Puede que conozcas el poder
que tiene Catilina, al que todos despreciamos; pero al que no podemos ignorar.
Hemos hablado de los libertos, esclavos, y delincuentes de poca monta que son
sus seguidores. En sí, no son muy peligrosos. Pero es que no son los únicos que
apoyan a nuestro patricio amigo. Hay hombres muy ambiciosos que son familiares
suyos, por ejemplo, Pisón y Curio, por no nombrar más que dos. Muchos senadores
y tribunos están pagados por él o le temen, porque él conoce sus delitos
secretos. Además, hay que enumerar a las decenas de millares de atletas de Roma
y hombres poderosos, capaces de cometer todo lo malo que pueda imaginarse, que
viven a costa del vicio. Hay los descontentos y no los subestimes, porque
forman legión. Hay muchísimos otros que no son romanos, pero que son ricos. No
son leales a Roma, sino a sus propios intereses. Hombres que hacen de la
traición un oficio porque odian a Roma y lo que simboliza y desean que haya
despotismo.
Entre los desafectos hay que
contar asimismo a muchos miembros de la clase patricia, que desprecian a la
República y desean gobernar una nación esclavizada. Estos a su vez tienen una
multitud de seguidores, que obedecerían a sus amos, los cuales siguen como un
solo hombre a Catilina, que es uno de ellos.
Está la gentuza del arroyo,
siempre obsesionada con la posibilidad de botín y la satisfacción de las
necesidades de sus vientres y de sus apetitos de lujuria. ¿Qué les importa a
ellos Roma o su prestigio? La traicionarían por un plato de judías o por dos
entradas para el circo. Están las abigarradas criaturas de apetitos odiosos y
depravados, los actores, cantantes y bailarines, que prefieren desgañitarse
ante los patricios y la autoridad real, esperando alcanzar así más notoriedad y
fama. Están los homosexuales y otros pervertidos que se retuercen de gozo sólo
con pensar en explotación y látigos y la promesa de la protección legal.
Esos son los seguidores de
Catilina, Marco. Esos son los que a una palabra suya podrían destruir nuestra
nación.
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