Además,
a los éxitos obtenidos anteriormente, se añadía el que, durante el periodo en
el que dirigió él solo el Imperio, este no se vio agitado por ninguna revuelta
interna, y ningún pueblo bárbaro invadió sus fronteras, ya que todos estos
pueblos, que siempre se habían rebelado en busca de riquezas y mostrarse
peligrosos y dañinos, se unieron con extraordinario afán al coro de alabanzas
en honor a Juliano.
Así
pues, después de largas deliberaciones, una vez dispuestas las soluciones que
reclamaban diversos asuntos y circunstancias, con el ejercito animado gracias a
numerosas arengas y a recompensas adecuadas para afrontar lo que sucediera,
Juliano, enardecido por el apoyo general con el que contaba y dispuesto a
marchar hacia Antioquia, abandono Constantinopla después de prestar una gran
ayuda. No en vano, como había nacido allí, la honraba y la amaba como a su
hogar natal.
En su
marcha, cruzo el mar y, dejando ya atrás Calcedonia y Libisa, donde esta
sepultado el cartaginés Aníbal, llego a Nicomedia, ciudad famosa en el
pasado y tan enriquecida con las cuantiosas inversiones de los emperadores de
la antigüedad que, teniendo en cuenta su gran abundancia de edificios privados
y públicos, una persona formada podría considerar que era un barrio de la
Ciudad Eterna.
Cuando vio las murallas de esta ciudad
convertidas en miserables cenizas, expresando su angustia con un llanto
silencioso, se apresuro al Senado con pasos lentos.
Pero, lo que mas le dolió de esta destrucción
fue ver ante el en estado lamentable tanto a los senadores como al pueblo,
cuando poco antes habían destacado tanto.
(
Amiano Marcelino )
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