿Con qué intención haces
esto?. ¿Para ser tú el príncipe?. A fe mía, que se trata mal al pueblo
romano, si tú no tienes para reinar más obstáculo que yo. No puedes sostener tu
casa; hace tiempo, en un juicio civil, te venció la influencia de un liberto;
por eso nada para tí más fácil que pleitear con el César. Si yo soy el único
obstáculo a tus esperanzas, te cedo la partida; ¿te sostendrán Paulo y Fabio
Máximo y los Cosos y los Servilios y tan imponente multitud de egregios
varones, que no llevan nombres nuevos, sino los de aquellos que son honrados en
las estatuas?. Por segunda vez te doy la vida: primero la dí a un enemigo,
ahora a un conspirador y parricida. Desde hoy comience la amistad entre
nosotros; compitamos si soy yo más leal en darte la vida que tú en
debérmela".
Después de esto,
le dio espontáneamente el consulado, que no se había atrevido a pedir. Fue muy
amigo de Octavio y fidelísimo; él fue su único heredero. Y no se hizo ya
ninguna conspiración contra él.
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