Cuando Aníbal quiso ir a Cassino ( a unos ciento veinte kilómetros
al sudeste de Roma, donde en la actualidad se encuentra la abadía de Monte
Cassino), su mala pronuciación de los nombres latinos fue la causa de que el guía
en vez de Cassino entendiese Casilino y que fuera allí donde lo condujese
(mucho más al sur que Cassino, a unos cuarenta kilómetros de Nápoles). Aníbal
se encontró así a punto de verse acorralado por los romanos y para evitar ese
riesgo, tras hacer que azotaran y crucificaran al guía para escarmiento de los
demás, mandó que ataran teas a los cuernos de unos dos mil toros y vacas, y las
soltó por el monte en plena noche con los cuernos encendidos. Indujo así a los
romanos a pensar que la manada era su ejército que avanzaba, y él pudo sacar a
sus hombres sigilosamente en dirección contraria.
( Tito Livio en "Historia de Roma desde su
fundación")
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