jueves, 10 de enero de 2019

REFLEXIONES DE CÉSAR OCTAVIO TRAS VENCER A CAYO CASIO LONGINO Y A MARCO JUNIO BRUTO EN LA BATALLA DE FILIPOS



Al regresar a Roma, seguiré con el triunvitato.  Yo me quedaré el oeste y le cederé a Antonio Oriente, donde labrará su ruina. Lepido puede quedarse con África y la Domus Publica; él no representa una amenaza para ninguno de los dos. Sí, tengo un sólido grupo de seguidores: Agripa, Estatilio Tauro, Mecenas, Salvidieno, Lucio Cornificio, Titio, Cornelio Galo, los Coceos, Sosio..., el núcleo de una nueva nobleza en expansión. Ése fue el gran error de mi padre el divino Julio. Quería conservar la antigua nobleza, quería que los de su partido llevaran todos los grandes apellidos de abolengo. No pudo establecer su autocracia dentro de un marco claramente democrático. Pero yo no cometeré ese error. Ni mi salud ni mis gustos me empujan al esplendor; nunca alcanzaré su magnificencia cuando se paseaba por el Foro ataviado de pontífice máximo con la corona del valor en la cabeza y aquel inimitable halo de invencibilidad. Las mujeres lo miraban y se derretían. Los hombres lo miraban y su propia inferioridad los corroía, su impotencia los impulsaba al odio.

 

Yo, en cambio, seré su pater familias, un padre amable, firme, afectuoso y sonriente. Les dejaré creer que son ellos mismos quienes gobiernan, y controlaré todas sus palabras y actos. Cambiaré los ladrillos de Roma por mármol. Llenaré los templos de Roma de grandes obras de arte, volveré a pavimentar las calles, engalanaré las plazas, plantaré árboles y construiré baños públicos, procuraré que las gentes del censo por cabezas tengan siempre el estómago lleno y todos los entretenimientos que deseen. Me llevaré el oro de Egipto para revitalizar la economía de Roma, soy muy joven y tengo tiempo para hacerlo.

 

Pero primero debo encontrar la manera de eliminar a Marco Antonio sin asesinarlo ni declararle la guerra. Todo es posible: la solución se esconde en las brumas del tiempo, esperando para manifestarse.


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