Es costumbre entre los romanos deificar a los emperadores que han
muerto, dejando a sus hijos como sucesores. Esta ceremonia recibe el nombre de
apoteosis. Por toda la ciudad aparecen muestras de luto en combinación con
fiestas y ceremonias religiosas. Entierran el cuerpo del emperador muerto al
modo del resto de los hombres, aunque con un funeral fastuoso. Pero luego
modelan una imagen de cera, enteramente igual al muerto y la colocan sobre un
enorme lecho de marfil cubierto con ropas doradas, que es expuesto en alto en
el atrio de palacio. La imagen refleja la palidez de un hombre enfermo. El
lecho está rodeado de gente la mayor parte del día. El senado en pleno se sitúa
en el lado izquierdo, vestidos con mantos negros; en el derecho están todas las
mujeres a quienes la dignidad de sus maridos o padres hace partícipes de este
alto honor. Ninguna de ellas lleva oro ni luce collares, sino que, vestidas de
blanco y sin adornos, ofrecen una imagen de dolor. Esta ceremonia se cumple
durante siete días. Cada día los médicos acuden y se acercan al lecho,
simulando que examinan al enfermo, y cada día anuncian que va peor. Luego,
cuando ven que ha muerto, los miembros más nobles del orden ecuestre y jóvenes
escogidos del orden senatorial levantan el lecho, lo llevan por la Vía Sacra, y
lo exponen en el foro antiguo, en el sitio donde los magistrados romanos
renuncian a sus cargos. A ambos lados se levantan unos estrados dispuestos en
gradas; en un lado se encuentra un coro de niños de familias nobles y
patricias, y en el opuesto hay uno de mujeres de elevado rango. Cada coro
entona himnos y cantos en honor del muerto, interpretados en un ritmo solemne y
lamentoso. A continuación vuelven a levantar en andas el fúnebre lecho y lo
llevan fuera de la ciudad, al Campo de Marte, donde han erigido, en el lugar
más abierto, una construcción cuadrada sin otro material que enormes maderos
ensamblados en un armazón a modo de casa. En su interior está completamente
llena de leña, y por fuera está decorada con tapices tejidos en oro,
estatuillas de marfil y pinturas diversas. Sobre este cuerpo se levanta otro,
semejante en forma y decoración, pero más pequeño y con ventanas y puertas
abiertas. Luego hay, un tercero y un cuarto, siempre el de encima menor que el
de debajo hasta que se llega al último, el más pequeño de todos. La forma de
esta construcción es comparable a las torres de luces que hay en los puertos,
cuyo fuego orienta de noche las naves hacia fondeaderos seguros; son las torres
normalmente conocidas con el nombre de faros. Suben luego el féretro y lo
colocan en el segundo compartimento. Esparcen entonces todo tipo de inciensos y
perfumes de la tierra y vuelcan montones de frutos, hierbas y jugos aromáticos.
No es posible encontrar ningún pueblo ni ciudad ni particular de cierta
alcurnia y categoría que no envíe con afán de distinguirse estos dones
postreros en honor del emperador. Cuando se ha apilado un enorme montón de
productos aromáticos y todo el lugar se ha llenado de perfumes, tiene lugar una
cabalgata en torno de la pira, y todo el orden ecuestre cabalga en círculo, en
una formación que evoluciona siguiendo el ritmo de una danza pírrica. También
giran unos carros en una formación semejante, con sus aurigas vestidos con
togas bordadas en púrpura. En los carros van imágenes con las mascaras de
ilustres generales y emperadores romanos. Cumplidas estas ceremonias, el
sucesor del imperio coge una antorcha y la aplica a la torre, y los restantes
encienden el fuego por todo el derredor de la pira. El fuego prende fácilmente
y todo arde sin dificultad por la gran cantidad de leña y de productos
aromáticos acumulados. Luego, desde el más pequeño y último de los pisos, como
desde una almena, un águila es soltada para que se remonte hacia el cielo con
el fuego. Los romanos creen que lleva el alma del emperador desde la tierra
hasta el cielo. Y a partir de esta ceremonia es venerado con el resto de los
dioses.
( Herodiano en "Historia del Imperio Romano después de Marco
Aurelio" )
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