¡Qué escándalo, Lucio! Por fin la Reina de las Bestias ha
prevalecido. Marco Antonio ha hecho su triunfo en Alejandría en lugar de Roma.
Oh, hubo diferencias, pero nada sobre lo que poder escribir. En cambio, sí que
se me obliga a escribir sobre las similitudes. Aunque él dice que el botín es
más grande que el que Pompeyo Magno le quitó a Mitrídates, la verdad es que, si
bien es muy grande, no es tan grande. Incluso así, pertenece a Roma, no a
Antonio. Quien, al final de su desfile por las anchas calles de Alejandría
acompañado por los ensordecedores gritos de miles y miles de gargantas, entró
en el templo de Serapis y dedicó los despojos. Sí, permanecerán en Alejandría,
la propiedad de su reina y su niño rey. Por cierto, Poplicola, Cesarión es la
imagen de César Divus Julius, así que detesto pensar en lo que podría sucederle
a Octavio si Cesarión alguna vez fuese visto en Italia, y mucho menos en Roma.
Hay muchas evidencias de la mano de la Reina de las
Bestias por todas partes. El rey Artavasdes de Armenia fue llevado en cadenas,
te lo puedes imaginar. Luego, cuando el desfile acabó, fue encarcelado en lugar
de estrangulado. En absoluto una costumbre romana. Antonio no dijo ni una
palabra sobre las cadenas o la vida perdonada. Él es su títere, Poplicola, su
esclavo. En lo único en lo que puedo pensar es que ella lo droga, que sus
sacerdotes preparan pócimas que tú y yo, simples romanos, ni siquiera podemos
llegar a comprender.
Te dejo a ti que decidas cuánto de todo esto deba ser
divulgado; Octavio seguramente podría sacarle algún partido, me temo que hasta
el punto de declararle la guerra a su compañero triunviro.
POSTDATA.- ¡Oh, Poplicola, esto va de mal en peor!
Totalmente engañado, Antonio acaba de participar de una ceremonia en el
gimnasio de Alejandría, más grande, desde que la ciudad fue reconstruida, que
el ágora y escenario de todas las reuniones públicas. Se construyó un enorme
podio dentro del gimnasio, con cinco tronos en sus gradas. En la más alta, un
trono. Un escalón más abajo, otro trono. Y otro poco más abajo, otros tres
tronos más pequeños. En el más alto se sentó Cesarión, vestido con toda la regalía faraónica. La
he visto a menudo, pero te la describiré brevemente para ti: una mitad blanca y
una mitad roja, una doble parte en la cabeza, muy grande y pesada, que se llama
doble corona. Un vestido de lino blanco plisado, un ancho collar de gemas y oro
alrededor del cuello y los hombros, un ancho cinturón de oro recamado con
joyas, muchos brazaletes, púberas, esclavas, anillos para los dedos y los pies.
Palmas y plantas de los pies, pintados a leña. Sorprendente, la mujer faraón,
Cleopatra, sentada un escalón más abajo, con la misma regalía, excepto que su
vestido estaba hecho de tela de oro y cubría sus pechos. En el escalón de abajo
estaban sentados los tres hijos que le había dado Antonio: Ptolomeo Alejandro Helios
estaba vestido con el atuendo de rey de Partía: tiara, collares de oro
alrededor del cuello, una blusa y falda con volantes y joyas. Su hermana, Cleopatra
Selene, vestida con algo a medio camino entre lo faraónico y lo griego, estaba
sentada en medio. Ya su otro lado estaba sentado un niño pequeño que aún no
debe de tener tres años, ataviado como el rey de Macedonia: un sombrero rojo de
ala ancha con la diadema atada alrededor de la corona, un clamis rojo, una
túnica roja y unas botas rojas.
La multitud era enorme, llenaba el gimnasio, que se dice
que tiene un aforo de cien mil, aunque, conociendo el Circo Máximo, lo dudo.
