Aunque Augusto y su lugarteniente Agripa habían comenzado a hacer de Roma una gran ciudad moderna, y aunque los Flavios la habían dotado de una espléndida serie de monumentos, corresponderá a los Antoninos dar a la Ciudad Eterna su aspecto más deslumbrante.
El primero fue Trajano que, enriquecido con el oro de los dacios, no contento con ofrecer a su pueblo suntuosas diversiones, emprendió trabajos inmensos.
Entre sus construcciones más insignes se encuentran un gigantesco acueducto, un nuevo puerto en Ostia, y el anfiteatro de Verona.
Pero la más célebre de todas se encuentra en Roma, y es conocida con el nombre de Foro Trajano. Situado en el centro de la urbe unía el Foro de César y el Foro de Augusto.
Allí, la civilización aparecía con toda su fuerza y nobleza, y esta construcción rivalizaba fácilmente con las más ambiciosas realizaciones de los arquitectos modernos, a los cuales, aun estando en ruinas, no ha cesado de proporcionar modelos.
El foro propiamente dicho era una amplia explanada empedrada, de 116 metros de longitud por 95 de anchura.
En el centro se levantaba la estatua ecuestre del emperador, en bronce dorado, a la que coronaban, entre las columnas de la galería, las efigies, más modestas, de los hombre que habían prestado un buen servicio al Imperio.
Desde allí se llegaba, ascendiendo tres escalones de mármol amarillo, a la basílica Ulpia, llamada así por el nombre de la familia de Trajano.
Esta basílica, de estilo orientalizante, todavía superaba en esplendor al Foro.
Más allá se extendían las dos bibliotecas, una dedicada a los volúmenes griegos, y la otra a los libros latinos y a los archivos imperiales.
En el centro del estrecho cuadrilátero que separaba los dos edificios se alzaba (y se alza hoy, casi intacta) la famosa Columna de Trajano:
- Con 38 metros de altura, de mármol blanco, estaba formada por 23 paneles componiendo una larga espiral en la que se hallaban representadas, desde la base hasta el capital, los principales episodios de las dos guerras dácias.
- Había grabadas 2.500 figuras, que demostraban la maestría de la escultura romana en el género del bajorrelieve histórico, inmortalizando las victorias alcanzadas por el emperador frente al enemigo.
Cerca de allí se alzaban construcciones de cinco plantas que contenían las 150 tiendas del mercado. Cuando se subían los peldaños de este edificio, se descubría la grandeza inigualable de este conjunto de monumentos, obra de un arquitecto general, Apolodoro de Damasco.
Trajano no se contentó con construir suntuosos edificios, sino que intentó también descongestionar la capital creando anchas calles y plazas públicas.
Estos trabajos eran indispensables para mejorar la suerte de los habitantes de la enorme aglomeración romana.
En efecto, se calcula que en el apogeo del Imperio, la población de Roma se acercaba al millón de habitante y el pueblo bajo, reunido en los suburbios, se amontonaba en casas de siete pisos cuyo material de construcción estaba sujeto a frecuentes incendios. En su Sátira III, Juvenal describe el terror que se apoderaba de los habitantes ante la menor alarma:
Quiero vivir en un lugar donde no haya incendios, donde la noches transcurran sin alarmas; (...) cuando el tercer piso es ya presa del fuego, tú no sabes nada. A partir de la planta baja existe el pánico, pero el que se asará el último será el propietario, que está protegido de la lluvia sólo por las tejas a las que las lánguidas palomas llegan a poner sus huevos.
¿Qué remedio podía ser eficaz en esos barrios donde las casa de madera estaban apretadas unas junto a otras? Ciertamente, los ricos podían evitar los peligros porque ocupaban, en los barrios elegantes, casas privadas, con refinadas comodidades, que abandonaban durante el verano para establecerse en las villas de los alrededores.
La más célebre de todas fue la que se hizo construir Adriano en Tívoli. Todas los monumentos y jardines que le habían gustado al emperador en el curso de sus viajes fueron reconstruidos allí: el conjunto de Tívoli, con sus fuentes cristalinas y sus armoniosos peristilos eran una de las maravillas del mundo.
Sin embargo, los emperadores tenían también el deber de proporcionar distracciones al pueblo, al que la excesiva prosperidad condenaba al aburrimiento.
El Circo Máximo, situado entre al Palatino y el Aventino, fue alargado y ensanchado en diversas ocasiones y, entre el Esquilino y el Celio, fue construido un amplio anfiteatro, conocido hoy con el nombre de Coliseo.
Trajano terminó las grandes Termas, cuyos cimientos habían sido puestos por sus predecesores, y Adriano erigió, en el Campo de Marte, un teatro y un estadio.
Los romanos podían disfrutar del fresco en los jardines de las colinas que rodean las ciudad: Janículo y Vaticano, donde se encontraba ya el Circo de Nerón.
Los emperadores quisieron levantar a Roma al nivel de su destino, y ahí están su esplendor y su majestuosidad para testimoniar la grandeza de su función histórica, que ha proporcionado al mundo modelos inolvidables: Todo el urbanismo occidental ha extraído lecciones de su espíritu ordenado.
EMPERADORES ROMANOS:
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RECONSTRUCCIÓN DIGITAL DE LA ANTIGUA ROMA:
VISITA A LA VILLA DE ADRIANO DIGITALIZADA:
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