En el
angosto paso de las Termópilas, en el norte de Grecia, siete mil soldados griegos
se enfrentaron a la mayor fuerza de combate jamás reunida hasta entonces: casi
trescientos mil soldados del poderoso Imperio persa. A la vanguardia de los
helenos, estaban trescientos de los más feroces guerreros de la Antigüedad: los
espartanos. Era el año 480 a. C. Durante siglos, los expertos en historia
militar han mostrado un interés inusitado por estos espartanos debido a su
valentía, honor y sacrificio en las Termópilas, un enfrentamiento del que ninguno
de ellos salió con vida. Pero su importancia no sólo radica en cómo un puñado
de espartanos tuvo en jaque al Gran Rey persa. Además, la batalla de las Termópilas
es recordada como la confrontación que determinó el curso de la civilización
occidental y el destino de la democracia. En aquel desfiladero, pocos lucharon
contra muchos… y trescientos valientes libraron su última lucha, una gesta que
desde la Antigüedad ha alimentado la leyenda hasta convertirla en un auténtico
mito fundacional de la cultura europea.
En el
año 480 a. C., el Gran Rey Jerjes, gobernante del poderoso Imperio
persa, llegó al nordeste de Grecia a la cabeza de la mayor fuerza de combate
jamás reunida en el mundo antiguo. Las últimas estimaciones hablan de un
ejército de unos trescientos mil hombres, pero hay historiadores que creen que
podría haber alcanzado los dos millones. Una flota de alrededor de un millar de
barcos de guerra escoltaba al enorme ejército de tierra. Ningún griego había
visto pasar un contingente tan colosal de soldados dispuestos al combate. El
ejército persa resultaba una fuerza poderosa y prácticamente invencible en todo
el mundo antiguo.
Las
fronteras del Imperio persa se extendían desde el río Indo en la India, hasta
el río Nilo en Egipto. Disponía de una riqueza enorme. Durante varios años, el
rey Jerjes utilizó ese poder para reunir soldados, construir barcos y comprar suministros
y vituallas para su invasión de Grecia. Su intención era reducir la ciudad-estado
de Atenas a cenizas. « Existía una increíble diferencia de tamaño entre ambos
adversarios. Grecia contaba con una población de unos quinientos o seiscientos
mil habitantes y prácticamente no tenía influencia en el mundo. No era más que
un rincón en el mundo antiguo con una relevancia casi nula. El Imperio persa,
formado por multitud de pueblos distintos, era el mayor imperio del mundo en
esa época. Las fuerzas eran desproporcionadas» , explica Richard A. Gabriel,
historiador militar, profesor del U. S. Army War College y autor de Empires
at War.
Algunos
historiadores creen que Jerjes intentaba conquistar Atenas para ampliar su
imperio hacia el oeste. Otros opinan que su intención era castigar a la polis
por apoyar una rebelión contra Persia veinte años atrás. Defienden que el soberano
persa tenía el propósito de terminar con la sublevación de los griegos asiáticos
y conquistar Grecia para cortar definitivamente los apoyos que los colonos
recibían para sus aspiraciones de independencia en Asia Menor. Sea cual fuere
el motivo del ataque de Jerjes, se produjo en un momento crucial de la historia
de Atenas. « La democracia, uno de los cimientos de la civilización occidental,
era aún muy reciente y esta invasión amenazó con destruirla en sus primeros
pasos» , mantiene el arqueólogo y especialista en Oriente Próximo David George.
Ante
el peligro común, los griegos, como era tradicional, no coincidieron en sus
apoyos. Algunas polis, como las ciudades jonias de Asia, las insulares Andros, Thenos
y Paros, así como Tesalia y Beocia tomaron partido por Jerjes, bien por temor,
bien por interés económico. Otras decidieron permanecer neutrales. Los demás
pueblos griegos —cerca de una treintena, con Atenas, Esparta y los argivos a la
cabeza— se reunieron en Corinto y establecieron un pacto por el que se
comprometían a mantener una estrategia común y luchar juntos. Como primera
línea de resistencia, eligieron el angosto desfiladero de las Termópilas (que
traducido al castellano viene a ser algo así como Puertas Calientes, por los
manantiales calientes que aún hoy día se encuentran en la zona). La escuadra
aliada se establecería en el extremo de la isla de Eubea, junto a un santuario
dedicado a Artemisa. No consiguieron ponerse de acuerdo en un mando común. Así
que el espartano Leónidas se encargaría de defender las Termópilas con una
coalición de soldados de diferentes polis, además de sus famosos trescientos
guerreros espartanos. Mientras, el ateniense Temístocles protegería Atenas con
su flota.
Jerjes
reunió su ejército en la provincia persa de Lidia, en la actual Turquía, y
marchó mil trescientos kilómetros hacia Grecia bordeando el mar Egeo. Cuando
llegó en agosto del año 480 a. C. a las Termópilas, los griegos habían organizado
su defensa en un paso estrecho entre las montañas y el mar. En aquel sitio
histórico tendría lugar tres días de batalla que marcarían de un modo definitivo
el futuro de la humanidad.
LA
DURA VIDA ESPARTANA
En
esta época, Grecia no era todavía un país unificado, sino un conjunto de pequeñas
ciudades-estado que a menudo se enfrentaban por la supremacía regional. Las
mayores, Atenas y Esparta, eran rivales acérrimas. Pero en las Termópilas
dejaron de lado sus diferencias y se unieron para luchar contra su enemigo
común.
Al
frente del ejército griego escogieron al rey espartano y futuro héroe de las Termópilas,
Leónidas. Era uno de los hijos del rey agíada Anaxandridas II y
sucedió en el trono, probablemente en 489 o 488 a. C., a su hermanastro Cleómenes
I. Leónidas, como todo espartano, nada más nacer tuvo que enfrentarse al
primer desafío de su vida militar: ser examinado por un anciano en busca de
defectos. « Lo primero que hacía el Estado en cuanto un niño salía del útero de
su madre era examinarlo y decidir si era o no apto para vivir en esa sociedad»
, explica David George.
Se
trataba de una sociedad de guerreros extremadamente rigurosa; no admitían a
nadie que pudiese ser débil. « Si un bebé tenía cualquier mínima imperfección
lo llevaban a una colina sagrada para dejarlo morir allí. Lo único que
importaba eran los beneficios que el niño reportaría al Estado» , explica el historiador
y escritor Steven Pressfield, autor de Puertas de juego, novela histórica
que narra la vida de Xeones, un griego de la polis de Askantos que, tras
ver arrasada su ciudad, acaba como soldado del ejército espartano en las Termópilas.
Para
darnos cuenta del régimen de vida en aquella sociedad, en Esparta sólo dos personas
podían tener una lápida con su nombre: « un hombre que moría en combate y una
mujer que moría durante el parto. Los dos actos se consideraban dar la vida por
el Estado. El parto y la educación de los hijos no eran asuntos de la familia,
ni de un individuo, sino del Estado» , explica David George. Mientras que los
bebés fuertes sobrevivían, muchos de los hijos de estos guerreros perecieron,
convencidos sus verdugos de que no lograrían sobrevivir al programa de
adiestramiento espartano, cuyo objetivo era transformarlos en máquinas de matar.
Como
sabemos por el historiador y geógrafo griego Heródoto (484-425 a. C.), quien
recurrió a fuentes orales y escritas a la hora de narrar las guerras médicas entre
Grecia y Persia, en su Historia, primera fuente de información de la batalla de
las Termópilas, a la edad de siete años, todo niño espartano era alejado de su familia
para ingresar en los campamentos de instrucción militar. Hasta que cumplía esa
edad, pasaba con su madre la mayor parte del tiempo, su padre lo visitaba, tenía
una vida muy próxima a lo que consideramos la normalidad infantil. Pero,
después, pasaban a una especie de sistema estatal de educación, basado en una
severa vida militar.
El
joven Leónidas fue adiestrado y aprendió a matar bajo el duro concepto de « la agogé,
la educación espartana, consagrada al dominio de las armas y según la cual todo
lo que hacía un niño era entrenar durante doce años, hasta el momento de
ingresar en el ejército» , indica el escritor Steven Pressfield, quien ha
investigado diversas fuentes, de Heródoto a historiadores contemporáneos, para
describir al detalle las tácticas militares espartanas en su libro Puertas
de fuego. Su educación se centraba en la destreza militar, la
disciplina y la dureza. « Toda la sociedad lacedemonia estaba orientada a
intentar despojarte de tu identidad individual» , dice el arqueólogo David
George. Según el filósofo e historiador Jenofonte (431-354 a. C.), aquéllos que
no habían pasado por la agogé eran ciudadanos de categoría inferior que
no podían acceder a las magistraturas
ni a
los cuerpos de élite.
