miércoles, 13 de agosto de 2014

CARTA DEL TRIBUNO DE LA PLEBE CAYO ESCRIBONIO CURIÓN AL PROCÓNSUL DE LA GALIA CAYO JULIO CÉSAR




Una idea brillante, César, la de reunir y editar tus Comentarios sobre la guerra en la Galia y ponerla al alcance de todo el mundo. Todos la están devorando y los boni, por no decir el Senado, se han puesto lívidos. No le corresponde, rugía Catón, a un procónsul que está al mando en una guerra que él dice que le fue impuesta a la fuerza, el anunciar a bombo y platillo su exaltado nombre y ensalzar sus hazañas por toda la ciudad. 


Pero nadie le hace ningún caso, pues las copias se agotan tan rápidamente que hay una lista de espera. No es de extrañar. Tus Comentarios son tan emocionantes como La Iliada de Homero, con la ventaja de que son reales y ocurren en nuestros días.


Tú sabes, naturalmente, que Marco Marcelo, el cónsul junior se está haciendo completamente odioso. Casi todo el mundo aplaudió cuando tus tribunos de la plebe le vetaron y le impidieron hablar de tus provincias en la Cámara en las calendas de marzo. Este año tienes buenos hombres en el banco de los tribunos.


Me asombró que Marcelo fuera mucho más allá y anunciase que la gente de la colonia que tú fundaste en Novum Comum no son ciudadanos romanos. Mantenía que tú no tenías poder legal para hacer eso, ¡aunque Pompeyo Magno lo tenga! Hablar de una ley para este hombre y de otra ley para aquel hombre... Marcelo ha perfeccionado ese arte. 


Pero para la Cámara es un suicidio decretar que las personas que viven en la orilla más alejada del Po en la Galia Cisalpina no son ciudadanos y que nunca lo serán. A pesar del veto tribunicio, Marcelo siguió adelante e hizo que el decreto se inscribiera en bronce y lo colgó públicamente en la tribuna de los oradores.


Lo que probablemente no sepas es que el resultado de todo esto es un enorme escalofrío de miedo que va desde los Alpes, en lo alto de la Galia Cisalpina, hasta la punta y el talón de Italia. La gente se muestra muy desconfiada, César. En todas las ciudades de la Galia Cisalpina se dice que a quienes le han dado a Roma tantos miles de sus mejores soldados ahora el Senado les informa de que no son lo bastante buenos. Los que viven al sur del Po temen que les despojen de la ciudadanía, y los que viven al norte del Po temen que no se les conceda jamás.


 Ese sentimiento está por todas partes, César. En Campania he oído decir a cientos de personas que necesitan que César vuelva a Italia, que César es el más infatigable adalid de la gente corriente que Italia ha conocido nunca, que César no permitiría esos insultos y groseras injusticias senatoriales. Este sentimiento se está extendiendo, pero ¿puede alguien, otros o yo, meterles en la cabeza a esos adoquines del grupo de los boni que están jugando con fuego? No.


Mientras tanto ese complaciente idiota de Pompeyo está sentado como un sapo en un pozo negro, ignorándolo todo. Está feliz. Esa arpía de cara congelada que es Cornelia Metela le ha apretado tanto las tuercas que él asiente, se crispa, empuja y se revuelca cada vez que ella le da un codazo. Y cuando digo codazo no me refiero a ninguna travesura, pues dudo de que hayan dormido alguna vez en la misma cama o que hayan echado un polvo contra la pared del atrio.


De modo que, ¿por qué te estoy escribiendo cuando en realidad nunca he sido amigo tuyo? Por varios motivos, y seré sincero acerca de todos ellos. El primero es que estoy muerto de asco de ver a los boni. Yo antes pensaba que cualquier grupo de hombres que tuviera tan cerca del corazón los intereses de la mos maiorum había de tener la razón de su parte, aun cuando cometieran asombrosos errores políticos.


