(...) — ¡Lucio Sergio
Catilina! ¡Se te ha ordenado comparecer ante esta augusta cámara, ante mí,
cónsul de Roma, ante C. Antonio Hybrida, mi colega, ante Licinio Craso,
dictador de Roma, ante Julio César, Pontífice Máximo y Magno, ante Pompeyo el
Magno y ante la propia Roma, para responder al cargo de traición y conspiración
contra tu país!. Todos conocemos tus delitos y tus manejos y sabemos quiénes
son tus cómplices. Si tienes un abogado, llámalo.
(...) — ¿Vas a negar lo que
toda Roma sabe y pides testigos que no haré comparecer (aunque no porque no los
tenga), sino por el peligro que correrían? Porque durante muchos años Roma ha comprendido
que tú dominabas el bajo mundo. Todos los felones, locos e incautos de la
ciudad, todos los vagos y ambiciosos de Roma son partidarios tuyos y tú has
convivido con ellos en las bodegas y alcantarillas de nuestra nación, tramando
el modo de destruir todo lo que es Roma. Tú has decidido con ellos que yo sea
asesinado en una noche de la próxima semana, de modo que se produzca el caos y
el pánico en la ciudad y lograr de ese modo hacerte con el poder, y saquear,
incendiar y subyugar en tu locura. ¿Vas a negar esto?
(...) — ¿Cuánto tiempo,
Catilina, vas a seguir abusando de tu categoría social? ¿Cuánto tiempo vas a
poner a prueba nuestra paciencia con tu temperamento inquieto? ¿Qué término vas
a poner a tu incontrolada audacia? ¿Es que no te causa impresión la guardia del
Palatino o el que la ciudad esté vigilada por centinelas? ¿Es que no te importa
que el pueblo se sienta alarmado, que los ciudadanos leales se estén armando,
que el Senado se tenga que reunir convenientemente custodiado y las miradas y
expresiones de todos los reunidos aquí? ¿Es que no comprendes que todos se han
dado cuenta de cuáles son tus designios? ¿Es que no ves que ya conocemos todos
tu conspiración y que los que estamos aquí reunidos no ignoramos nada de ella?
¿Qué hiciste la pasada noche y la noche anterior, dónde estuviste y a quiénes
convocaste y qué planes les expusiste? ¿Supones que hay aquí alguno que no lo
sepa? ¡Ah! ¡Qué tiempos más degenerados estamos atravesando! El Senado conoce
perfectamente los hechos y el cónsul ha sido informado de todos ellos. ¡Pero el
criminal aún vive! ¿Vive? ¡Sí, vive! Y hasta se atreve a venir con arrogancia
ante este Senado, tomando parte en sus deliberaciones públicas y señalándonos
uno a uno con sus odiosas miradas como listos para la matanza. ¡Y nosotros ,
somos tan valientes que creemos que cumplimos con nuestro deber para con el
país, simplemente haciendo caso omiso de las palabras y los hechos sanguinarios
de Catilina!. No, Catilina, mucho antes de ahora, debías de haber sido
ejecutado por orden del cónsul ¡y sobre tu cabeza debía haber caído la
destrucción que ahora estás maquinando para nosotros!
(...)—Se trata de una
investigación y de una exposición de hechos, señores y no de un proceso contra
Catilina. En el pasado el Senado ya tomó resoluciones contra individuos como
Catilina; pero fueron documentos que jamás fueron publicados y que siguen
siendo como una espada envainada. Hay resoluciones, Catilina, que interpretadas
al pie de la letra, exigirían tu inmediata ejecución. ¡Y sin embargo vives!
Vives no para abandonar sino para hacer más grande esta ofensa. Deseo no
parecer descuidado en un momento tan crítico para el Estado; pero estoy
convencido de obrar con negligencia culpable al no pedir ahora mismo que
Catilina sea detenido y ejecutado inmediatamente. En estos instantes en los
pasos montañosos de Etruria, es decir en Italia, se halla establecida una base
de operaciones contra el pueblo romano. El número de nuestros enemigos aumenta
día a día; pero al jefe de estos enemigos nuestros lo podemos ver dentro de los
muros de Roma ¡e incluso dentro del recinto de este Senado, conspirando
incesantemente con nuevas maquinaciones para provocar la ruina de nuestro país!
(...) —Estaría ahora en mi
poder, Catilina, ordenar tu arresto y ejecución y seguro que más habría de
temer que todos los ciudadanos leales me reprocharan haber tomado esa medida
demasiado tarde, que no que algunas personas me acusaran de haber sido
demasiado duro. Pero este paso —y al decir eso, Cicerón dirigió a Craso y sus
amigos una mirada de ira—, que debía haber sido dado hace mucho tiempo, tengo
ciertas razones para no darlo ahora. De todos modos perecerás al final,
Catilina; pero no hasta el momento en que no haya nadie en Roma, por
desvergonzado que sea, por desesperado que esté, por cómplice que haya sido
tuyo, que no tenga que reconocer la justicia de tu ejecución. Mientras tanto,
mientras haya alguien que te defienda, ¡tú vivirás! Pero vivirás como vives
ahora, acorralado por personas leales que yo he emplazado en todas partes, para
prevenir toda posibilidad de que intentes asaltar el poder. Hay muchos ojos y
muchos oídos, aunque tú no los veas, que te ven a ti, y que no dejarán de
vigilar como hasta ahora.¿A qué esperas Catilina, si las sombras de la noche ya
no pueden ocultar tus abominables reuniones, si las paredes de tu casa ya no
pueden ahogar las frases que dicen tus cómplices? ¿Si todo ha sido ya expuesto
a la luz y nada tuyo hay oculto? ¡Abandona tus designios y suelta tu espada!