Para
asegurarse de que los chicos eran duros, se los azotaba en grupo hasta que
sangraban y el que más resistiese recibía grandes honores. El nivel de violencia
aumentaba conforme se hacían may ores. A medida que crecían, su formación era
cada vez más intensa. Estos adiestramientos podían incluso resultar mortales.
Era un modo de prepararlos a ver morir en los campos de batalla a sus amigos y
camaradas de juventud.
Una
de las pruebas finales de todo joven espartano consistía en introducirse en el
barracón de un ilota (esclavo) durante la noche y asesinarlo. « Cada cultura, a
lo largo de toda la historia, tiene su propia versión del rito masculino de iniciación.
En la sociedad espartana, uno no se convertía en un hombre hasta que estrangulase
a alguien hasta matarlo» , explica Richard A. Gabriel. Sin embargo, la clave de
este ritual no era el asesinato en sí. « Tenían que hacerlo sin que los descubriesen.
El objetivo de esta práctica era adiestrarlos en el arte de la evasión, el arte
de ser un buen soldado, el arte de ser sigiloso. Así que si los descubrían eran
castigados severamente» , añade.
A los
dieciocho años, como con el resto de los espartanos, la educación de Leónidas
terminó. Aprendió a matar o morir, e ingresó en el ejército. « Para los padres
espartanos, era uno de los momentos de su vida en que más orgullosos se sentían.
En especial para las madres, y a que daba sentido al sacrificio que habían hecho
por el Estado. A los siete años, enviaban a sus hijos a convertirse en guerreros,
y a los dieciocho, los mandaban a la batalla. Una de las historias más conmovedoras
es la de una madre espartana que envió a su hijo a la guerra y, al entregarle
el escudo, le dijo: “Regresa victorioso con tu escudo o como un cadáver sobre
él”. Es decir, gana la batalla o muere» , señala David George. « Los espartanos
fueron los primeros profesionales de la guerra entre los ciudadanos de las
polis. Todos los veranos iban hasta el paso que los separaba de la ciudad más
próxima y peleaban con fiereza entre si. Tenían sus espadas, sus lanzas y sus
escudos sobre la chimenea y, cuando llegaba la estación estival, iban a
machacarse los sesos unos a otros» , mantiene Pressfield. Así que los
conflictos regionales en los que participó Leónidas, sin duda, le sirvieron de
preparación para la batalla definitiva contra los persas en las Termópilas.
LA
ALIANZA DE ATENAS Y ESPARTA
En el
481 a. C., un año antes de la batalla de las Termópilas, un espía griego descubrió
que el rey persa Jerjes estaba movilizando su ejército de casi trescientos mil
hombres. Jerjes pretendía reducir la ciudad-estado griega de Atenas a cenizas.
Cuando los atenienses descubrieron el plan del Gran Rey, se dieron cuenta de
que necesitarían ayuda, por lo que hicieron un llamamiento general a sus
aliados y amigos para que vinieran a defender Grecia. Su llamada no causó
demasiado efecto porque nadie concebía Grecia aún como una nación. Entonces no
era más que un conglomerado de ciudades-estado que luchaban entre sí con más
frecuencia de la que luchaban juntos. A pesar de sus malas relaciones, los
atenienses consiguieron la ayuda de uno de sus principales rivales regionales:
los espartanos.
Según
era costumbre en la época, antes de decidir si ayudarían a los atenienses, los
espartanos consultaron a un oráculo. Eran un pueblo muy religioso, y una de las
formas más comunes de interpretar la voluntad de los dioses era consultar a una
pitonisa o sacerdote que, supuestamente, daba la respuesta de la deidad. Sobre
todo, eran muy devotos del oráculo de Delfos, en la falda del monte Parnaso,
que desde aproximadamente el año 1400 a. C. era uno de los santuarios griegos
más sagrados y consultados para cualquier empresa importante.
En un templo erigido al dios Apolo sobre una pequeña grieta, una pitia o pitonisa recibía a los que buscaban orientación y caía en un estado similar al trance. Según algunos expertos, la explicación al éxtasis del oráculo podría estar en los vapores de etileno que emanan de la intersección de tres profundas fallas existentes en la tierra. Sea como fuere, en aquella ocasión el oráculo habló a la pitonisa del templo: « Hombres de Esparta, vuestra gloriosa ciudad será tomada por los hijos de Persia o toda Esparta deberá llorar la pérdida de un rey… Un rey descendiente del gran Hércules» , dijo.
En un templo erigido al dios Apolo sobre una pequeña grieta, una pitia o pitonisa recibía a los que buscaban orientación y caía en un estado similar al trance. Según algunos expertos, la explicación al éxtasis del oráculo podría estar en los vapores de etileno que emanan de la intersección de tres profundas fallas existentes en la tierra. Sea como fuere, en aquella ocasión el oráculo habló a la pitonisa del templo: « Hombres de Esparta, vuestra gloriosa ciudad será tomada por los hijos de Persia o toda Esparta deberá llorar la pérdida de un rey… Un rey descendiente del gran Hércules» , dijo.
«
Leónidas creyó que el oráculo se refería a él, a que su muerte, su sacrificio, salvaría
Esparta» , asegura David George. Convencido de ser un descendiente de Hércules
al que los dioses habían elegido para salvar Esparta, anunció a los ancianos
espartanos que ayudaría a los atenienses a luchar contra los persas. Su decisión
tuvo una explicación mítica, pero también estaba motivada por el temor a una
posible amenaza persa a su ciudad-estado. « Tuviese o no Jerjes la intención de
ocupar Grecia, los espartanos creían que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”
y decidieron unir fuerzas con los atenienses. Además, si iban a defenderse de
los persas mediante un ejército conjunto, lo más lógico es que lo dirigiesen
los mejores soldados de Grecia» , señala Richard A. Gabriel. Sin embargo, el
consejo espartano no estaba plenamente convencido y sólo permitió que Leónidas
llevara un pequeño ejército de trescientos hombres. Según apuntan algunos historiadores,
cuando Leónidas solicitó la dispensa para alinear a sus tropas, eludiendo la
celebración de la festividad religiosa de Carneia (período en que los soldados
griegos no podían luchar ni hacer maniobras militares por respeto a los dioses)
no obtuvo la autorización. Sólo pudo contar con trescientos hombres de su
guardia personal con los que habría de intentar, junto a los aliados, bloquear
el paso hasta que, pasada la fiesta religiosa, el resto de su ejército fuera autorizado
a reunirse con él.
Así que
Leónidas escogió a sus mejores guerreros… pero sólo a aquéllos que ya habían
engendrado un heredero varón para que, caso de morir, garantizaran que su
linaje sobreviviría. « No sabemos si Leónidas desde un principio pensó que se
trataba de una misión suicida. Lo que sí comprendió es que seria una batalla magnífica
que reportaría gloria a Esparta y a él mismo. Lo cual era una gran motivación»
, sostiene el historiador militar Gabriel. « Los otros nueve mil espartanos del
ejército, que no habían sido seleccionados para ir al combate y que también
habían nacido para luchar, sabían que eran excluidos, ellos y sus familias, de
la inmortalidad, además, por supuesto, de no participar en la salvación de
Grecia» , asegura Steven Pressfield. Leónidas se enfrentaría a un reto
formidable. Combatiría contra una fuerza bélica que dominaba el mundo desde
hacía casi un siglo.
EL
PODEROSO IMPERIO PERSA
Remontémonos
a setenta años antes de la batalla de las Termópilas. En el año 549 a. C., Ciro
II el Grande unificó todas las tribus de lo que hoy es la región central de
Irán. Asaltó las montañas con un ejército que se componía de infantería ligera y
pesada y de caballería. Entonces él y a se había percatado de la importancia de
la caballería y, contratando tribus de jinetes expertos, dio comienzo a una tradición,
que en aquella época formaba aproximadamente el veinte por ciento del ejército
persa, mientras el restante ochenta por ciento lo componía la infantería. Esta
combinación hacía que los persas fueran imbatibles en las llanuras de Asia.
Cuando la infantería atacaba la línea del frente del enemigo, la caballería
atacaba los flancos, haciendo que se descompusieran. Con estas técnicas, en el
transcurso de veinte años, Ciro conquistó cuatro grandes reinos de Asia: Media,
Licia, Lidia y, finalmente, en el año 539 a. C., la poderosa Babilonia. Así el
imperio que gobernó se extendió desde la India hasta Egipto. El Imperio persa
fue el más grande y próspero en la larga historia de los imperios de Oriente
Próximo.
Ciro
dividió su imperio en veinte provincias, llamadas « satrapías» , al mando de
las cuales había un gobernador o sátrapa cuy a traducción en castellano vendría
a ser « protector de la tierra o país» , quien en lugar de obligar a los pueblos
conquistados a adoptar las creencias persas, les permitía gobernarse a sí mismos
y practicar su propia religión. « Mientras pagasen impuestos al gobierno
central —explica Richard A. Gabriel—, en términos generales, podían mantener su
propia forma de vida. No intentaron imponer una única religión, ni siquiera un único
código civil» .
