Los
soldados, que le habían visto crecer [a Cayo] y educarse entre ellos, le profesaban
increíble cariño, y fue prueba elocuente de él el que, a la muerte de Augusto,
bastó su presencia para calmar el furor de las tropas sublevadas. Y, en efecto,
no se apaciguaron hasta que se convencieron de que querían alejarle del
peligroso teatro de la sedición y llevarle al territorio de otro pueblo.
Arrepentidos de su intento, se precipitaron delante del carruaje, lo detuvieron
y suplicaron entonces encarecidamente que no les impusiese aquella afrenta.
(
Suetonio )
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