Acusado Lucio Pisón (en torno a 110 a. C. ) de haber
infligido graves e intolerables ofensas a los aliados de Roma, se libró del
trance de una muerte segura gracias a un hecho fortuito. En efecto, en el
momento mismo en que se le iba a comunicar la triste sentencia, cayó una tromba
de agua repentina. Pisón, que se hallaba postrado en el suelo besando los pies
de los jueces, se llenó el rostro y la boca de barro. Al verlo, los jueces
consideraron que ya había sufrido bastante.
( Valerio Máximo en sus "Hechos y dichos
memorables")
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