El
enemigo una vez batido, cesaba de ser un «sujeto» para convertirse solamente en
un «objeto». El romano que lo había hecho prisionero le consideraba como una
cosa propia: si estaba de mal humor, lo mataba; si estaba de buen humor, se lo
llevaba a casa como esclavo y podía hacer de él lo que quisiera: matarlo,
venderlo, obligarlo a trabajar... Las tierras eran requisadas por el Estado y
cedidas en arriendo a los súbditos. Con mucha frecuencia se destruían las
ciudades y se deportaba a sus moradores.
(
Indro Montanelli en "Historia de Roma")
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