Tan pronto
como se avistó a la flota en el horizonte, no sólo el puerto y la marina, sino
también las murallas y tejados y cuantos lugares permitían ver más lejos, se
llenaron de una turba de gentes en duelo que se preguntaban si al desembarcar
Agripina debían recibirla en silencio o con alguna aclamación. Aún no aparecía
bastante claro lo que resultaba más oportuno, cuando una flota entró lentamente
en el puerto; los remos no se movían con la alegría habitual, sino que todo se
acomodaba al duelo. Después de que, acompañada de dos de sus hijos, llevando en
sus manos la urna fúnebre, desembarcó y se quedó con los ojos clavados en la
tierra, uno solo fue el gemido de todos, y no era posible distinguir entre
allegados y extraños, entre los llantos de los hombres y los de las mujeres; a
no ser que en el séquito de Agripina, fatigados ya por su largo luto, los
superaban los que habían salido a recibirlos, por estar más reciente su dolor.
(
Tácito )
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