Favonio
salió a caballo para contemplar, esperaba que por última vez, la columna
plateada de las legiones romanas que avanzaban majestuosamente por una
carretera de construcción romana, recta en los tramos en que podía serlo, con
pendientes suaves, una carretera hecha para no agotar. Pero al final lo único
que vio Favonio fue a César montado en un brioso semental marrón con la
facilidad y la gracia de un hombre mucho más joven. Favonio sabía que apenas se
perdieran de vista los valles de Anfípolis, César desmontaría y seguiría
marchando a pie. Los caballos eran para las batallas, para los desfiles y para
los espectáculos. ¿Cómo podía un hombre tan seguro de su propia majestad tener
los pies tan firmemente apoyados en la tierra? Una mezcla curiosísima, Cayo
Julio César. El escaso cabello dorado revoloteando como cintas al penetrante
viento procedente del mar Egeo, la columna vertebral absolutamente recta, las
piernas colgando sin apoyo, tan poderosas y nervudas como siempre. Uno de los
hombres más apuestos de Roma, aunque nunca un niño bonito como Memmio ni un
hombre decadente como Silio. Descendiente de Venus y Rómulo. Bien, quién sabía.
Quizá fuera cierto que los dioses amaban a los mejores de los suyos. ¡Oh,
Catón, no sigas haciéndole frente! Nadie puede con él. Será rey de Roma... pero
sólo si quiere serlo.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
lunes, 1 de septiembre de 2014
REFLEXIONES DE MARCO FAVONIO ACERCA DE CAYO JULIO CÉSAR, DESPUÉS DE HABER OBTENIDO SU CLEMENCIA
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