Estás cercado por todas partes y tus planes son para todos nosotros más claros
que la luz del día. Deberías proceder a revisarlos. Todo es sabido. Mi
vigilancia es más perseverante que tus esfuerzos para destruir al Estado. Y
ahora yo afirmo ante esta augusta corporación, el Senado de Roma, que hace dos
noches fuiste a la calle de los Guadañeros (no voy a hacer de ello un
misterio), a casa de M. Laeca, donde te encontraste con algunos de tus
cómplices, tan locos como tú y amigos de criminales aventureros. ¿Te atreves a
negarlo?. ¿Qué significa tu silencio?. Probaré lo que digo si tú lo niegas.
¡Habla!
(...)— ¡Sí! .¡Hasta veo
presentes en el Senado a algunos con los que te encontraste allí! ¡Dioses
misericordiosos! ¿Dónde estamos? ¿En qué país, en qué ciudad vivimos? ¿Qué
clase de gobierno es el que tenemos? Aquí están, señores, entre los demás
senadores . ¡En esta asamblea deliberativa, la más augusta, la más importante
del mundo, hay hombres que planean la destrucción de todos nosotros! ¡La ruina
total de esta ciudad y de hecho la ruina del mundo civilizado! A esas personas
las veo ahora delante de mí , personas a las que pido todos los días su opinión
sobre los asuntos de Estado y que ni siquiera se delatan por su expresión,
¡hombres que deberían morir con Catilina!. Ahora.
(...)— ¡Vete de Roma cuanto
antes, Catilina!. Las puertas de la ciudad están abiertas. Ponte en marcha en
seguida. Libera a la ciudad de la infección de tu presencia. Con sólo que
dijera una palabra, la ciudad se alzaría y dejarían de existir la ley y el
orden por la ira del pueblo. Pero eso no puedo permitirlo por el bien de Roma.
Perecerían inocentes junto con los culpables, porque cuando el pueblo se
subleva, ¿quién puede contenerlo?. No hay un solo hombre en Roma, Catilina,
aparte de tu banda de conspiradores, que no te tema o te odie. ¿Porque, no hay
como una especie de inmoralidad particular que ha manchado la vida de tu
familia?. ¿Es que no hay algún escándalo en el que se pueda incurrir por la
conducta privada, que no haya manchado tu reputación?. ¿Es que hay alguna
pasión infame que no haya brillado en tus ojos, alguna hazaña perversa que no
haya ensuciado tus manos, algún vicio ultrajante que no haya dejado su marca
sobre tu cuerpo? ¿Es que hay algún joven, que al principio estuviera fascinado
por tus seductores ardides, que no le hayas estimulado su violencia o inflamado
su lujuria?. ¿Es posible que nada pueda influir sobre un hombre como tú?. ¿Es
posible que seas incapaz de reformarte?. ¡Ojalá el Cielo te inspirara un solo
pensamiento! . Pero no, Catilina, tú no eres hombre que puedas ser apartado de
la bajeza por un sentimiento de vergüenza, del peligro por la alarma, o de la
inquietud por la razón. ¡Vuelve con tus criminales!. ¡Qué cosquilleo de emoción
sentirás!. ¡Qué placer gozarás al saber que ni uno de tus seguidores oirá ni
verá a un hombre honrado!. Ahora tienes un campo donde demostrar tu cacareado
poder para resistir el hambre, el frío y la privación de todos los placeres de
la vida. ¡Pronto sucumbirás!. Cuando derroté tus esfuerzos para conseguir el
Consulado, logré una cosa muy importante: te obligué a atacar a Roma desde
fuera como un exiliado, en vez de desde dentro como cónsul y he conseguido que
tus criminales planes reciban el más adecuado calificativo de bandolerismo, que
no el de guerra civil... como era tu objeto.
(...) —Demasiado tiempo, señores senadores, hemos
vivido rodeados de los peligros de esta traidora conspiración; pero como era
lógico, todos estos delitos, esta antigua inquietud y audacia, han madurado al
final y han ido a estallar con toda su fuerza en el año de mi consulado. Pero
si separamos de la banda a su jefe, quizá podamos gozar de un cierto tiempo de
tranquilidad. Claro que el verdadero peligro sólo será alejado de la superficie
y continuará infectando las venas y órganos vitales del Estado. Como hombres
atacados de una grave enfermedad, poseídos por una violenta fiebre, parece que
pueden ser aliviados echándoles encima un cubo de agua fría, con lo que sólo se
logra agravarlos más, así esta enfermedad que ataca al Estado puede ser
temporalmente aliviada con el castigo y el exilio de Catilina. ¡Pero luego
volverá todo a ser peor!
(...)— ¡Con estas ominosas
palabras de advertencia, Catilina, para la salvación del Estado, para tu mal y
tu desgracia y la destrucción de todos aquellos ligados a ti por los delitos y
la traición, vete a tu sacrílega, abominable e inútil campaña!
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