El
censo por cabezas ( proletarios) no era un organismo político, y no le
interesaba gobernar ni que le gobernasen; su participación en la vida pública
se limitaba a los asientos que ocupaba en los juegos y a su presencia en los
repartos de las fiestas. Y, sin embargo, el censo por cabezas era una fuerza a
tener en cuenta por parte de los políticos romanos.
No es
que se diera el grano gratis al censo por cabezas, pero el Senado, mediante sus
ediles y cuestores, garantizaba que le fuera vendido trigo a un precio
razonable, aunque en épocas de escasez eso supusiera comprarlo más caro y
expenderlo al mismo precio, con gran disgusto del Erario.
Todos los ciudadanos
romanos que vivían en Roma tenían derecho a su ración de trigo al precio
estatal estipulado, independientemente de su riqueza, a condición de ponerse a
la enorme cola que se formaba ante el mostrador edilicio en el Porticus Minucia
para recibir la cédula, que, presentada en cualquiera de los silos estatales
del acantilado del Aventino sobre el puerto de Roma, facultaba para adquirir
los cinco modii de trigo barato.
Que los pudientes no se molestasen era lógico,
porque era mucho más fácil comprarlo en el Velabrum y que los mercaderes se encargaran
de obtenerlo en los silos particulares situados al pie del acantilado del
Palatino en el Viscus Tuscus.
Desde
luego, el censo por cabezas era un estorbo muy costoso para el Senado. Pero
Roma estaba a merced de una masa hambrienta de pobres del censo por cabezas, y
esto no lo podían ignorar los políticos romanos.
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