domingo, 10 de agosto de 2014

PRAECIA, LA PROSTITUTA MÁS FAMOSA DE LA ANTIGUA ROMA




La prostituta Praecia, con quien se había acostado medio Senado romano, con sus ya 40 años, había entrado en una especie de profunda inactividad marcada por la falta de estímulos y de intereses. Acomodada y decidida a mantener su independencia, era ahora una mujer demasiado mayor para suscitar pasiones, y, del mismo modo que muchas de sus colegas en el arte amatorio de menor fama, Praecia se había convertido en una especialista en fingimiento; pero, además, era una experta de gran inteligencia en juzgar caracteres. Por ello asumía cualquier relación sexual desde una posición de superioridad, segura de su capacidad para dar placer a su sumisa presa.


 Lo que a ella le gustaba era entrometerse en los asuntos de hombres que normalmente poco o nada tenían que ver con mujeres. Y lo que más le gustaba era entrometerse en política. Eso era para ella un bálsamo para su inteligencia y sus dotes.



El tablinum de Praecia, pues ella lo llamaba como los hombres, estaba armoniosamente decorado en azul celeste, crema y los precisos toques de oro. En cuanto a ella, era una mujer que se levantaba cada día para dedicarse a unos cuidados personales tan minuciosos como prolongados, que transformaban su físico en una especie de obra de arte. Aquel día lucía vestiduras de sutiles gasas color verde salvia, y se había peinado el pelo rubio claro como Diana cazadora, formando una geométrica cimera de la que irradiaban zarcillos que parecían naturales y no el resultado de un concienzudo retorcimiento frente al espejo. Los hermosos y serenos planos de su rostro no estaban pintados en exceso; Praecia no era tan tonta como para maltratar vulgarmente los dones de la Fortuna a pesar de que ya contaba cuarenta años.



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