En
este sentido, muchos historiadores consideran a Ciro como un libertador. Este comportamiento
compasivo era casi desconocido en la Antigüedad y podría haber sido la causa de
la batalla de las Termópilas. El antecedente se encuentra en el año 546 a. C.,
cuando Ciro conquistó las colonias griegas de la provincia de Jonia, en la
actual Turquía. Según solía hacer, permitió que los gobernantes locales
permanecieran en el poder. El caso es que los sojuzgados griegos no deseaban el
dominio persa y las sublevaciones comenzaron. Unos cincuenta años más tarde, en
el año 499 a. C., las colonias griegas se rebelaron, lo que dio lugar a las
guerras médicas.
El
bisnieto de Ciro, el rey Darío I, dio a las satrapías una organización definitiva,
e incrementó su número a veintitrés. Los sátrapas eran elegidos directamente
por él, generalmente entre miembros de la nobleza. Ejercían el poder judicial y
administrativo, cobraban los impuestos, se encargaban del orden público y de
reclutar y mantener el ejército. Darío I se ocupaba de su supervisión. En un
principio permitió a los gobernantes locales de Jonia hacer frente a la
revuelta. Pero los rebeldes recibieron ayuda externa de su madre patria, Atenas,
que envió fuerzas para ayudar a la sedición. Con la ayuda ateniense, los
rebeldes destruyeron Sardes, la capital de Jonia. « El fuego comenzó a
extenderse de casa en casa hasta que el pueblo entero estuvo en llamas… y
Sardes fue reducida a cenizas. Entre sus ruinas se encontraba el templo de una
diosa nativa: Cibeles. Cuando los persas lo vieron destruido, lo utilizaron
como pretexto para incendiar templos en Grecia» , escribe Heródoto acerca de la
rebelión. Se había desencadenado la Primera Guerra Médica. Esta revuelta jónica
fue el origen de lo que sucedería durante los siguientes casi ochenta años
entre persas y griegos y terminaría por llevar a Atenas y Persia a un conflicto
abierto. Atenas había despertado a un gigante dormido. « El rey Darío se
enfureció hasta el punto de que ordenó que uno de sus sirvientes le dijese
antes de dar el primer mordisco a cada una de sus comidas: “Señor, acordaos
de los atenienses”. Darío juró vengarse de ellos» , indica Pressfield. En el
año 490 a. C., diez años antes de la batalla de las Termópilas, el rey persa
Darío había enviado su ejército a través del Egeo para destruir Atenas. Era el
momento de la venganza, que desembocó en una de las más célebres batallas de la
historia de Grecia: la batalla de Maratón . Pero el primer intento de venganza
de Persia contra Atenas fracasó estrepitosamente. Un gran imperio como Persia y
un gran rey no podían permitir un insulto a su prestigio como la derrota en
Maratón.
Darío
planeó otra invasión, pero falleció antes de llevarla a cabo. La responsabilidad
de la venganza pasó a manos de su hijo: Jerjes I, cuyo nombre significaba «
gobernador de héroes» . Fue coronado en octubre de 485 a. C. y pronto tuvo que
enfrentarse a varias rebeliones, en Egipto y en Babilonia, que fueron sofocadas
enérgicamente, antes de arriesgarse a cometer los errores de sus predecesores,
especialmente su padre, quienes no fueron muy afortunados en sus intentos de
conciliar a los pueblos sometidos con el régimen persa. Como todos los monarcas
de la antigüedad de Egipto, Siria o Persia, Jerjes fue educado para ser un rey
guerrero, por lo que, además de asistir a clases de filosofía, matemáticas y
tácticas militares, tuvo que aprender a luchar. Cuando se convirtió en rey,
Jerjes sólo tenía una cosa en mente: castigar a Atenas por su intromisión en la
revuelta jónica en Asia Menor. Durante diez años, planeó su impresionante
ataque. « Jerjes fue un hombre que nació para gobernar y fue educado para ser
tan buen guerrero como gobernante. Y lo consiguió. La única razón por la que
está mal considerado en Occidente, según parece, es porque trató de incendiar
Atenas» , mantiene Richard A. Gabriel.
PREPARATIVOS
DE JERJES
Jerjes
planificó la operación con sumo cuidado. Firmó alianzas y consiguió ganarse el
apoyo de algunos estados griegos (Tesalia, Macedonia, Tebas y Argos), reunió
una gran nota y un gran ejército. Además, mandó excavar un canal a través del
istmo que comunicaba la península del monte Athos con el continente europeo,
ordenó almacenar provisiones en escalas a lo largo de la ruta que recorría
Tracia y erigió un puente para atravesar el Helesponto, un estrecho de un
kilómetro y medio de ancho que conecta Asia con Europa, al sur del mar Negro.
Jerjes
necesitaba hacer que su ejército de trescientos mil hombres cruzase el Helesponto
(los Dardanelos). El trayecto entre Asia y Europa por tierra suponía rodear el
mar Negro, lo que suponía unos dos años de marcha y obligaría a Jerjes a
conquistar muchos otros pueblos. Para conseguir que su gran ejército cruzase el
Helesponto, ahorrándose tiempo y enfrentamientos, ordenó a sus ingenieros
construir un puente de pontones de un kilómetro y medio de largo con viejos
barcos de transporte. Así, en el año 481 a. C., logró algo imposible: caminar
sobre el agua.
« En
esa época se estaba produciendo una transición en el diseño de barcos. Se
podían comprar muchas naves viejas de carga por poco dinero. Adquirieron unas
setecientas embarcaciones y las amarraron entre sí formando un puente» , afirma
Gabriel. Los ingenieros de Jerjes utilizaron piedras para anclar cada barco por
la proa y la popa; después los amarraron entre sí con dos tipos diferentes de
cabos, uno de lino y otro de papiro. Utilizaron un sistema inventado por los egipcios
para convertir la médula pegajosa de la planta de papiro en una cuerda
resistente y duradera. « Los ingenieros de Jerjes emplearon estos cabos, de una
tecnología muy avanzada, para amarrar los barcos de costa a costa. A continuación,
clavaron tablones de madera sobre los barcos para crear una superficie plana
sobre la que pudieron marchar hombres y animales. Fue una asombrosa hazaña de
ingeniería» , explica Gabriel.
El
ejército persa cruzó el puente y comenzó la marcha por la orilla del mar Egeo.
Unos tres meses más tarde, Jerjes y sus trescientos mil hombres llegaron al
norte de Grecia. Avisada por un espía ateniense, la coalición griega y a había establecido
dos líneas de defensa. La primera se encontraba en la parte meridional de la
península, en el istmo de Corinto, para defender las ciudades-estado del
Peloponeso, entre ellas Esparta. La otra, la avanzadilla, estaba en el norte,
en el paso de las Termópilas. Aquí, el rey espartano Leónidas comandaba un
ejército formado por trescientos guerreros espartanos seleccionados entre los mejores
y siete mil soldados de otras ciudades-estado griegas. La coalición estaba
compuesta por hombres de Tegea, Fliunte, Corinto, Mantinea, Orcómeno, Tespis,
Micenas y Tebas, además de mil hoplitas focios y locrios del resto de
Arcadia.
Un
consejero persa informó a Jerjes de la presencia de los siete mil griegos que
bloqueaban el extremo este del paso. Su diálogo está descrito por Heródoto en
Historia, uno de los primeros informes sobre las Termópilas. « Estos hombres —escribe—
han venido para impedirnos tomar el paso y se están preparando según sus
necesidades. Si conseguís aplastar a estos hombres y someter al ejército que
permanece en Esparta, ningún pueblo, oh rey, levantará una mano contra ti» .
Aparentemente,
no era una fuerza de combate suficiente para oponer resistencia. Los persas
superaban a los griegos en una proporción de casi cincuenta a uno. En relación
al número de efectivos persas, Heródoto, en el Libro VII de su obra indica: «
No puedo en verdad decir detalladamente el número de gente que cada nación
presentó, no hallando hombre alguno que de él me informe. El grueso de todo el
ejército en la revista ascendió a un millón y setecientos mil hombres. El modo
de contarlos fue singular: juntaron en un sitio determinado diez mil hombres
apiñados entre sí lo más cerca que fue posible y tiraron después una línea
alrededor de dicho sitio, sobre la cual levantaron una pared alrededor, alta
hasta el ombligo de un hombre. Salidos los primeros diez mil, fueron después
metiendo otros dentro del cerco, hasta que así acabaron de contarlos a todos,
separados y ordenados por naciones» .
