A los
griegos que se hallaban en las Termópilas el primero que les anunció que iban a
morir al rayar el día fue el adivino Megistias, pues lo había observado en las entrañas de las víctimas;
posteriormente, hubo asimismo unos desertores que les informaron de la maniobra
envolvente de los persas (esos sujetos dieron la alarma cuando todavía era de
noche); mientras que, en tercer lugar, lo hicieron los vigías, que bajaron corriendo
de las cumbres cuando ya alboreaba el día.
Los griegos, entonces, estudiaron la situación
y sus pareceres discreparon: unos se negaban a abandonar la posición, en tanto
que otros se oponían a ese plan. Finalmente, los efectivos griegos se separaron
y mientras que unos se retiraron, dispersándose en dirección a sus respectivas
ciudades, otros se mostraron dispuestos a quedarse allí con Leónidas .
Entretanto,
al salir el sol, Jerjes efectuó unas libaciones y, tras
aguardar cierto tiempo, poco más o menos hasta la hora en la que el ágora se ve
concurrida, inició finalmente su ataque (pues era eso precisamente lo que le
había recomendado Epialtes, ya que para bajar desde la montaña
se necesitaba menos tiempo, y el trecho a salvar era mucho más corto que para
subir a ella dando un rodeo). Los bárbaros de Jerjes se lanzaron, pues, al asalto y, en aquellos instantes, los
griegos de Leónidas, como personas que iban al encuentro
de la muerte, se aventuraron, mucho más que en los primeros combates, a salir a
la zona más ancha del desfiladero.
Durante los días precedentes, como lo que se
defendía era el muro que protegía la posición, se limitaban a realizar tímidas
salidas y a combatir en las zonas más angostas. Pero en aquellos momentos,
trabaron combate fuera del paso y los bárbaros sufrieron cuantiosas bajas,
pues, situados detrás de sus unidades, los oficiales, provistos de látigos,
azotaban a todo el mundo, obligando a sus hombres a proseguir sin cesar su
avance. De ahí que muchos soldados cayeran al mar, perdiendo la vida, y
muchísimos más perecieron al ser pisoteados vivos por sus propios camaradas;
sin embargo, nadie se preocupaba del que sucumbía. Los griegos, como sabían que
iban a morir debido a la maniobra envolvente de los persas por la montaña, desplegaron
contra los bárbaros todas las energías que les quedaban con un furor temerario.
Llegó, finalmente, un momento en que la
mayoría de ellos tenían ya sus lanzas rotas, pero siguieron matando a los
persas con sus espadas. En el transcurso de esta gesta cayó Leónidas, tras un heroico comportamiento, y
con él otros destacados espartiatas, cuyos nombres he conseguido averiguar, ya
que fueron personajes dignos de ser recordados, y, asimismo, he logrado
averiguar, en su totalidad, los nombres de los trescientos.
Por el cadáver de Leónidas se suscitó una encarnizada pugna
entre persas y lacedemonios, hasta que los griegos, merced a su valentía,
lograron hacerse con él y en cuatro ocasiones obligaron a retroceder a sus
adversarios. Esa fase de la batalla se prolongó hasta que se presentaron los
persas que iban con Epialtes; pues, cuando los griegos se
percataron de que dichos efectivos habían llegado, la lucha cambió radicalmente
de aspecto: los griegos se batieron en retirada hacia la zona más estrecha del
paso y, después de rebasar el muro, fueron a apostarse sobre la colina todos
ellos juntos a excepción de los tebanos.
En dicho lugar se defendían con sus dagas
quienes tenían la suerte de conservarlas todavía en su poder, y hasta con las
manos y los dientes, cuando los bárbaros los sepultaron bajo una lluvia de
proyectiles, ya que unos se lanzaron en su persecución y, tras demoler el muro
que protegía la posición, los hostigaban de frente, mientras que otros, después
de la maniobra envolvente, los acosaban por todas partes.
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