A
Terencia de su esposo Tulio, a Tulia de su padre ambas sus más queridas; y a su
amada madre y dulce hermana, de Cicerón hijo saludos afectuosos.
A
vosotras corresponde, y no solamente a mí, el decidir qué es lo que debéis
hacer. Si César va a volver a Roma sin amenaza ni
violencia, entonces podéis permanecer en casa, al menos por ahora; pero si en
un ataque de locura el hombre va a entregar la ciudad a sus soldados para que
la saqueen, temo que ni siquiera la influencia de Dolabella nos pueda servir de nada. Temo
también que ya estemos incomunicados y que ya no podáis salir, por mucho que lo
deseéis. Además, debéis tener en cuenta —y vosotras sois las que mejor lo podéis hacer— si todavía se encuentran en Roma
otras mujeres de vuestra categoría; si no las hay, entonces debéis estar muy
seguras de que podéis quedaros sin crear la impresión de estar al lado de
César. Tal como están las cosas ahora, no creo que podáis hacer cosa mejor que
estar aquí a mi lado —si es que nos dejan conservar nuestra posición— o, de lo contrario,
en una de nuestras casas de campo. Además, existe el
peligro de la escasez de alimentos en Roma. Haced el favor de consultar a
Pomponio o a Cornelio o a cualquier otro que creáis conveniente; pero ante todo
no perdáis el ánimo. Labieno (que acababa de desertar de César)
ha mejorado un poco las cosas para nosotros; también es una ayuda el que Pisón
se haya marchado de Roma haciendo así patente que condena la traición de César.
Escribidme siempre que podáis, queridas de mi alma, y contadme qué estáis
haciendo y qué ocurre en la ciudad. Mi hermano Quinto y su hijo, y también Rufo os envían
saludos. Adiós.
Minturna,
24 de enero (año 48 a. C.)
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