Sin
embargo, revisiones de la historiografía actual consideran poco realista esa
cifra y la reducen notablemente. La logística para mantener semejante masa combatiente
sería imposible en la Antigüedad; piénsese que aún para un número mucho menor,
Jerjes necesitaba que su flota fuese en paralelo a la costa, de la que él
tampoco se podía alejar, para que le proveyera de suministros. Los cálculos
actuales la sitúan entre doscientos y trescientos mil soldados —Eduard Meyer la
reduce a cien mil, y el general Von Fischer a cincuenta mil—; de cualquier
forma se trataba de un ejército colosal. Pero, a pesar de su inferioridad numérica,
en un brillante movimiento estratégico, los griegos superaron la ventaja
numérica persa al elegir las Termópilas como campo de batalla.
UN
PASO DEMASIADO ESTRECHO PARA UN GRAN EJÉRCITO
Se
cree que el desfiladero no tenía entonces más que medio pletro (quince metros)
en su tramo más estrecho. En el lado sur, se encuentra el monte Calidromo, de
unos 1500 metros de altura. Al otro lado, el mar. La base de la montaña es un
acantilado vertical de unos 91 metros. Al norte del paso hay otro acantilado
desde el que se domina el mar Egeo. Geográficamente, las Termópilas es un
cuello de botella natural entre el norte y el sur de Grecia, donde se
encontraban las principales ciudades. « Por lo tanto, Leónidas, los espartanos
y todos los griegos sabían que era el único lugar donde podrían oponer resistencia»
, indica Steven Pressfield.
Sin
duda, Leónidas era consciente de que las Termópilas era la llave para la conquista
de todo el norte de la Hélade, pero también una trampa para los enemigos. En un
desfiladero angosto, estrecho y de paredes tremendamente altas, no importa de
cuántos hombres se disponga, pues la superioridad numérica se anula con la
estrechez del paso. « Si observamos la batalla de las Termópilas a vista de
pájaro, vemos el estrecho paso que el ejército de tierra tenía que atravesar, y
eso representó una ventaja para los griegos, y a que podían utilizar una
pequeña cantidad de hombres para reducir el frente y ofrecer una defensa significativa»
, señala Richard A. Gabriel.
El
desfiladero convirtió la fuerza del ejército persa en su debilidad, ya que su enorme
tamaño se transformó en una desventaja: todos sus hombres habrían de atravesar
el angosto paso, lo que reducía su capacidad de maniobra. « En la Antigüedad no
se podía luchar con más hombres de los que podían combatir frente a frente. Por
lo tanto, si se logra reducir ese frente-a-frente a unos pocos cientos de
hombres, éstos pueden detener hasta un centenar de miles» , aclara el arqueólogo
David George.
Como
a menudo sucedía en el mundo antiguo antes de una batalla, Jerjes intentó
negociar con Leónidas. « Envió un mensaje que decía: “Estáis en inferioridad
numérica, os enfrentáis al mejor ejército del mundo. Deponed las armas y
viviréis. De lo contrario moriréis todos”. La posterior amenaza se convirtió en
una de las frases más famosas de Heródoto. El mensajero dijo: “Preparaos para
morir. Nuestras flechas cubrirán el sol”. A lo que Dienekes, un oficial de
Leónidas, respondió: “Mejor, así lucharemos a la sombra”» , cita Richard A.
Gabriel. Según parece, Jerjes esperó cinco días a que los griegos depusieran
las armas sobrecogidos ante la envergadura de su enemigo, pero no lo hicieron.
Hasta el último momento el Gran Rey no creyó que se atreverían a presentarle
batalla en condiciones tan dispares.
Leónidas
y sus guerreros se prepararon en la formación de combate habitual entre los griegos:
la falange, que entre los espartanos se estructuraba a partir de la unidad
menor, llamada enomotia, treinta y dos hombres formando ocho filas con un
frente de cuatro hombres. Cuatro enomotias componían un pentecostis,
cuatro pentecostis un lochos, unidad táctica de infantería
equivalente al moderno batallón, y siete lochos lo que los espartanos
llamaban un ejército y nosotros denominaríamos una división. Los hoplitas
combatían hombro con hombro, con escudos de bronce que cubrían desde el cuello
hasta la rodilla y con los que protegían al compañero que tuviesen al lado; una
prueba de la inquebrantable fe que tenían en el valor de sus compañeros y el
sentido de hermandad que les unía. Cada soldado podía atisbar bajo el escudo al
hombre que estaba a su derecha luchando, mientras el enemigo se enfrentaba a un
muro de escudos. El conocimiento del terreno y la técnica de falange daban a
los griegos ventajas estratégicas y tácticas. Pero, además, las armas griegas
eran más prácticas y ligeras.
COMIENZA
LA BATALLA
El
rey Jerjes cumplió su promesa de cubrir el sol con sus flechas, que lanzaron casi
cinco mil arqueros; éstos procedían de tribus de todos los rincones de su
imperio. Utilizaban arcos de madera de palma datilera, un material más barato pero
que disminuía su alcance. Así que sus lanzamientos desde bastante distancia cayeron
sobre los griegos con tan poca fuerza que no llegaron a perforar la pesada
armadura hoplita. Las flechas rebotaban en los escudos y en los cascos griegos,
prácticamente sin causar ningún daño.
Tras
el fracaso del ataque con flechas, los diez mil soldados de la infantería ligera
persa cargaron sobre los griegos. Los ejércitos persas se abatieron en oleadas
contra ellos, confiando en que su número y abrumadora superioridad acabasen
rápidamente con los espartanos, que parecían haberse empeñado en morir allí.
Pero el ejército persa se estrelló una y mil veces contra la perfecta formación
de combate de los espartanos. Los escudos hoplitas resistieron a las lanzas de
mil naciones. Jerjes veía cómo sus hombres calan contra aquel muro sin fisuras
de bronce. « Esa masa chocó con la falange griega, que no se movió de su
posición debido a que era demasiado compacta. Los griegos detuvieron la aplastante
carga. A continuación, pasaron al ataque. Utilizando su disciplinada falange
como arma ofensiva, las dos primeras líneas de soldados lanzaron un ataque
coordinado con sus lanzas por encima y por debajo del muro de protección» ,
señala Richard A. Gabriel.
Durante
ese primer día de batalla, los persas fueron objetivos fáciles. Su armadura era
escasa o inexistente y sus escudos de madera demasiado endebles. « La
infantería ligera persa —indica Gabriel— no estaba diseñada para este tipo de
batalla, sino para atacar a gran velocidad a ejércitos tribales desorganizados en
las amplias llanuras de Asia» . Los griegos resistieron el embate de las poderosas
tropas persas con bajas mínimas, mientras que los confiados persas sufrieron
numerosas pérdidas, lo que afectó a su ánimo. Dicen que aquella primera noche
Leónidas dijo a sus hombres: « Jerjes tiene muchos hombres, pero ningún
soldado» .
« El
primer día fue una verdadera carnicería. Los espartanos formaron hombro con hombro,
como si fuesen una gran roca, y dejaron que las oleadas de persas rompiesen sobre
ellos» , apunta Steven Pressfield. Atascados en el estrecho paso, los persas
fueron incapaces de maniobrar. Y tampoco pudieron utilizar su caballería. La
pendiente del monte Calidromo por un lado y el mar Egeo por el otro, impidieron
una maniobra lateral de la caballería persa. « En las dos batallas griegas que
más se han estudiado, Maratón y las Termópilas, se revela la brillantez de los
comandantes griegos a la hora de seleccionar terrenos en los que los persas no
pudiesen aprovechar su caballería. En Maratón ni siquiera la desembarcaron y,
aunque lo hubiesen hecho, no habría supuesto ninguna diferencia, y a que los
griegos se habían situado en un frente demasiado estrecho. Y lo mismo sucedió
en las Termópilas. La caballería habría resultado totalmente inútil» , explica
Gabriel.
TEMÍSTOCLES
Y LA BATALLA EN EL MAR
En el
paso de las Termópilas, el poderoso rey Leónidas y sus guerreros espartanos
lograron rechazar el ataque de la infantería ligera persa. Pero Jerjes no
dependía únicamente de su ejército para derrotar a Leónidas y alcanzar Atenas.
Frente a la costa de las Termópilas, en una estrecha vía de agua llamada estrecho
de Artemisio, aguardaba su armada; mientras se libraba la batalla en tierra,
los persas intentaron alcanzar la retaguardia griega por mar. La armada
ateniense se había situado en Artemisio, mientras que los persas estaban en Afetas,
en la otra boca del estrecho. El objetivo de los persas era atravesar la posición
griega, recorrer el angosto estrecho de Artemisio, de 9,6 kilómetros de ancho,
y desembarcar tropas detrás de Leónidas y sus guerreros para rodearlos.
El
ateniense Temístocles fue el encargado de detener a la flota persa. Muchos historiadores
lo consideran uno de los tácticos militares más brillantes de la Antigüedad. «
Cuando se alude a la batalla de las Termópilas, inmediatamente se piensa en los
trescientos espartanos o en Leónidas, pero, en realidad, el héroe anónimo de la
batalla, el artífice de todo, fue Temístocles» , mantiene Richard A. Gabriel.
