¡Mi familia la forman mujeres! No quedan varones de la generación de mi padre ni de la mía. Yo soy el único que honra hoy en Roma el fallecimiento de la mujer de más años de mi familia, Julia, cuyo nombre no alteró ningún diminutivo ni apelativo pues era la mayor de las Julias y embelleció el nombre de su gens de tal manera como jamás en Roma se ha conocido en una matrona. Era hermosa, de natural amable y poseía toda la lealtad que un hombre puede esperar de una esposa, una madre o una tía; poseía el don cálido del afecto y la bondad de un espíritu generoso. Si hay una mujer con la que podría comparársela, quien también perdió su esposo y sus hijos mucho antes de morir, sería, qué duda cabe, otra gran patricia romana: Cornelia, madre de los Gracos. No han sido tan dispares sus vidas, puesto que Cornelia y Julia sufrieron la cruel aflicción de un hijo decapitado sin derecho a sepelio. ¿Y quién puede decir en cuál de las dos habrá sido más hondo el dolor, sabiendo que una perdió a todos sus hijos pero no padeció el infortunio de ver al esposo deshonrado, mientras que la otra perdió a su único hijo y conoció la desventura de un esposo deshonrado y la pobreza en la vejez? Cornelia fue octogenaria; Julia expiró a los cincuenta y nueve años. ¿Sería acaso falta de coraje en Julia o una vida más muelle en el caso de Cornelia? Nunca lo sabremos, pueblo de Roma. Ni hay por qué preguntarlo. Las dos fueron mujeres grandes e ilustres.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
sábado, 30 de mayo de 2015
DISCURSO DE CAYO JULIO CÉSAR DESDE LA TRIBUNA DE LOS ROSTRA, EN LAS EXEQUÍAS DE SU ADORADA TIA JULIA, VIUDA DE CAYO MARIO:
¡Mi familia la forman mujeres! No quedan varones de la generación de mi padre ni de la mía. Yo soy el único que honra hoy en Roma el fallecimiento de la mujer de más años de mi familia, Julia, cuyo nombre no alteró ningún diminutivo ni apelativo pues era la mayor de las Julias y embelleció el nombre de su gens de tal manera como jamás en Roma se ha conocido en una matrona. Era hermosa, de natural amable y poseía toda la lealtad que un hombre puede esperar de una esposa, una madre o una tía; poseía el don cálido del afecto y la bondad de un espíritu generoso. Si hay una mujer con la que podría comparársela, quien también perdió su esposo y sus hijos mucho antes de morir, sería, qué duda cabe, otra gran patricia romana: Cornelia, madre de los Gracos. No han sido tan dispares sus vidas, puesto que Cornelia y Julia sufrieron la cruel aflicción de un hijo decapitado sin derecho a sepelio. ¿Y quién puede decir en cuál de las dos habrá sido más hondo el dolor, sabiendo que una perdió a todos sus hijos pero no padeció el infortunio de ver al esposo deshonrado, mientras que la otra perdió a su único hijo y conoció la desventura de un esposo deshonrado y la pobreza en la vejez? Cornelia fue octogenaria; Julia expiró a los cincuenta y nueve años. ¿Sería acaso falta de coraje en Julia o una vida más muelle en el caso de Cornelia? Nunca lo sabremos, pueblo de Roma. Ni hay por qué preguntarlo. Las dos fueron mujeres grandes e ilustres.
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