La
flagelación pública era una de las cosas que marcaba las diferencias entre un
ciudadano romano y otros que no se les consideraba como tales.
No se
podía flagelar a un ciudadano romano, pero a los no ciudadanos sí. En el peor
de los casos a un ciudadano romano se le podía castigar y apalear con las varas
que componían las fasces de un lictor, pero su espalda era inviolable,
estaba legalmente protegida del contacto de un látigo de correas de cuero.
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