Es decisión mía que mueran los
proscritos. No voy a despilfarrar el dinero y el tiempo del Estado en juicios a
personas que son evidentemente culpables y traidores. Sus propiedades pasaran a
manos del Estado y se venderán en subasta. Y todo hombre o mujer que vea a uno
de los que figuran en la lista, no sufrirá represalias si lo ejecuta, e incluso
con ello se ganará dos talentos de plata a cargo del erario público.
Supongo que en mi ley Cornelia de
Proscripciones he tenido en cuenta todas las eventualidades: las propiedades de
la familia de todo proscrito pasaran a ser propiedad del Estado sin que pudieran transferirse a nombre de ningún vástago por inocente que fuese;
quedaran invalidados los testamentos de los proscritos, y no podrán heredar las
personas que se citen en ellos; los proscritos podrán legalmente ser asesinados
por cualquier hombre o mujer que se cruce en su camino, fuese hombre o mujer
libre, liberto o esclavo; la recompensa por asesinato o apresamiento de un
proscrito será de dos talentos de plata, a pagar por el Tesoro con cargo a las
propiedades confiscadas, habiendo de figurar este pago en los libros contables
públicos; los esclavos quedaban libres como recompensa, los libertos se
incorporaran a una de las tribus rurales, y todos los hombres -civiles o
militares- que, con posterioridad a la ruptura de la tregua por Escipión
Asiageno, hubiesen apoyado a Carbón o al hijo de Mario, serán declarados enemigos
públicos; todos los que ofreciesen ayuda o su amistad a un proscrito quedaban
despojados e interdictos de cargos curules, y se les prohibirá la compra de
toda propiedad confiscada o llegar a apoderarse de ella por otros medios; los
hijos y nietos de los que ya habían muerto serán castigados en la misma medida
que los hijos y nietos de los que aún vivían. Ahora bien, ese proceso de
proscripción cesará dentro de seis meses después, tiempo más que suficiente
para limpiar a Roma de todos sus enemigos, y para que se recupere el Tesoro de
Roma.
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