En mi
concepto, la República de Cartago en sus principios fue muy
bien establecida, por lo que se refiere a los puntos principales. Porque había reyes
o sufetes, existía un senado con una autoridad aristocrática,
y el pueblo era dueño acerca de ciertas cosas de su inspección. En una
palabra, el enlace de todas estas potestades se asemejaba al de Roma y
Lacedemonia. Pero en tiempo de la guerra de Aníbal era
inferior la cartaginesa, y superior la romana. Esta es una ley de naturaleza,
que todo cuerpo, todo gobierno y toda acción tengan sus progresos, su
apogeo y su ruina; y que de todos el segundo sea el mas poderoso. En este
estado es cuando se ha de ver lo que va de gobierno a gobierno. Todo cuanto
tuvo de anterior el estado de perfección y vigor de la República de Cartago respecto
de la de Roma, otro tanto tuvo de anticipada su decadencia; en vez de que la de
Roma se hallaba entonces en su mayor auge. Ya el pueblo se había arrogado
en Cartago la principal autoridad en las deliberaciones, cuando en
Roma estaba aun en su vigor la del senado. Allí era el pueblo
quien resolvía, cuando aquí eran los principales quienes
deliberaban sobre los asuntos públicos. Y he aquí por que a
pesar de la entera derrota de Cannas, las sabias medidas del senado
vencieron finalmente a los cartagineses. Sin embargo, si reflexionamos sobre
ciertos puntos particulares, por ejemplo, sobre el arte militar, encontraremos
que los cartagineses tenían mas disposición e inteligencia
de la guerra de mar que no los romanos, ya porque desde la antigüedad
habían heredado esta ciencia de sus mayores, ya porque la habían ejercitado
mas que otro pueblo. Mas sobre la guerra de tierra eran muchísimas las
ventajas que los romanos llevaban a los cartagineses; puesto que
Roma ponía sobre este ramo el mayor esmero, mientras que Cartago lo
tenia del todo abandonado, aunque cuidase algún tanto de su caballería.
La causa de esto es porque esta República se sirve de tropas
extranjeras y mercenarias, y aquella, por el contrario, saca las suyas
del país y de la misma Roma. Cuanto a esta parle, es mas plausible el
gobierno romano que no el cartaginés. Porque el uno tiene puesta siempre
su libertad en manos de tropas venales, y el otro en su propio valor y en el
auxilio de sus aliados. Por eso, bien que tal vez reciba un golpe mortal el
estado, los romanos en la hora recobran sus fuerzas, pero los cartagineses se
levantan con trabajo... Además de que, como los romanos pelean por su
patria y por sus hijos, jamás se enfría en ellos aquel primer ardor,
por el contrario, permanecen resueltos hasta triunfar del contrario. He aquí por
que, no obstante ser muy inferiores en habilidad sus tropas de mar, como manifestábamos antes,
con todo han salido vencedores por el valor de sus soldados. Pues aunque la
ciencia náutica contribuye muchísimo para los combates
navales, sin embargo, el esfuerzo de la marinería hace un gran
contrapeso para la victoria. A mas de que la naturaleza ha diferenciado a los
italianos de los cartagineses y africanos tanto en la fuerza corporal
como en el ardor y espíritu, tienen asimismo ciertos institutos que
excitan infinito el valor en la juventud. Un solo ejemplo bastara para dar una
idea del cuidado que tiene el ministerio en formar hombres que arrostren todo
peligro por lograr aplauso en su patria.
Cuando
muere en Roma algún personaje de consideración, además de
otros honores que se le tributan en el entierro, se le lleva a la tribuna de
las arengas, donde se le expone al publico comúnmente en pie, y rara
vez echado. En medio de una innumerable concurrencia sube a la tribuna su hijo,
si ha dejado alguno de edad competente y se halla en Roma, o cuando no un
pariente, y hace el panegírico de las virtudes del difunto y demás acciones
y exponer a la vista de la multitud los hechos del muerto; de que proviene que
no solo los participes en sus acciones, sino aun los extraños toman
parte en el sentimiento, que mas parece luto general del pueblo que particular
de su familia. Después de enterrado el cadáver y hechos los
sufragios, se hace un busto que representa a lo vivo el rostro con sus
facciones y colores, y se coloca en el lugar mas visible de la casa, dentro de
una urna de madera. Regularmente en las funciones publicas se descubren estos
bustos y se adornan con esmero. Cuando fallece otro personaje de la misma
familia los llevan al entierro, y para que iguale en la estatura al que
representa, se les pone un tronco de madera. Todos estos simulacros están con
sus vestidos. Si el muerto ha sido cónsul o pretor, con la pretexta;
si ha sido censor, con una ropa de púrpura; si ha logrado el triunfo o algún otro
honor parecido, con una tela de oro. Se les lleva sobre sus carros, precedidos
de las fasces, hachas y demás insignias propias de la dignidad
que obtuvo en la República en el transcurso de su vida. Así que
se ha llegado a la tribuna, se sientan todos en sus sillas de marfil, lo cual
representa el espectáculo mas agradable a un joven amante de la
gloria y de la virtud. Efectivamente, ¿habrá alguno que a la vista
de tantas imágenes de hombres recomendables por la virtud,
vivas, digámoslo así, y animadas, no se sienta inflamado del deseo de
imitarlas? ¿Se puede representar espectáculo mas patético? Después,
que el orador ha finalizado el panegírico del que ha de ser
enterrado, pasa a hacer el elogio de las gloriosas acciones de los otros,
empezando por la estatua mas antigua de las que tiene delante. Con esto se
renueva la fama de los ciudadanos virtuosos; con esto se inmortaliza la gloria
de los que se han distinguido; con esto se divulga el nombre de los beneméritos de
la patria y pasa a la posteridad; y lo mas importante de todo, con esto se
incita a la juventud a pasar por todo, si media el bien publico, por conseguir
la gloria que se concede a la virtud. Sirva de prueba para todo lo que he
manifestado, a ver a muchos romanos que voluntariamente han salido a un combate
particular por la decisión de los asuntos del Estado; no pocos que
han apetecido una muerte inevitable; unos en la guerra por la salud de
sus compañeros, otros en la paz por la defensa de la República. Aun
ha habido algunos que, teniendo en sus manos el poder, han sacrificado sus
hijos contra toda ley y costumbre, pudiendo mas en ellos el bien de la patria
que los vínculos de la naturaleza y de la sangre. Muchos casos se
pudieran referir de esto entre los romanos; pero por ahora bastara uno, que
sirva de ejemplo y comprobación de lo que digo.
Cuentan
que Horacio llamado el Tuerto, estando peleando con dos enemigos
(506 anos antes de J. C.) a la entrada del puente que se halla junto a Roma
sobre el Tíber, luego que advirtió que venían mas en
su socorro, temiendo que, forzado el paso, no penetrasen en la ciudad, se volvió a
los que tenia a la espalda, y a grandes voces les dijo que se retirasen y cortasen
el puente. Obedecida la orden, mientras que estos lo desbarataban, el, a
pesar de las muchas heridas que había recibido, sostuvo el choque, y
contuvo el ímpetu de los enemigos, que quedaron admirados no tanto de
sus fuerzas, cuanto de su constancia y atrevimiento.
Arrancado
el puente, y frustrado el empeño del contrario, Horacio se lanza
con sus armas en el río, prefiriendo una muerte voluntaria por la salud de
la patria, y la gloria que después le redundaría, a la vida
presente y los años que le quedaban. Tanto es el ardor y emulación que
inspiran en la juventud las costumbres de los romanos para las bellas acciones.
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