viernes, 1 de agosto de 2014

EL COMIENZO DE LA DECADENCIA ROMANA


Como no ha sido establecido el principio de sucesión o principiat, son las legiones las que hacen y deshacen emperadores.


Los dos primeros sucesores de Cómodo (Septimio Severo, 193-211 d. de J.C., y Caracalla, 211-217 d. de J.C.), obligados a apoyarse en el ejército, confieren a éste un papel que nunca habría debido tener: Desde 235 a 284 d. de J.C., el Imperio padecerá medio siglo de conjuras, guerras civiles y desastres, mientras que el aparato defensivo y las fortificaciones que protegen el Imperio en las fronteras (limes) son sacudidos por las primeras incursiones "bárbaras" (los persas en Siria y los germanos en el Rin y el Danubio).


Algunas provincias se organizan en "imperios provinciales" independientes, para luchar contra estas primeras invasiones (Póstumo, "emperador" de las Galias de 258 a 268 d. de J.C.; Odenato y la reina Zenobia en Palmira, 262-272 d. de J.C.).


El restablecimiento de la situación es obra de los emperadores llamados ilirios. Aureliano (270-275 d. de J.C.) restablece la unidad, y Diocleciano (280-305 d. de J.C.) instaura el principio de una división del Imperio en cuatro zonas, con cuatro capitales: Milán, Tréveris, Nicomedia y Sermio (en Serbia).


Es el sistema llamado de tetrarquía (gobierno de cuatro). De este modo, Roma deja de ser la capital del Imperio. Pero el sistema de Diocleciano no durará mucho, y Constantino (305-337 d. de J.C.) vuelve a ser un único emperador absoluto, que se construye una nueva capital: Constantinopla (inaugurada en 330 d. de J.C.).


Estas transformaciones tienen una prolongación social: Las ciudades pierden su papel económico, y los grandes propietarios rurales viven, como señores omnipotentes, en sus tierras, cultivadas por colonos.



El cristianismo, todavía combatido y perseguido por Diocleciano, es reconocido oficialmente por Constantino después de su conversión (Edicto de Milán, 313 d. de J.C.). A los herejes se les prohíbe reunirse (331 d. de J.C.) y se promulgan leyes, de inspiración cristiana, como la Constitución de Constantino (311 d. de J.C.).


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