Habían montado tarimas, pero éstas estaban interrumpidas con material atlético.
Cleopatra y sus cuatro hijos estaban al principio, al pie del estrado, y Marco
Antonio entró montado en un magnífico caballo medo, un caballo gris con el
hocico, la crin y la cola negros. Estaba equipado con una montura de cuero
rojo, tachonada y con bordes de oro. Se bajó del caballo y caminó hasta la
tarima. Vestía una túnica y una capa rojas, pero al menos su armadura dorada
era de estilo romano. Debo añadir que yo, su legado, estaba sentado muy cerca,
disfrutando de una buena vista de los procedimientos. Antonio cogió a Cesarión
de la mano y lo guió por los escalones de la tarima hasta el trono superior y
lo sentó. La multitud lo aplaudió furiosamente. Una vez que el chico estuvo
sentado, Antonio lo besó en ambas mejillas, y luego gritó que por la autoridad
de Roma proclamaba a Cesarión rey de reyes, regente del mundo. La multitud enloqueció.
Luego llevó a Cleopatra a su trono, un poco más bajo, y la sentó. Fue
proclamada reina de reyes, regente de Egipto, Siria, las islas del Egeo, Creta,
Rodas, toda Cilicia y Capadocia. Alejandro Helios (su pequeña prometida estaba
sentada en un escalón, a su lado) fue proclamado rey de Oriente, todo al este
del Éufrates y todo al sur del Cáucaso. Cleopatra Selerte fue proclamada reina
de Cyrenaica y Chipre. Y el pequeño Ptolomeo Filadelfo fue proclamado rey de
Macedonia, Grecia, Tracia y todas las tierras alrededor del mar Euxino.
¿Mencioné Epirus? También recibió eso.
A través de todo esto, Antonio permaneció tan solemne
como si de verdad creyese en lo que estaba haciendo, aunque más tarde le dijo
que sencillamente lo había hecho para acabar con las protestas de Cleopatra. El
hecho es que una buena parte de las tierras mencionadas pertenecen a Roma, confundieron
la imaginación para que fuéramos testigos de que a estas cinco personas se las
proclamara soberanos de lugares que no tienen y no pueden gobernar.
¡Oh, pero a los alejandrinos les pareció maravilloso! En
raras ocasiones he visto tales aclamaciones. Después de finalizada la ceremonia
de coronación, los cinco monarcas bajaron del estrado y montaron en una especie
de carreta, una plataforma con ruedas donde habían montado cinco tronos. Debo añadir que Egipto debe de estar nadando en oro, porque los otros
diez tronos utilizados eran todos de oro puro, tachonados con tantas gemas que
resplandecían v brillaban más que una puta romana con cuentas de vidrio.
Esta carreta, tirada por diez caballos medos blancos -una carga lo bastante
liviana para que no tuviesen que tirar-, desfiló por la avenida Real, luego por
la avenida Canópica y acabó su viaje en el Serapeum, donde el sumo sacerdote,
un hombre llamado Cha'em, realizó un ritual religioso. Los espectadores fueron
agasajados en diez mil enormes mesas cargadas a tope con comida; algo que nunca
se había hecho antes, según tengo entendido, y que se hizo a petición de
Antonio. Fue incluso una pelea más salvaje que la que se da en una fiesta
pública romana.
Los dos acontecimientos -el«triunfo» de Antonio y la
donación del mundo a Cleopatra y sus hijos- me han dejado atónito, Poplicola.
He bautizado a esto último como las Donaciones. ¡Pobre Antonio! Está
atrapado en las redes de aquella mujer, lo juro. Una vez más te dejo a ti la
libertad de divulgar de todo esto, pero, por supuesto, Octavio tendrá los
informes de su propios espías, así que no creo que puedas ocultar el hecho
durante mucho tiempo. Si eres consciente de lo que se prepara, quizá puedas
tener oportunidad de rebatirlo.
( C. McC. )
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