Grecia sabía más de estas cosas; su vino resinoso, su pan
salpicado de sésamo, sus pescados cocidos en las parrillas al borde del mar,
enriquecidos aquí y allá por el fuego y sazonados por el crujir de un grano de arena, contentaban el
apetito sin rodear con demasiadas complicaciones el más simple de nuestros
goces (...) . El vino nos inicia en los misterios volcánicos del suelo, en las
ocultas riquezas minerales... una copa bebida a mediodía, a pleno sol, o bien
absorbida una noche de invierno, en un estado de fatiga que permite sentir en
lo hondo del diafragma su cálido vertimiento, su segura y ardiente dispersión
en nuestras arterias, es una sensación casi sagrada... no he vuelto a encontrarla
al salir de las bodegas numeradas de Roma, y la pedantería de los grandes
catadores de vino me impacienta.
( Marguerite Yourcenar en "Memorias de Adriano")
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