Tenía la barba poblada, la frente espaciosa, la nariz aguileña, de
modo que su aspecto en lo varonil parecía tener cierta semejanza con los
retratos de Hércules pintados y esculpidos.
Procuraba él mismo acreditarlo con su modo de vestir, porque cuando
había de mostrarse en público llevaba la túnica ceñida por las caderas, tomaba
una grande espada y se cubría de un saco de los más groseros. Aún las cosas que
chocaban en los demás, su aire jactancioso, sus bufonadas, el beber ante todo
el mundo, sentarse en público a tomar un bocado con cualquiera y comer el
rancho militar, no se puede decir cuánto contribuían a ganarle el amor y
afición del soldado.
Hasta para los amores tenía
gracia, y era otro de los medios de que sacaba partido, terciando en los amores
de sus amigos y contestando festivamente a los que se chanceaban con él acerca
de los suyos. Su liberalidad y el no dar con mano encogida o escasa para
socorrer a los soldados y a sus amigos fue en él un eficaz principio para el
poder, y después de adquirido le sirvió en gran manera para aumentarlo, a pesar
de los millares de faltas que hubieran debido echarlo por tierra.
Con sus distracciones no
cuidaba de dar oídos a los que sufrían injusticias, trataba mal a los que iban
a hablarle, y no corrían buenas voces en cuanto a abstenerse de las mujeres
ajenas.
Cometió mayores violencias
según el mayor poder que tenía...
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