Recuerdo que en una ocasión
escuché a dos de las libertas de mi madre hablar del matrimonio moderno desde
el punto de vista de una mujer de familia. ¿Qué ganaban con él? se preguntaron.
La moral era tan disipada, que nadie se tomaba ya en serio el matrimonio. Es
cierto que unos pocos hombres chapados a la antigua lo respetaban lo bastante
como para tener prejuicios en contra de la acción de engendrar hijos en ellas por
amigos o servidores de la casa, y que unas cuantas mujeres chapadas a la
antigua respetaban los sentimientos de sus esposos lo suficiente como para
cuidarse de quedar embarazadas sólo por ellos.
Pero por regla general, en
la actualidad toda mujer bien parecida podía acostarse con cualquier hombre que
le diese la gana. Si se casaba y luego se cansaba de su esposo. como sucedía
habitualmente, y quería divertirse con algún otro, podía tener que vérselas con
el orgullo o los celos del marido.
Y, en general, tampoco se
veía en mejor situación financiera después de casarse. Su dote pasaba a manos
de su esposo, o de su suegro como amo de la casa, si éste todavía vivía. Y un esposo
o un suegro eran por lo común personas más difíciles de manejar que un padre o un
hermano mayor, cuyos puntos flacos la mujer conocía desde hacía tiempo. El casamiento
sólo representaba irritantes responsabilidades caseras.
Y en cuanto a los hijos
¿quién los quería?. Se entrometían en la salud y las diversiones de una mujer durante
varios meses, antes del nacimiento, y aunque tuviera una nodriza para ellos después,
necesitaba tiempo para recuperarse del desdichado asunto del parto, y con frecuencia
sucedía que su silueta quedaba estropeada después de tener dos. Ahí estaba como
ejemplo Julia; cómo había cambiado por el solo hecho de satisfacer obedientemente
el deseo de tener descendientes manifestado por Augusto.
Y del esposo de una dama,
si ésta lo quería, no podía esperarse que se mantuviese alejado de otras mujeres
durante el período de embarazo, y de cualquier modo prestaba muy poca atención
al niño cuando éste nacía.
Y después, como si todo esto fuese poco, en la actualidad las
nodrizas eran escandalosamente descuidadas, y los niños morían. Suerte que los
médicos griegos eran tan listos, si la cosa no había ido muy lejos: sabían
librar a cualquier mujer de cualquier hijo no deseado, en dos o tres días, y
nadie quedaba en peor situación ni se enteraba de nada.
Es claro que algunas
mujeres, incluso las muy modernas, tenían un anticuado anhelo de hijos, pero
siempre les quedaba el recurso de comprar un hijo, por adopción, a algún hombre
de cuna decente que estuviese muy apremiado por sus acreedores.
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