El arqueólogo David George lo compara con « el Winston Churchill de su época» ,
por su talento político y por su capacidad como analista militar, con gran
visión de futuro. « De no ser por él, la batalla de las Termópilas no se habría
librado» , defiende.
Temístocles
era hijo de un comerciante. Si hubiese nacido en un período anterior de la
historia de Grecia, estaría relegado en un rango social inferior y nunca habría
conseguido el poder y la influencia que llegó a tener. Pero la democracia que
estaba a punto nacer en Atenas, permitió a Temístocles superar los obstáculos
de clase. En aquellos días, Atenas desarrollaba una intensa actividad marítima
y se convirtió en una fuerza económica y naval en el Egeo. Muchos varones
atenienses, entre ellos Temístocles, eran expertos marinos, capaces de navegar
por las peligrosas costas griegas. Además de su formación naval, Temístocles tuvo
una destacada carrera en el gobierno ateniense, de donde extrajo algunas de sus
más valiosas lecciones.
En
opinión del escritor Richard A. Gabriel, una de esas lecciones fue el arte de
la manipulación y la estrategia política. « No se trataba —afirma— de una política
despiadada como, por ejemplo, la de Roma, donde los políticos eran asesinados.
Temístocles usó su inteligencia y astucia para llegar al gobierno» . Son estas
habilidades las que, por ejemplo, le ayudarían a crear la armada que Atenas
necesitaba para enfrentarse a los poderosos persas.
En el
año 490 a. C., diez años antes de la batalla de las Termópilas, Atenas no poseía
más que unos cien barcos de guerra. Temístocles, que conocía las tácticas persas
de primera mano porque había participado en la batalla de Maratón, supo ver
algo que los demás generales griegos no vieron. « Los otros generales griegos consideraron
Maratón como un triunfo del ejército de tierra sobre la armada. Temístocles,
sin embargo, aprendió que no se puede utilizar el ejército de tierra a menos
que se tenga apoyo naval» , sostiene Gabriel.
Temístocles
fue nombrado Arconte en el 493 a. C., durante la Primera Guerra Médica.
Enseguida intuyó que, tras su humillante derrota en Maratón, los persas querrían
vengarse y regresarían para terminar lo que habían comenzado. Y no cometerían
el mismo error dos veces. En su opinión, los persas iban a llegar por tierra y
mar. « Temístocles —añade Gabriel— comprendió la sinergia entre el ejército
de tierra y la armada: la fuerza naval sólo podía apoyar al ejército de tierra
si dominaban la costa» . Así llegó a la conclusión de que el futuro de Atenas no
dependía de aumentar el tamaño de su ejército, que era y a bastante importante,
sino de aumentar su flota de guerra.
El
problema al que tuvo que enfrentarse fue que nadie le creía. Tanto los
generales atenienses como sus conciudadanos pecaban de una confianza excesiva
en el ejército y no creían que los persas fueran a regresar. Temístocles recelaba
del éxito de Milcíades en Maratón y se convirtió en uno de sus principales
rivales. Y tras la caída en desgracia del estratego, Temístocles tomó las
riendas de Atenas, preparándose para una nueva guerra contra los persas, lo cual
supuso tener que poner en práctica un par de estrategias que, probablemente,
salvaron el mundo griego.
En
primer lugar, convenció a Atenas de que necesitaba invertir en la armada. Y,
quizá aún más importante, encontró el dinero con qué hacerlo. Lo obtuvo en el año
483 antes de Cristo, tres años antes de la batalla de las Termópilas, tras el
descubrimiento de una nueva veta de plata en la mina de Laurión. Temístocles consiguió
que la nueva riqueza se invirtiera en la flota. Para ello incluso mintió, según
asegura el historiador militar Richard A. George, al hacer creer a los atenienses
que Egina, una pequeña isla rival, situada frente a la costa de Atenas, representaba
una amenaza para la seguridad de sus barcos mercantes. Convencidos los
atenienses de la amenaza, Temístocles logró materializar su plan original y la
flota ateniense se convirtió en la más poderosa de toda la Hélade. Así, cuando
los persas atacaron las Termópilas, junto a la costa estaba Temístocles, como
el jefe de una armada lista para hacer frente al enemigo en el angosto
estrecho. El primer movimiento de la flota persa fue enviar doscientos de sus
mil barcos hacia el sureste, rodeando la isla de Eubea. « Era un intento del
comandante persa para evitar que sus hombres gastasen su energía en un ataque
directo. Pensaba que los griegos no serían lo bastante estúpidos como para atacarles,
por lo que esperó en su base hasta que esa parte de su flota rodeara la isla y
a la flota griega» , sostiene Gabriel.
Pero
Temístocles hizo un audaz movimiento que sorprendió al comandante persa. A
última hora de la tarde, la flota griega dejó su base y desafió a la flota persa,
que tenía un tamaño casi seis veces may or. « Era sorprendente. Temístocles
tuvo el descaro de atacar a la poderosa armada persa, pero, además, a última
hora de la tarde. Esto indicaba que la batalla terminaría pronto, y a que el sol
no tardaría en ponerse y una batalla naval no se podía desarrollar en la oscuridad.
Así, Temístocles intentaba reducir al mínimo los daños que sufriría si la
batalla se complicaba, pues terminaría al caer la noche» , cuenta Gabriel. El
comandante persa ordenó que los ochocientos barcos que quedaban bajo su mando
entraran en el estrecho. A pesar de estar en inferioridad numérica, Temístocles
y su flota se lanzaron sobre los barcos persas en un feroz ataque, embistiéndolos
de costado o dejándolos sin remos y, por tanto, sin capacidad de maniobra. Sin
duda los griegos tenían las de perder, pero contaban con una gran ventaja: la
brillantez estratégica de Temístocles.
LA
INESPERADA VICTORIA NAVAL EN ARTEMISIO
Los
barcos de guerra atenienses y persas de esa época tenían tres filas de remos (trirremes).
Medían unos veintisiete metros de largo por unos cinco y medio de ancho y principalmente
estaban construidos con madera de pino, un árbol muy común en el Mediterráneo.
« Eran unos barcos ligeros, comparables a una trainera de competición. Su
finalidad era embestir y, por tanto, cuanto más ligero fuese, mayor velocidad
podría alcanzar» , apunta Richard A. Gabriel. Construido para ser veloz, el
trirreme contaba con un casco abierto. La cubierta tenía una o dos pasarelas de
madera longitudinales sobre las que se situaba el comandante y unos cuatro
marinos. A pesar de contar con una pequeña vela, el trirreme se propulsaba por
el esfuerzo de remeros, entre 170 y 220, situados en tres hileras de bancos una
encima de la otra. La proa del trirreme terminaba en un espolón, una fuerte y
robusta pieza de madera, generalmente de cedro, que es la más resistente,
recubierta de hierro, latón o cobre, que se sujetaba a la roda de la embarcación,
lo que le permitía embestir los barcos enemigos. Los trirremes podían recorrer
una distancia de dos mil metros a quince nudos, lo que permite un fuerte
impulso para la embestida. El diseño del trirreme marcó nuevos estándares de prestaciones
y versatilidad, y con su aparición las naves de guerra existentes hasta entonces
quedaron prácticamente obsoletas.
Cuando
los persas llegaron a las Termópilas y a Artemisio, los griegos habían añadido
a su flota más de un centenar de barcos. Aun así, la marina persa superaba a la
helena a razón de seis a uno. De nuevo, la superioridad numérica persa se
presentaba como una desventaja para los griegos. En el estrecho de Artemisio,
Temístocles contaba con unos doscientos barcos que no dudó en arrojar con
habilidad contra más de ochocientas naves persas. En opinión de Gabriel,
Temístocles hizo algo inesperado al atacar la flota persa a última hora de la
tarde. « Utilizando una bandera para hacer señales a su flota, Temístocles hizo
que todos los trirremes griegos retrocedieran lentamente hasta una zona más angosta
del estrecho y formaran un círculo, una táctica usual frente a enemigos superiores
en número, denominada kiklos. Tras una segunda señal, la flota griega rompió
rápidamente la formación y atacó los barcos persas. Se trataba de un movimiento
arriesgado con el fin de que los persas no atravesaran el estrecho de Artemisio,
y proteger así a Leónidas y los trescientos espartanos» .
El
combate con los trirremes no se fundaba en el abordaje sino en la habilidad de maniobrar
y la velocidad para buscar una posición favorable para embestir y abrir una vía
de agua en la nave enemiga. « El método más común — precisa Richard A. Gabriel—
consistía en acercarse de costado y en ángulo y romper los remos de la nave
enemiga; la nave atacante retiraba sus remos, y embestía el enemigo, lo dejaba
sin control y escapaba velozmente» . Por lo tanto, lo realmente importante no
era tanto el peso o el tamaño del barco, sino su velocidad. Además, era
fundamental que los tripulantes estuvieran adiestrados en el uso del espolón,
el arma por excelencia de estas embarcaciones.
