La
batalla del Vesubio (73 a. C.) fue un enfrentamiento entre las tropas del
gladiador tracio Espartaco y las del pretor romano Cayo Cladio Glaber en el
marco de la tercera guerra servil, en los últimos años de la República Romana.
Espartaco
y sus seguidores habían derrotado a la desganada milicia de Capua gracias a su
pericia en el combate y a su mejor arma: la moral.
Tras
hacer acopio de armas y pertrechos, acamparon en el cráter del monte Vesubio.
El
embudo del volcán y sus abruptas laderas llenas de viñedos ofrecían una buena
protección a Espartaco y a sus tropas en el caso de tener que defenderse de una
fuerza persecutoria.
Una
posición elevada -en este caso una plaza fuerte natural- es siempre la mejor
opción defensiva.
El
Senado de Roma, cada vez más inquieto, envió primero al pretor Clodio Glaber, al mando
de cinco cohortes, es decir, unos 3.000 hombres.
No
eran tropas de primera clase, sino auxiliares, con la misión, aparentemente
policial, de limpiar la región de ese puñado de bandidos.
Cuando
Glaber se percata de lo peligroso que
resultaría un ataque frontal escalando las laderas del volcán, se decanta por
sitiar al enemigo, para provocar su rendición por hambre y, sobre todo, por
sed.
A tal
efecto, guarnece las vertientes de la montaña y dispone el grueso de sus
fuerzas en el único camino practicable, muy estrecho y difícil.
Era
la mejor opción estratégica, pero no hizo vigilar una muralla inaccesible, que
caía a pico sobre los bosques, de cara al mar.
Pese
a contar con una superioridad numérica de cuarenta a uno, iba a ser su
perdición.
Las
opciones para los esclavos eran tan claras como ineludibles: o morían por
escasez de alimentos y agua o huían por la única vía disponible.
Con
tales proporciones de desigualdad numérica, un enfrentamiento en campo abierto
hubiera sido una locura y, aunque esta superioridad quedaba anulada en el
estrecho camino de acceso a la cumbre, suponía enfrentarse en combate con
tropas entrenadas en el arte castrense y que igualmente disponían de refuerzos
inagotables, cuando los esclavos, aun siendo gladiadores algunos de ellos,
desconocían la táctica y el despliegue de tropas regulares.
Espartaco
no tenía la intención ni de morir lentamente en la cumbre ni de enfrentarse a
una proporción de fuerzas como aquella.
Sólo
vio una solución: por impracticable que pareciese, debía descender por el
precipicio que los romanos no se habían dignado a custodiar.
La
utilización de los recursos disponibles fue brillante.
Usando
los sarmientos de las viñas, que tanto abundaban, los esclavos construyeron
largas y sólidas escalas, por las que debían descender hasta el valle.
Amparados
por la oscuridad de la noche, con el máximo silencio, descendieron uno tras
otro, bajaron hasta el pie de la montaña.
El último de ellos arrojó las armas y después
descendió uniéndose a sus compañeros.
Pero
el exgladiador no se resignó a terminar su aventura con una simple fuga como
aquella, que consideraba deshonrosa, y quería hacer pagar al pretor los
sufrimientos que él y los suyos habían experimentado.
Por
lo tanto, su pequeño ejército rodeó el monte por la vertiente sur en un rápido
avance, guiado por pastores de la Campania, expertos conocedores de todos los
senderos de la región, y sin salir de los límites del bosque.
Realizar
este movimiento le llevó más de una hora.
La
pequeña fuerza dirigida por Espartaco se aproximó con sigilo y cayó sobre el
campamento de los romanos, pillándolos desprevenidos y desde la dirección que
menos se esperaban.
Se produjo una matanza terrible, el campamento
fue saqueado y los supervivientes se dieron a la fuga.
Espartaco
mató con su propia mano el caballo de Glaber,
y éste, protegido por sus centuriones, a duras penas logró escapar.
Los gladiadores rebeldes liderados por el
tracio Espartaco llegaron a aniquilan a unos 3.000
soldados romanos.
Éste
es un caso claro en que se menosprecia al enemigo y no se valora el terreno en
función de la distancia, la facilidad o la dificultad de desplazamiento, sus
dimensiones y su seguridad.
Glaber ni tan sólo había tomado la
precaución de proteger el campamento con suficientes guardias nocturnas, cuando
las normativas indican que ante la proximidad del enemigo, un campamento debe
estar rodeado, al menos, por un vallum elevado sobre el terreno y circundado
por un foso.
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