Tras penetrar tierras britanas, Cayo Julio César seguía irritable por la hostilidad del clima de aquella isla, como muy bien sabían sus legados, pero cuando acudió a saludar a Mandubracio nadie que no hubiera estado en contacto con César a diario lo habría sospechado. Muy alto para ser romano, miró a Mandubracio a los ojos desde su misma altura. Pero era más esbelto, un hombre muy grácil y con esa musculatura maciza en las pantorrillas que al parecer todos los romanos poseían; ello se debía al hecho de caminar mucho y hacer muchas marchas, como siempre decían los romanos.
CÉSAR INVADIENDO BRITANIA
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