En el
reducido espacio de Artemisio, la flota griega, de menor tamaño, infligió numerosos
daños a los barcos persas. Además, capturó treinta de las naves enemigas e hizo
numerosos prisioneros. « No sabemos con exactitud por qué a los griegos les fue
tan bien el primer día en Artemisio. Los griegos y los persas disponían del
mismo tipo de barco, todos eran trirremes, así que no hay razón para pensar en
una ventaja en cuanto a su velocidad» , explica David George. Cualquiera que
sea la razón, se trató de una gran victoria psicológica para la armada griega.
« Tuvo que ser una gran sorpresa para todos. Los persas no esperaban ser
derrotados por la pequeña flota griega y no creo que los griegos esperasen una
victoria de tanta magnitud» .
En
este primer día de batalla Jerjes fue sorprendido y avergonzado por Temístocles
y la armada ateniense y, además, perdió cerca de diez mil soldados de
infantería frente a Leónidas y los espartanos. En las Termópilas y Artemisio los
persas sufrieron grandes daños. Por la noche, cuando los persas regresaban a su
campamento a lamerse las heridas, estalló una terrible tormenta y los soldados de
Jerjes fueron acosados también por los truenos, el viento y la lluvia.
La flota persa de doscientos barcos que habla sido enviada a rodear la isla de Eubea fue sorprendida por la tormenta. El mar Egeo se tragó los doscientos barcos. Fue un augurio que los persas no pudieron soslayar… y que los griegos recibieron con satisfacción.
La flota persa de doscientos barcos que habla sido enviada a rodear la isla de Eubea fue sorprendida por la tormenta. El mar Egeo se tragó los doscientos barcos. Fue un augurio que los persas no pudieron soslayar… y que los griegos recibieron con satisfacción.
LOS
INMORTALES ENTRAN EN ACCIÓN
El
segundo día de la batalla, los atenienses y los espartanos se situaron en sus respectivas
posiciones defensivas: Temístocles en el estrecho de Artemisio y Leónidas y sus
trescientos espartanos en el paso de las Termópilas. « A la salida del sol del
segundo día, Jerjes decidió enviar a la élite del ejército persa: la sigilosa y
enmascarada infantería pesada conocida como “los Inmortales”. Diez mil hombres,
en silencio, avanzaron formando un rectángulo, directos hacia los espartanos.
No llevaban cascos, sino una capucha de tela fina llamada tiara, a través de la
cual podían ver» , describe el profesor del Saint Anselm College de New
Hampshire (Estados Unidos) Matthew Gonzales. El nombre de Inmortales proviene
de Heródoto que los llamó los « Diez Mil» o Athanatoi (literalmente, inmortales).
Comandados por Hidarnes, hermano de Jerjes, mantenía siempre la cantidad
de diez mil hombres. « Cada miembro muerto, herido o gravemente enfermo era
sustituido inmediatamente por otro, razón por la cual en apariencia nunca
morían» , apunta el escritor Steven Pressfield.
Los
Inmortales llevaban bajo sus túnicas corazas formadas por placas de escaso
espesor. Sus piezas de metal superpuestas no eran más gruesas que naipes y nada
podían hacer contra la fuerza y la precisión de las dory de los
espartanos. Un escudo de cuero y mimbre, una lanza corta con punta de hierro y
un contrapeso en el otro extremo, un arco y un carcaj con flechas, y una daga o
espada corta completaban sus armas. Pero de poco les sirvieron. Los escudos
persas de mimbre « funcionaban muy bien contra simples jabalinas o puñales o
para protegerse de flechas, pero comparados con los escudos de los griegos, que
eran de latón o bronce, no ofrecían resistencia a las lanzas de la infantería
griega» , indica Gonzales. Las lanzas de los Inmortales tampoco servían para
penetrar la armadura griega, mientras que las de los griegos llegaban sin
problemas hasta su objetivo. « Hombre a hombre, compañía por compañía, sección
por sección, no fueron rivales para los espartanos en el combate cuerpo a
cuerpo» , cuenta Pressfield.
Resultó
evidente: los Inmortales nunca habían luchado contra un ejército hoplita bien
entrenado, bien equipado y tácticamente tan flexible. Al final del segundo día,
el número de bajas entre los persas fue enorme y el ejército de tierra, una vez
más, había sido detenido. En dos días en la lucha en las Termópilas, Leónidas
había repelido todos los ataques de los persas y había perdido sólo unos pocos
hombres. Mientras tanto, frente a la costa, después de la terrible tormenta de
la noche anterior que había destruido los barcos persas que circunnavegaban
Eubea, Temístocles pudo concentrar sus fuerzas en un solo frente. Pero seguía
en una inferioridad numérica de cinco a uno. « Aunque los detalles exactos de
la batalla se desconocen —indica Gonzales— los trirremes griegos consiguieron
destruir de nuevo muchos barcos de guerra persas» . La derrota se volvía a
repetir, en el mar como en tierra. Los persas habían intentado de nuevo
derrotar a Temístocles y tampoco lo consiguieron. El frente griego seguía
resistiendo.
UN
PASO SECRETO PARA RODEAR A LOS GRIEGOS
La
irritación de Jerjes aumentó. « Era como si estuviesen atrapados en ese cuello de
botella y tuviesen que salir de ahí. Habían atacado con la infantería ligera y sufrido
una importante derrota. Habían atacado con sus mejores tropas, la infantería
pesada y sufrido otra importante derrota. El ejército se encontraba inmovilizado.
Tenían que comer cada día y no conseguían avanzar. La solución fue localizar
una ruta que rodeara la posición espartana» , explica Richard A. Gabriel. Tras
dos días de esfuerzos infructuosos por quebrar las defensas griegas en las
Termópilas, el rey persa encontró la solución que pondría fin a una de las batallas
más famosas y heroicas de la historia.
Un
pequeño sendero que partía del campamento persa y rodeaba el monte Calidromo
les permitió situarse detrás de las líneas griegas. Los historiadores no saben
con certeza cuándo descubrió Jerjes la existencia de este camino.
Algunos creen
que un espía griego llamado Enaltes —un espartano desechado en busca de
aceptación social, que al no conseguirla se convirtió en un traidor— se lo
mostró posiblemente durante el segundo día de la batalla. De esta forma, tras
comprobar que no podía atravesar la férrea defensa griega y sabiendo que su
suministro de alimentos se estaba agotando, Jerjes recibió la ayuda para
cambiar el estado de cosas de donde menos lo esperaba: de un griego.
Decidió
utilizar el sendero que le permitiría pasar la cadena montañosa sin tener que
atravesar el desfiladero « al anochecer del segundo día, después de que el
ataque de la infantería pesada hubiera fracasado. Ordenó un movimiento de
tropas al amparo de la oscuridad y diez mil hombres recorrieron ese sendero
rodeando la posición espartana» , cuenta Richard A. Gabriel.
Leónidas
conocía ese sendero y sabía que podía ser un punto débil en la retaguardia; por
eso días antes de que comenzara el enfrentamiento con los persas había situado
un millar hombres en la parte superior del paso, cerca de la localidad de
Focia. Este contingente estaba compuesto por focios. Sin embargo, cuando los
persas llegaron a la posición, la línea defensiva había desaparecido. « En lo
alto del risco estaba una intersección que llevaba hacia Focia y, por alguna
razón, estas tropas creyeron que el ataque se iba a producir en su patria, así
que se replegaron para protegerla y para defender a sus familias» , apunta Gabriel.
Hay historiadores que afirman que, sencillamente, los soldados que estaban
salvaguardando el camino al ver la magnitud de las tropas de Jerjes, se retiraron
sin presentar batalla. De cualquier forma, los persas encontraron el camino
libre.
En
medio de la noche, los exploradores griegos informaron a Leónidas de la deserción
de los focios. Pero cuando los griegos advirtieron la traición y a era
demasiado tarde. Sabiendo que su posición había sido rebasada y consciente de
la posibilidad de la derrota, Leónidas ordenó la retirada de la infantería
griega. « No podía ordenar sin más a cuatro mil soldados que dieran media
vuelta, entre otras razones porque el enemigo habría sabido de inmediato lo que
estaba ocurriendo y atacaría desde el frente. Pero, al mismo tiempo, no podía
esperar hasta estar totalmente rodeado. Tenía que retirar unidades
relativamente pequeñas progresivamente, con la esperanza de que ese movimiento
pasara inadvertido y el enemigo no descubriera que el frente se había reducido»
, señala Gabriel. Al amanecer, todas las tropas griegas se habían replegado.
