domingo, 26 de abril de 2020

CAMPECHANÍA DE OCTAVIO AUGUSTO


 

Tuvo siempre horror al título de señor, como si comportase oprobio o injuria. Estaba un día en el teatro, y habiendo dicho un actor: ¡Oh, señor bondadoso y justiciero!, todos los espectadores, aplicándole estas palabras, aplaudieron con entusiasmo; contuvo en seguida con la mano y la mirada estas bajas adulaciones, y a la mañana siguiente publicó un severo edicto censurándolas. No permitió tampoco que sus hijos y nietos le diesen jamás este nombre, ni seriamente ni en broma, prohibiéndoles además entre ellos este género de lisonja. Procuraba no entrar en Roma o en cualquier otra ciudad, ni salir de ellas, sino por la tarde o por la noche, para no molestar a nadie con vanas ceremonias. Siendo cónsul iba ordinariamente a pie; cuando no lo era se hacía llevar en litera descubierta. Los días de recepción admitía hasta a las gentes del pueblo, y recibía con la mayor afabilidad las solicitudes que se le dirigían; cierto día reconvino jovialmente a uno que temblaba al darle un memorial, diciéndole que empleaba tanta precaución como para presentar una moneda a un elefante. Los días de sesión en el Senado no saludaba a los senadores sino en su sala y hasta sentados, nombrando a cada uno y sin que nadie ayudase su memoria, y al marcharse se despedía de ellos de la misma manera. Mantenía con muchos ciudadanos asiduo comercio de favores, y no dejó de asistir a sus fiestas de familia hasta la vejez, después de haberle molestado mucho un día la multitud en una fiesta de esponsales. El senador Galo Tirrino, con quien no le unía ninguna amistad íntima, habiendo quedado ciego de repente, quería dejarse morir de hambres fue él a verle, le consoló y le reconcilió con la vida.

 ( Suetonio )






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