viernes, 1 de agosto de 2014

VIAJES DE ADRIANO Y ORGANIZACIÓN




EL EMPERADOR VIAJERO

Después de Augusto, Adriano fue el gran organizador de la monarquía imperial. El Senado romano, que había cooperado con Trajano, se convirtió en puramente honorífico.





El nuevo emperador habría de recurrir sobre todo a los caballeros (equites) para cubrir las funciones de sus ministerios. El Consejo del príncipe, en efecto, del que formaban parte juristas tan renombrados como Salviano, se transformó en un organismo permanente que juzgaba en última instancia.





El edicto perpetuo reunía todas las actas de los pretores y, así, las leyes acumuladas se podían consultar fácilmente.




La cancillería archivaba la correspondencia imperial, las finanzas fueron centralizadas, los publicanos fueron sustituidos por funcionarios, los procuradores, que percibían los impuestos. Todos los cargos se hicieron accesibles a los simples ciudadanos.



Emperador pacífico que, al contrario que Trajano renunció a las conquistas orientales, Adriano, sin embargo, se hizo igualmente cargo del ejército y de la defensa de las fronteras, sin dejar de viajar y complaciéndose en inspeccionar las provincias más alejadas, en largos periplos que a veces duraban hasta cinco años.




Circulaba como un particular, casi sin escolta, con un séquito compuesto por técnicos, y sorprendió a los gobernadores y a los generales, ocupándose de todos los detalles de su administración: Mandaba construir un nuevo puente, promocionaba a uno, destituía a otro, trasladaba una legión, etc...




La Galia, la más rica y la más tranquila de las posesiones romanas, fue la primera en recibir su visita; después, el emperador vivió en Germania durante un año, inspeccionando los campos, reorganizando el limes -una línea de fortificaciones entre el Rin y el Danubio-, contemplando con inquietud los misteriosos bosques donde se ocultaban los gigantes rubios prestos a caer sobre los soldados de Roma.



A continuación, el emperador descendió por el Rin, penetró en las regiones belgas, visitó Britania -la actual Inglaterra- y, atravesando de nuevo la Galia, se estableció en Hispania -la Península Ibérica-.



Desde allí pasó a Africa y, antes de continuar su viajes hacia el Asia Menor, visitó el país de los faraones.



Pero, durante este viaje, Adriano se vio muy afectado por la misteriosa muerte de su amigo Antinoo, que le acompañaba, y que tal vez se dio muerte voluntariamente para cumplir la voluntad de un oráculo que había afirmado que sólo su desaparición permitiría al emperador realizar su destino.



ANTINOO


A partir de entonces, el hombre solitario que tomó el camino de regreso a su capital, no experimentó ya la misma vitalidad, refugiándose en el trabajo para huir de las horas vacías. Escribió, compuso una gramática y algunas poesías. Digno en este aspecto de sus predecesores, se dedicó con entusiasmo a los grandes trabajos urbanísticos.

Después volvió a partir, dirigiendo sus pasos esta vez hacia Grecia, Cartago, y nuevamente Egipto. La paz se vio perturbada entonces por una más de las muchas rebeliones de Judea.




Las legiones tardaron tres años en dominarla: Vencidos por el hambre, por la sed y por las armas, los rebeldes acabaron por sucumbir. Judea, llorando a sus hijos exterminados, o vendidos como esclavos, o dispersos, era un desierto, y de Jerusalén no quedó piedra sobre piedra.

En adelante, los judíos serían un pueblo errante, admitidos en Jerusalén un sólo día al año para gemir ante el Muro de las lamentaciones.

El emperador, enfermo desde hacía años y víctima de espantosos sufrimientos, rechazaba la muerte para no desertar de su puesto, pero, finalmente, expiró a los 62 años. Con él desapareció uno de los personajes más complejos y más atractivos de toda la historia de Roma (año 138).




ANTINOO




EL JOVEN ANTINOO

VISITA A LA VILLA DE ADRIANO DIGITALIZADA:


 

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