Todas excepto Leónidas, los trescientos espartanos y unos mil soldados de la ciudad estado griega de Tespias. « Es poco conocido este dato de la batalla; alrededor de un millar de tespios decidieron quedarse y luchar con los espartanos hasta el final. Se desconoce porque la batalla de las Termópilas se ha mitificado en el transcurso de la historia, de modo que parece que sólo trescientos espartanos se enfrentaron a millones de persas. Pero no fue así» , asegura el arqueólogo David George. Eran poco más de un millar de hombres y sabían que iban a morir; rodeados de miles de soldados enemigos, resistieron negándose a abandonar. « Hubo un gran momento en el que los espartanos avanzaban hacia la línea del frente para morir y sus aliados se retiraban para sobrevivir. Para mí, ése es el momento más emotivo de la batalla» , señala Pressfield.
Todas excepto Leónidas, los trescientos espartanos y unos mil soldados de la ciudad estado griega de Tespias. « Es poco conocido este dato de la batalla; alrededor de un millar de tespios decidieron quedarse y luchar con los espartanos hasta el final. Se desconoce porque la batalla de las Termópilas se ha mitificado en el transcurso de la historia, de modo que parece que sólo trescientos espartanos se enfrentaron a millones de persas. Pero no fue así» , asegura el arqueólogo David George. Eran poco más de un millar de hombres y sabían que iban a morir; rodeados de miles de soldados enemigos, resistieron negándose a abandonar. « Hubo un gran momento en el que los espartanos avanzaban hacia la línea del frente para morir y sus aliados se retiraban para sobrevivir. Para mí, ése es el momento más emotivo de la batalla» , señala Pressfield.
¿Por
qué lo hizo? ¿Por qué Leónidas no retiró sus tropas y se fue con ellos? Hay
quien afirma que pretendía cumplir la profecía del oráculo, aquél que indicó que
« todas sus gloriosas ciudades serán tomadas por los hijos de Persia, o toda Esparta
deberá llorar por la pérdida de un rey » . En opinión de David George, en la
mente de Leónidas, ese sacrificio significaba salvar Esparta. « Ésa es la razón
por la que se quedó y decidió librar una batalla quijotesca que sabía que
estaba destinado a perder. No lo hizo para convertirse en un mártir o porque
hubiera sido adiestrado para quedarse y morir. Todo lo contrario. Como soldado
espartano, había sido adiestrado para actuar con sigilo, para robar, para
llevar a cabo maniobras de evasión. Pero, como espartano, creía en los oráculos.
Como espartano, su deber era quedarse y morir por el Estado» .
Desde una perspectiva militar, los motivos que pudieron inducir a Leónidas a permanecer allí pudo ser cubrir una retirada estratégica. Cada día que pudiera retrasar al enemigo, daba a los griegos que se retiraban la oportunidad de reconstituir el ejército y conseguir nuevas posiciones defensivas. « Los soldados que abandonaban las Termópilas todavía debían recorrer una gran distancia antes de reunirse con otras tropas. Básicamente, decidió permanecer allí para ganar un día o dos más; él mismo y su guardia personal se convirtieron en la cobertura de una retirada estratégica o táctica» , sostiene Gabriel.
Desde una perspectiva militar, los motivos que pudieron inducir a Leónidas a permanecer allí pudo ser cubrir una retirada estratégica. Cada día que pudiera retrasar al enemigo, daba a los griegos que se retiraban la oportunidad de reconstituir el ejército y conseguir nuevas posiciones defensivas. « Los soldados que abandonaban las Termópilas todavía debían recorrer una gran distancia antes de reunirse con otras tropas. Básicamente, decidió permanecer allí para ganar un día o dos más; él mismo y su guardia personal se convirtieron en la cobertura de una retirada estratégica o táctica» , sostiene Gabriel.
LA
ANIQUILACIÓN DE LOS TRESCIENTOS
Los
historiadores nunca sabrán por qué Leónidas decidió permanecer allí. Pero el recuerdo
de esa última batalla se ha mantenido por siglos. Tras dos días de repeler los
ataques persas y a pesar de saber que éstos habían descubierto el modo de
desbordar sus flancos, los espartanos el tercer día se prepararon con calma
para la batalla. « Los exploradores persas que los vigilaban vieron a los espartanos
haciendo ejercicios desnudos, untándose con aceite, aseándose, arreglando sus
largos cabellos y peinándolos y no comprendieron qué sucedía» , explica
Gonzales. Estaban preparando sus cuerpos para la muerte. Aseados y preparados
para el combate, se encaminaron al campo de batalla plenamente conscientes de
que seria por última vez.
«
Eran guerreros profesionales. Así se definían ellos mismos, así definían su posición
en la sociedad. En mi opinión, esperaban con placer esa batalla. Sabían que
estaban en inferioridad numérica pero pensaban que eran mejores. Probablemente
esperaban la batalla con placer desde una perspectiva psicológica y social» ,
matiza Gabriel.
Heródoto
describió el enfrentamiento final: « Por un lado, los bárbaros que rodeaban a Jerjes
progresaban hacia el frente. Por otro, los griegos que rodeaban a Leónidas, sintiendo
que estaban a punto de librar su última batalla y morir, avanzaron mucho más que
antes, hacia la parte más ancha del paso. Con la certeza de que la muerte venía
hacia ellos con los que se desplazaban en torno a la montaña, mostraron frente
a los bárbaros toda la fuerza que poseían y lucharon como unos locos a los que
no les importaba nada salvo ese momento» .
« No podemos saber con certeza lo que ocurrió durante el combate —indica Gabriel— pero seguro que, después de que los persas atacasen desde el frente y la retaguardia, los griegos rompieron la formación de falange. Una vez rota, los espartanos no fueron tan fuertes como lo habían sido los dos días anteriores» . El campo de batalla se convirtió en un caos donde, básicamente, cada uno luchaba por su vida. « Pese a su valeroso esfuerzo y los años de intenso y brutal entrenamiento militar, sólo era cuestión de tiempo que estos soldados fuesen aniquilados» , añade Gabriel.
« No podemos saber con certeza lo que ocurrió durante el combate —indica Gabriel— pero seguro que, después de que los persas atacasen desde el frente y la retaguardia, los griegos rompieron la formación de falange. Una vez rota, los espartanos no fueron tan fuertes como lo habían sido los dos días anteriores» . El campo de batalla se convirtió en un caos donde, básicamente, cada uno luchaba por su vida. « Pese a su valeroso esfuerzo y los años de intenso y brutal entrenamiento militar, sólo era cuestión de tiempo que estos soldados fuesen aniquilados» , añade Gabriel.
Heródoto
escribe que, al principio de la batalla, Leónidas fue alcanzado por las flechas
enemigas y que hubo una gran lucha entre sus hombres y los persas para llevarse
su cuerpo del campo de batalla. Narra que su oficial Dienekes, aquél que bromeó
ante la amenaza de los medos de disparar sus arcos hasta cubrir el sol con una
espesa nube de saetas, rescató el cuerpo de su rey y, junto a los pocos
soldados espartanos supervivientes, se retiró a la zona más estrecha del paso.
Los persas recurrieron a sus arqueros una última vez. Después, todos los espartanos
cayeron muertos. Su heroica muerte en el paso sirvió para que sus compañeros lograsen
sobrevivir y ganó tiempo para Grecia. Un gran relato heroico que se recordaría
siempre. En honor a aquellos soldados se grabó después en el desfiladero una
inscripción que reza: « Oh, extranjero, informa a Esparta que aquí yacemos
obedientes a sus órdenes» .
Después
de la matanza, Jerjes recorrió el campo de batalla. Había perdido en tres días casi
veinte mil hombres, entre los que estaban dos de sus hermanos. Ordenó que sus soldados
caídos fuesen enterrados para que el resto de su ejército no se desmoralizara
ante la visión de los cadáveres en descomposición. Jerjes mandó también que la
cabeza de Leónidas fuera cortada y clavada en una estaca. Ante Jerjes se abría
ahora el camino despejado. La ciudad-estado griega de Atenas estaba condenada.
ATENAS
ES REDUCIDA A CENIZAS
Jerjes
condujo su ejército a través de las Termópilas, haciendo que las tropas griegas
se dispersaran a su paso y devastando Beocia y el Ática. Algunas de la ciudades-estado
griegas que habían sido aliadas de Atenas se unieron a los persas por
conveniencia. Mientras, frente a la costa de Artemisio, Temístocles lograba detener
de nuevo a la flota persa, pero esta vez sufrió importantes bajas y perdió parte
de sus barcos. Tras la derrota de la defensa terrestre griega, ya no había ninguna
razón para que Temístocles siguiera defendiendo el estrecho de Artemisio y
decidió dirigir el resto de la flota hacia el sur para reagruparla y poder
continuar la lucha en un futuro.