 Pero supongo que en los últimos años he visto cómo son de verdad. Parlotean acerca de cosas de las que no tienen ni idea, y ésa es la única verdad. Es un mero disfraz para su propia incapacidad, para su total falta de sentido común. Si Roma empezara a desmoronarse materialmente alrededor de ellos, se limitarían a quedarse de pie parados y dirían que una parte de la mos maiorum había sido aplastada por una columna.


El segundo motivo es que aborrezco a Catón y a Bíbulo. Son los dos generales de salón más hipócritas que he conocido. Analizan tus Comentarios de la manera más experta, aunque ninguno de ellos podría mandar como jefe ni en una pelea de burdel. Que si hubieras podido hacer esto mejor o aquello con más rapidez, y cualquier cosa con más diplomacia, Y tampoco entiendo la ceguera del odio que te tienen. ¿Qué les has hecho tú a ellos? Por lo que yo veo, simplemente has hecho que parezcan tan pequeños como son en realidad.


El tercer motivo es que tú te portaste bien con Publio Clodio cuando eras cónsul. Su destrucción la provocó él mismo. Me atrevo a decir que la vena de heterodoxia de los Claudios que había en Clodio se convirtió en una forma de locura. No tenía idea de cuándo parar. Hace ya más de un año que murió, pero yo sigo echándole de menos. Aunque al final nos habíamos alejado un poco.


El cuarto motivo es muy personal, aunque está muy relacionado con los tres primeros. Me encuentro terriblemente endeudado y no sé cómo salir del apuro. Cuando mi padre murió el año pasado, pensé que todo se arreglaría por sí solo. Pero no me dejó nada. No sé dónde fue a parar el dinero, pero desde luego no quedaba nada después de que mi padre dejara de sufrir. La casa es lo único que heredé, y tiene una enorme hipoteca. Los prestamistas me apremian sin piedad para que les pague, y la estimable casa de finanzas que tiene la hipoteca amenaza con extinguir el derecho a redimirla.


A todo lo cual hay que añadir que quiero casarme con Fulvia. ¡Bueno, ahí tienes! Parece que te lo estoy oyendo decir. La viuda de Publio Clodio es una de las mujeres más ricas de Roma, y cuando muera su madre, lo que no puede tardar demasiado en suceder, será mucho más rica. Pero no puedo hacer eso, César. No puedo amar a una mujer del modo como la he amado durante muchos años y casarme con ella lleno hasta las cejas de deudas. El asunto es que yo nunca me imaginé que Fulvia llegara a mirarme nunca, pero el otro día me tiró una indirecta tan clara que me dejó hecho polvo. Me muero de ganas de casarme con ella, pero no puedo hacerlo. No hasta que haya pagado lo que debo y pueda mirarla directamente a los ojos.


Así que he aquí mi proposición. Tal como van las cosas en Roma, vas a necesitar al más capaz y brillante tribuno de la plebe que Roma haya producido nunca, porque los demás están babeando ante la mera idea de las calendas de marzo del año que viene, cuando tus provincias salgan a debate en la Cámara. Dicen los rumores que los boni propondrán una moción para despojarte de ellas inmediatamente y, gracias a la ley de cinco años, mandarán a Enobarbo para que te sustituya. Éste nunca aceptó una provincia después de su consulado porque era demasiado rico y demasiado perezoso para tomarse la molestia. Pero ahora sería capaz de ir andando cabeza abajo a Plasencia con tal de tener la oportunidad de sustituirte.



Si pagas mis deudas, César, te doy mi solemne palabra de Escribonio Curión de que seré el tribuno de la plebe más capaz y brillante que Roma ha visto jamás. Y de que siempre actuaré en defensa de tus intereses. Me pondré a la tarea de mantener a raya a los boni hasta que concluya el período de mi cargo, y no es una promesa yana. Necesito por lo menos cinco millones.

( C. McC. )


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