domingo, 22 de abril de 2018

POLIBIO HACE SEMEJANZAS ENTRE ROMA Y CARTAGO


En mi concepto, la República de Cartago en sus principios fue muy bien establecida, por lo que se refiere a los puntos principales. Porque había reyes o sufetes, existía un senado con una autoridad aristocrática, y el pueblo era dueño acerca de ciertas cosas de su inspección. En una palabra, el enlace de todas estas potestades se asemejaba al de Roma y Lacedemonia. Pero en tiempo de la guerra de Aníbal era inferior la cartaginesa, y superior la romana. Esta es una ley de naturaleza, que todo cuerpo, todo gobierno y toda acción tengan sus progresos, su apogeo y su ruina; y que de todos el segundo sea el mas poderoso. En este estado es cuando se ha de ver lo que va de gobierno a gobierno. Todo cuanto tuvo de anterior el estado de perfección y vigor de la República de Cartago respecto de la de Roma, otro tanto tuvo de anticipada su decadencia; en vez de que la de Roma se hallaba entonces en su mayor auge. Ya el pueblo se había arrogado en Cartago la principal autoridad en las deliberaciones, cuando en Roma estaba aun en su vigor la del senado. Allí era el pueblo quien resolvía, cuando aquí eran los principales quienes deliberaban sobre los asuntos públicos. Y he aquí por que a pesar de la entera derrota de Cannas, las sabias medidas del senado vencieron finalmente a los cartagineses. Sin embargo, si reflexionamos sobre ciertos puntos particulares, por ejemplo, sobre el arte militar, encontraremos que los cartagineses tenían mas disposición e inteligencia de la guerra de mar que no los romanos, ya porque desde la antigüedad habían heredado esta ciencia de sus mayores, ya porque la habían ejercitado mas que otro pueblo. Mas sobre la guerra de tierra eran muchísimas las ventajas que los romanos llevaban a los cartagineses; puesto que Roma ponía sobre este ramo el mayor esmero, mientras que Cartago lo tenia del todo abandonado, aunque cuidase algún tanto de su caballería. La causa de esto es porque esta República se sirve de tropas extranjeras y mercenarias, y aquella, por el contrario, saca las suyas del país y de la misma Roma. Cuanto a esta parle, es mas plausible el gobierno romano que no el cartaginés. Porque el uno tiene puesta siempre su libertad en manos de tropas venales, y el otro en su propio valor y en el auxilio de sus aliados. Por eso, bien que tal vez reciba un golpe mortal el estado, los romanos en la hora recobran sus fuerzas, pero los cartagineses se levantan con trabajo... Además de que, como los romanos pelean por su patria y por sus hijos, jamás se enfría en ellos aquel primer ardor, por el contrario, permanecen resueltos hasta triunfar del contrario. He aquí por que, no obstante ser muy inferiores en habilidad sus tropas de mar, como manifestábamos antes, con todo han salido vencedores por el valor de sus soldados. Pues aunque la ciencia náutica contribuye muchísimo para los combates navales, sin embargo, el esfuerzo de la marinería hace un gran contrapeso para la victoria. A mas de que la naturaleza ha diferenciado a los italianos de los cartagineses y africanos tanto en la fuerza corporal como en el ardor y espíritu, tienen asimismo ciertos institutos que excitan infinito el valor en la juventud. Un solo ejemplo bastara para dar una idea del cuidado que tiene el ministerio en formar hombres que arrostren todo peligro por lograr aplauso en su patria.

 

Cuando muere en Roma algún personaje de consideración, además de otros honores que se le tributan en el entierro, se le lleva a la tribuna de las arengas, donde se le expone al publico comúnmente en pie, y rara vez echado. En medio de una innumerable concurrencia sube a la tribuna su hijo, si ha dejado alguno de edad competente y se halla en Roma, o cuando no un pariente, y hace el panegírico de las virtudes del difunto y demás acciones y exponer a la vista de la multitud los hechos del muerto; de que proviene que no solo los participes en sus acciones, sino aun los extraños toman parte en el sentimiento, que mas parece luto general del pueblo que particular de su familia. Después de enterrado el cadáver y hechos los sufragios, se hace un busto que representa a lo vivo el rostro con sus facciones y colores, y se coloca en el lugar mas visible de la casa, dentro de una urna de madera. Regularmente en las funciones publicas se descubren estos bustos y se adornan con esmero. Cuando fallece otro personaje de la misma familia los llevan al entierro, y para que iguale en la estatura al que representa, se les pone un tronco de madera. Todos estos simulacros están con sus vestidos. Si el muerto ha sido cónsul o pretor, con la pretexta; si ha sido censor, con una ropa de púrpura; si ha logrado el triunfo o algún otro honor parecido, con una tela de oro. Se les lleva sobre sus carros, precedidos de las fasces, hachas y demás insignias propias de la dignidad que obtuvo en la República en el transcurso de su vida. Así que se ha llegado a la tribuna, se sientan todos en sus sillas de marfil, lo cual representa el espectáculo mas agradable a un joven amante de la gloria y de la virtud. Efectivamente, ¿habrá alguno que a la vista de tantas imágenes de hombres recomendables por la virtud, vivas, digámoslo así, y animadas, no se sienta inflamado del deseo de imitarlas? ¿Se puede representar espectáculo mas patético? Después, que el orador ha finalizado el panegírico del que ha de ser enterrado, pasa a hacer el elogio de las gloriosas acciones de los otros, empezando por la estatua mas antigua de las que tiene delante. Con esto se renueva la fama de los ciudadanos virtuosos; con esto se inmortaliza la gloria de los que se han distinguido; con esto se divulga el nombre de los beneméritos de la patria y pasa a la posteridad; y lo mas importante de todo, con esto se incita a la juventud a pasar por todo, si media el bien publico, por conseguir la gloria que se concede a la virtud. Sirva de prueba para todo lo que he manifestado, a ver a muchos romanos que voluntariamente han salido a un combate particular por la decisión de los asuntos del Estado; no pocos que han apetecido una muerte inevitable; unos en la guerra por la salud de sus compañeros, otros en la paz por la defensa de la República. Aun ha habido algunos que, teniendo en sus manos el poder, han sacrificado sus hijos contra toda ley y costumbre, pudiendo mas en ellos el bien de la patria que los vínculos de la naturaleza y de la sangre. Muchos casos se pudieran referir de esto entre los romanos; pero por ahora bastara uno, que sirva de ejemplo y comprobación de lo que digo.

 

Cuentan que Horacio llamado el Tuerto, estando peleando con dos enemigos (506 anos antes de J. C.) a la entrada del puente que se halla junto a Roma sobre el Tíber, luego que advirtió que venían mas en su socorro, temiendo que, forzado el paso, no penetrasen en la ciudad, se volvió a los que tenia a la espalda, y a grandes voces les dijo que se retirasen y cortasen el puente. Obedecida la orden, mientras que estos lo desbarataban, el, a pesar de las muchas heridas que había recibido, sostuvo el choque, y contuvo el ímpetu de los enemigos, que quedaron admirados no tanto de sus fuerzas, cuanto de su constancia y atrevimiento.

 


Arrancado el puente, y frustrado el empeño del contrario, Horacio se lanza con sus armas en el río, prefiriendo una muerte voluntaria por la salud de la patria, y la gloria que después le redundaría, a la vida presente y los años que le quedaban. Tanto es el ardor y emulación que inspiran en la juventud las costumbres de los romanos para las bellas acciones.

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