Sabiendo
que la destrucción de Atenas, la cuna de la democracia, era inevitable, los atenienses
recurrieron al oráculo de Delfos en busca de consejo. « ¿Por qué os quedáis sentados
esperando la muerte? Huid hacia el punto más alejado de la Tierra… Zeus, el que
todo lo ve, os ofrece una pared de madera… Lo único que será indestructible y
os salvará a vosotros y a vuestros hijos» , dijo el oráculo. « Como era
frecuente en los oráculos, su significado era críptico, y muchos atenienses
creyeron que les estaba diciendo que permanecieran tras los muros de la Acrópolis.
Pero Temístocles consideró que los muros de madera hacían referencia a los buques
de la armada y que la ciudad debía ser evacuada» , señala George.
Dos
meses después de la batalla en las Termópilas, Jerjes cumplió su promesa de
vengar la quema de Sardes, la capital de Jonia, y la derrota en Maratón. Habían
hecho falta veinte años, dos grandes invasiones intercontinentales y la pérdida
de decenas de miles de vidas pero, finalmente, Jerjes redujo a Atenas a cenizas.
Sin embargo, los atenienses lograron evitar una matanza, la población no
combatiente evacuó la ciudad, buscando refugio en Trecén, Egina y Salamina,
mientras que la mayor parte de los hombres en edad militar se embarcaron para
dar la batalla con las naves. Las únicas victimas mortales fueron aquéllos que
se negaron a abandonar su templo y su dios en la Acrópolis. Los persas
saquearon y arrasaron todo, incluida la Acrópolis. Mientras, las fuerzas
espartanas y atenienses establecían su última línea de resistencia en el lado oriental
del istmo de Corinto, en el golfo Sarónico. Un mes después de la destrucción de
Atenas, los griegos lograron su propia venganza. Jerjes fue engañado por un
astuto mensaje de Temístocles para atacar en condiciones adversas a la nota
griega, en lugar de enviar parte de sus barcos al Peloponeso y esperar
simplemente la disolución del ejército griego tras un prolongado asedio.
Temístocles atrajo a las naves del rey persa al interior del estrecho de
Salamina, donde muchos atenienses se habían refugiado y donde trescientas
sesenta y ocho naves griegas esperaban a los persas. Aunque las opiniones de
los estudiosos difieren sobre los detalles exactos, parece que un agente doble
griego pasó información falsa a los persas sobre la posición de los griegos.
El
caso es que los persas entraron en el estrecho de Salamina y fueron
sorprendidos y rodeados por la nota griega. Temístocles destruyó gran parte de
la armada persa. La batalla naval librada en Salamina, en el otoño del 480 a.
C., fue mucho más que un revés en una campaña victoriosa para los persas hasta
ese momento. « Es, probablemente, el suceso estratégico más importante de esta guerra
entre persas y griegos. Los persas derrotaron a los griegos en las Termópilas e
incendiaron Atenas. Pero el daño que la armada griega infligió a la flota persa
en Salamina fue tan importante que Jerjes tuvo que retirarse. Tenía que regresar
a casa por mar y, si no contaba con los suficientes barcos de guerra para
defender su travesía, estaba condenado. Así que decidió abandonar Grecia para
no volver» , explica Gabriel.
Ante
la posible pérdida de la comunicación por mar con Asia Menor, Jerjes decidió retornar
a Sardes. Muchos historiadores lo consideran el principio del fin del Imperio
persa pues la confianza de los griegos creció hasta atacar a los persas en su
propio territorio. El ejército que dejó Jerjes en Grecia al mando de su cuñado Mardonio
fue derrotado en 479 a. C. en Platea, batalla en la que murió el propio
Mardonio. En el mismo año, la flota griega al mando del también espartano
Leotíquidas los derrotaba en la batalla naval de Mícala, cerca de Priene,
en Jonia. La posterior derrota persa en Sestos supuso la libertad de las ciudades
griegas de Asia Menor y la renuncia de Jerjes, que dejó de entrometerse en la
política griega.
« Los
griegos persiguieron a los persas en su regreso a Asia e incendiaron el gran puente
de pontones que éstos habían construido sobre el Helesponto. Dejaron que ardiera
en el mar Egeo pero, antes de quemarlo, retiraron los cabos de lino y papiro
que amarraban los barcos entre sí y los conservaron como trofeos. De hecho,
eran tan apreciados que los atenienses los depositaron en su recién
reconstruido Partenón» , cuenta el arqueólogo David George.
EL
IMPULSO A LA DEMOCRACIA
Las
diferentes ciudades-estado griegas, como Atenas y Esparta, lograron dejar a un
lado sus diferencias y pudieron unirse para luchar contra Persia como un solo pueblo;
esta unidad se aplicó por primera vez en el paso de las Termópilas. « No
solemos apreciar la gran importancia de las Termópilas, no desde una perspectiva
militar, sino desde una perspectiva simbólica y cultural. Grecia se estaba
convirtiendo en algo que nunca había sido. Estaba dejando de ser un batiburrillo
de pequeñas ciudades-estado para convertirse en una nación con un sentimiento
de unidad, que comenzaba a identificar sus propios valores y culturas no como
ciudades-estado individuales, sino como una nación, como un todo» , señala el
escritor Richard A. Gabriel.
Esta
opinión sin embargo peca de simplista desde el punto de vista de la historiografía
académica, pues el concepto de nación es muy posterior. Además, la división
entre los griegos se iba a hacer patente a continuación de las guerras médicas,
en la guerra del Peloponeso entre las distintas polis. Sería precisamente a
raíz de este conflicto entre griegos cuando algunos comenzaran a plantear la
idea de una unidad panhelénica, aunque ésta no se produciría hasta siglo y
medio después, porque fue impuesta por la fuerza con la conquista de toda
Grecia por Filipo de Macedonia.
Después
de la victoria de Salamina, Temístocles se convirtió en el hombre más admirado
de Atenas. Se dedicó a la reconstrucción de la ciudad, construyendo las
murallas y fortificando el Pireo. Pero la fama le duró poco. En el año 471 a.
C. fue relegado por ser partidario de una alianza con los persas frente a
Esparta, a la que veía como un peligro futuro para su ciudad. Caído en desgracia,
fue sustituido por Xantipo y Arístides, y se retiró a Argos, donde fue acusado
de fomentar el movimiento democrático. Para evitar la muerte, se refugió en el
único lugar que le abrió las puertas, el Imperio persa, que aceptaba a
cualquier político experimentado, incluso al causante de su anterior derrota.
Se refugió, pues, en la corte de Artajerjes I, hijo de su enemigo
Jerjes, quien le confió el gobierno de Magnesia de Meandro, donde falleció en
el año 460 a. C. Según cuenta la tradición, Temístocles se envenenó para no ayudar
al rey de Persia
en un nuevo intento de conquista de su patria.
Tiempo
después, Filipo de Macedonia (382-336 a. C.) daría un paso más al conquistar
las ciudades-estado griegas, y reunir Grecia bajo un único poder. Con el país
unido, su hijo, Alejandro Magno, destruyó el Imperio persa y expandió la cultura
griega por todo el mundo.
« Las
guerras se ganan quebrando la voluntad del enemigo de seguir luchando. Y, en las
Termópilas, Leónidas y los espartanos comenzaron a quebrar la voluntad de los
persas» , sostiene el catedrático de Estudios Helenísticos Guy McLean Rogers.
Para la mayoría de los historiadores, sin la resistencia en las Termópilas, los
persas muy posiblemente hubieran conquistado la Hélade y convertido esta parte
del mundo en una provincia más de su vasto imperio. Y tal vez hoy Occidente no
sería lo que es si Leónidas y los suyos no hubieran intervenido en el decurso
de la historia.
Tendrían
que pasar otros ciento cincuenta años para que los griegos se encaminasen a la victoria
sobre los persas. Pero, entonces, el recuerdo de la gloriosa hazaña de los trescientos
espartanos sirvió para alentar su espíritu de lucha. « Si los persas hubiesen salido
victoriosos —añade Rogers— la democracia se habría congelado. Y resulta inconcebible
que la democracia hubiese surgido en cualquier otro lugar de Oriente Próximo o
el mundo griego. Por lo tanto, en mi opinión, ése habría sido el fin de la
democracia» .
Durante
siglos, innumerables historiadores, filósofos, escritores, estudiosos militares
y pensadores han reflexionado sobre esta derrota que se convirtió en victoria
moral; una batalla perdida, pero que permitió a los griegos reorganizarse para
seguir luchando contra los persas, que acabarían vencidos en Salamina. Muchos
admiran y aprecian el heroísmo y la valentía de los espartanos aunque, tal vez,
lo más importante sea lo que esa batalla significó para la civilización occidental
y para el mundo. Una historia que merece la pena recordar porque fue uno de
esos acontecimientos esenciales que nos explican como europeos y occidentales.
Del Canal Historia
Del Canal Historia
Clicleando encima de la imagen, podréis llegar a un enlace desde el cual podréis descargar o ver la película sobre Temístocles “300: EL ORIGEN DE UN IMPERIO”:
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