Flavio Valerio Constantino era hijo bastardo de Constancio
Cloro, el César de Maximiano, y ahora nuevo Augusto de Milán, que lo
había tenido de Elena, una doncella oriental convertida en concubina suya. Diocleciano,
al nombrar César, en Tréveris, a Constancio, le impuso librarse de aquella
compañera poco cualificada y contraer matrimonio con Teodora, la hija de
Maximiano. El chico no tuvo una buena educación de la madrastra, pero se la
hizo en el Ejército, al que se alistó muy joven. El otro Augusto, Galerio,
el de Nicomedia, llamó a su lado al brillante oficial: le apremiaba tenerle
como rehén en caso de sinsabores con el padre, su colega de Milán, que en
realidad había de quedar como subordinado suyo y a quien había impuesto, como
César a Severo. Para sí mismo tomó a Maximino Daya.
Pero Constancio no se sentía tranquilo en el cuartel general
de Galerio y tal vez tenía motivos para ello. Por lo que un buen día escapó,
cruzó toda Europa, se reunió con su padre en Bretaña, le ayudó notablemente a
ganar algunas batallas y le cerró los ojos pocos meses después en York. Los
soldados, que le apreciaban por sus cualidades de mando, le aclamaron Augusto.
Mas Constantino prefirió el más modesto título de César «porque —dijo— éste me
deja el mando de las legiones sin las cuales mi vida estaría en peligro». Y
Galerio, Augusto en funciones, aun cuando a desgana, le ratificó.
Pero entretanto, el título de Augusto, en Milán, era
disputado por dos aspirantes. En línea directa, hubiese debido corresponder a
Severo, el César en cargo. Pero el hijo de Maximiano, Majencio, apoyado
por los pretorianos, presentó su candidatura. Temiendo no conseguirla solo,
llamó en su ayuda a su padre, que volvió a tomar el cargo que había abdicado a
la par que Diocleciano; y con él marchó contra Severo, que fue muerto por los
soldados. Desde Nicomedia, Galerio trató de resolver el conflicto nombrando un
Augusto de su agrado, Liciano. Entonces, hasta Constantino salió en
campaña como Augusto. Para llevar el caos al colmo, Maximino Daza, el César de
Galerio, hizo otro tanto. Y así Diocleciano, regando sus coles en Spalato, supo
que su Tetrarquía se había convertido en un Hexarcado, todo de Augustos en
guerra uno con otro. Honestamente, no nos atrevemos a aturrullar más la cabeza
del pobre lector, ya puesta a dura prueba como la nuestra, con un enredo
semejante, siguiendo su desarrollo. Y llegamos a la conclusión de que fue
también el fin de la era pagana y el comienzo de la cristiana. El 27 de octubre
de 312 después de Jesucristo, los dos mayores aspirantes al trono, Constantino
y Majencio, se enfrentaron con sus ejércitos, unos veinte kilómetros al norte
de Roma. El primero, con hábil maniobra, acorraló al otro en el Tíber. Después,
Constantino miró al cielo y más tarde el historiador Eusebio, contó que
había visto aparecer en él una cruz llameante que llevaba inscritas estas
palabras: In hoc signo vinces. «Con este signo vencerás.
Aquella noche, mientras dormía, una voz le retumba en los
oídos, exhortándole a marcar la Cruz de Cristo en los escudos de los
legionarios. Al alba dio orden de que así se hiciera, y en vez del estandarte
hizo enarbolar un lábaro que ostentaba una cruz entrelazada con las
iniciales de Jesús. En el ejército enemigo fiameaba la bandera con el símbolo
del sol impuesto por Aureliano como nuevo dios pagano. Era la primera vez, en
la historia de Roma, que una guerra, se combatía en nombre de la religión. La
Cruz resultó vencedora, Y el Tíber, al arrastrar hasta su desembocadura los cadáveres
de Majencio y de sus soldados, pareció que barriese los residuos del mundo
antiguo.
No todo había terminado, pues quedaban aún Licinio y
Maximino. Con el primero se encontró Constantino en Milán el 313 después de
Jesucristo y el resultado de aquella entrevista fue el reparto del Imperio
entre dos Augustos y la publicación del famoso edicto que proclamaba el respeto
del Estado a todas las religiones y devolvía a los cristianos los bienes que
les habían sido arrebatados en las últimas persecuciones. Maximino murió,
Licinio casó con la hermana de Constantino, y por un momento pareció que los
dos emperadores podían dar vida a una pacífica diarquía.
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