La
dignistas era la participación personal de un hombre en cuanto a la posición pública
que ocupaba en Roma y que implicaba su valía ética y moral, su reputación, su
derecho a respetar a sus iguales y a recibir un trato correcto por parte de
éstos y de los libros de historia. Se trataba de una acumulación del peso
personal como producto de las cualidades y obras propias y únicas. No tenía
nada de ver con lo material, fuera dinero o tierras, ni con la magnitud de su
auctoritas o su reputación política. Lo más importante era la esencia de Roma
en su conjunto.
La dignitas era el don más intangible de cualquier
noble. La en cambio la auctoritas representaba el ascendiente, la magnitud de
su influencia pública, su capacidad para influir en la opinión pública y en las
entidades públicas desde los sacerdotes a los encargados del Tesoro. La dignitas
era distinto. Era una cualidad profundamente personal y exclusiva, aunque se
proyectaba sobre todos los aspectos de la vida pública del individuo. La
dignitas resumía lo que un hombre era, como persona y como miembro destacado de
la sociedad. Era el conjunto de su orgullo, su integridad, su fidelidad, su
inteligencia, sus hazañas, su habilidad, su saber, su posición, su valía como
hombre... La dignitas perduraba tras la muerte, era el único medio con que
contaba el individuo para triunfar de la muerte. La dignitas era el triunfo del
hombre sobre la extinción de su ser físico. Por eso era el valor más alto al
que cualquier romano podía aspirar, y es lo que defendían de sí mismos
personajes tan célebres como Lucio Cornelio Sila o Cayo Julio César.
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