¿Cómo era posible que se riera? Pero sí, se reía; después, cuando Servilia abrió los ojos de par en par al ver la erección de César, éste la atrajo hacia sí y la besó por fin en la boca. No como Bruto, que le metía la lengua hasta adentro y con tantas humedades que llegaba a revolverla; tampoco como Silano, cuyos besos eran reverentes hasta el punto que resultaban castos. Aquello era perfecto, algo con que deleitarse, a lo cual unirse, haciéndolo durar. Una mano le acariciaba la espalda desde las nalgas hasta los hombros; los dedos de la otra exploraban con suavidad entre los labios de la vulva, lo que la hacía temblar y estremecerse. ¡Oh, qué lujo! ¡La gloria absoluta de no preocuparse por qué impresión estaba produciendo, de no importar si era demasiado echada hacia adelante o demasiado retraída! A Servilia le daba lo mismo lo que pudiera pensar César de ella. Aquello era para ella. Así que se subió encima de él y le agarró la erección con ambas manos para conducirla a su interior; luego se sentó encima y comenzó a mover las caderas hasta que se puso,a gritar de éxtasis, tan traspasada y paralizada como un animal atravesado por la lanza de un cazador. Finalmente cayó hacia adelante contra el pecho de aquel hombre, tan lacia y acabada como aquel animal muerto.
Pero César no había acabado con ella. El acto sexual continuó durante lo que parecieron horas, aunque Servilia no supo en qué momento alcanzó él su propio orgasmo, o si hubo muchos o sólo uno, porque César no produjo sonido alguno y permaneció en erección hasta que de repente se detuvo.
-Realmente es grandísimo -comentó ella levantando el pene y dejándolo caer sobre el vientre de César.
-Sí, y está muy pegajoso -dijo éste; y se incorporó con agilidad y desapareció de la habitación. Cuando regresó, Servilia ya había recuperado la vista lo suficiente para observar que él era lampiño como la estatua de un dios, y que estaba formado con tanto cuidado como un Apolo de Praxíteles.
-Piénsalo si no puedes evitarlo, pero no lo digas -fue la respuesta de César.
-¿Cómo puedo gustarte si tú no tienes vello?
-Porque eres dulce, rolliza y jugosa, y esa línea de vello negro que te baja por la espalda me fascina. -Se sentó al borde de la cama y le dirigió una sonrisa que hizo que el corazón le latiera a Servilia con más fuerza-. Y además, tú has disfrutado. Eso, por lo que a mí concierne, es la mitad de la diversión.
-¿Es ya hora de irse? -le preguntó Servilia, sensible al hecho de que él no parecía tener intención de volver a tumbarse.
-Sí, es hora de irse. -Se echó a reír-. Me pregunto si técnicamente esto se cuenta como un incesto. Nuestros hijos están comprometidos en matrimonio.
Pero ella carecía del sentido de lo absurdo que tenía César, y frunció el entrecejo.
-¡Pues claro que no!
-Era broma, Servilia, era una broma -le dijo él suavemente; se levantó-. Espero que la ropa que llevabas puesta no se arrugue. Todavía sigue en el suelo de la otra habitación.
Mientras Servilia se vestía, César empezó a llenar el baño con agua de la cisterna; metía un cubo de cuero en ella y la vertía incansablemente en el baño. No se detuvo cuando ella se acercó para mirar.
-No con demasiada frecuencia, si no dejará de gustarnos; y preferiría que no fuese así - respondió César sin dejar de echar agua en el baño.
Aunque Servilia no era consciente de ello, ésta era una de las pruebas a las que César sometía a sus amantes; si la receptora del acto sexual empezaba a derramar lágrimas o a expresar grandes protestas para demostrar cuánto le importaba él, el interés de César decaía.
-Estoy de acuerdo contigo -dijo ella.
El cubo se detuvo a mitad de la trayectoria; César la observó impresionado.
-Absolutamente -dijo Servilia asegurándose de que tenía los pendientes de ámbar bien enganchados en su sitio-. ¿Tienes otras mujeres?
-De momento no, pero eso puede cambiar cualquier día. Ésta era la segunda prueba, más rigurosa que la primera.
-Sí, es verdad que tienes una fama que has de mantener; lo comprendo.
-¿Lo dices de veras?
-Claro. -Aunque el sentido del humor de Servilia era rudimentario, sonrió un poco y añadió-: Ahora comprendo lo que todas las mujeres dicen de ti, ya ves. Voy a estar tiesa y escocida durante días.
-Entonces veámonos de nuevo el día después de las elecciones de la Asamblea Popular. Me presento para el cargo de curator de la vía Apia.
-Y mi hermano Cepión para el de cuestor. Mi marido, naturalmente, se presentará antes de eso para el cargo de pretor en las centurias.
-Y tu otro hermano, Catón, sin duda saldrá elegido tribuno militar.
Servilia arrugó la cara, endureció la boca y los ojos se le volvieron de piedra.
-Catón no es mi hermano, es mi hermanastro -puntualizó.
-Pues eso dicen también de Cepión. La misma yegua, el mismo semental.
Servilia tomó aliento y miró a César con compostura.
-Soy consciente de lo que dicen, y creo que es cierto. Pero Cepión lleva mi mismo apellido y, por lo tanto, lo reconozco como hermano.
-Muy sensato por tu parte -dijo César.
Y continuó trabajando con el cubo; Servilia, tras asegurarse de que su aspecto era aceptable, aunque no tan impecable como unas horas antes, se marchó.
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