Se decían los pensadores
sumerios que la vida está llena de incertidumbre y que el hombre no puede gozar
jamás de una seguridad completa, ya que es incapaz de prever el destino que le
ha sido asignado por los dioses, cuyos designios son imprevisibles. Después de
la muerte, el hombre no es más que una sombra impotente y errabunda en las
lúgubres tinieblas de los Infiernos, donde la "vida" no es más que un
miserable reflejo de la vida terrestre. Los sumerios aceptaban como una gran
verdad inmediata que el hombre había sido creado por los dioses únicamente para
su provecho y placer, y que, por lo tanto, no podía considerarse como un ser
libre; para ellos, la muerte era el premio reservado a la criatura humana, ya
que solo los dioses eran inmortales, en virtud de una ley trascendental e
ineluctable.
(Kramer, 1962)
No hay comentarios:
Publicar un comentario