jueves, 26 de abril de 2018

DISCURSO DE DIÓGENES A ALEJANDRO MAGNO SOBRE LA EDUCACIÓN (SEGÚN DIÓN CRISÓSTOMO)



 

¿No sabes que hay dos tipos de educación, una divina y otra humana?.  La divina es magnífica, fuerte y fácil, mientras que la humana es insignificante, frágil, y comporta muchos peligros y no poco engaño. Sin embargo, ésta se añade necesaria a la otra, si es como tiene que ser. A la segunda la llaman el común de los hombres «educación», como si se tratara —pienso— de un juego de niños, y consideran que es aquel que conoce más literatura persa, griega, de sirios y fenicios, y en cuyas manos ha caído el mayor número de libros, quien es el más sabio y el más instruido. Ahora bien, cuando entre ellos se tropiezan con malhechores, cobardes y avaros, afirman que el asunto y el hombre en cuestión son dignos de poca consideración.

 

En cuanto a la otra, unas veces se la llama «educación» y otras «valentía y magnanimidad». Es por ello por lo que llamaban los hombres de antaño «hijos de Zeus» a quienes recibían una buena educación y tenían almas viriles, por haber sido educados como el gran Heracles. Así pues, quien recibe aquella educación, partiendo de un buen natural, fácilmente se hace también partícipe de la otra, con sólo haber escuchado pocas cosas y unas cuantas veces, a saber: las cosas principales y las más importantes. Las imita y las guarda en su alma, y nadie puede privarle de estas cosas: ni el tiempo, ni ningún individuo sofista, ni siquiera si uno quisiera prenderle fuego. Conque, aunque se queme al hombre, como dicen que Heracles se quemó a sí mismo, quedan sus principios en el alma (del mismo modo  imagino— que dicen que cuando los cadáveres son incinerados, quedan todavía los dientes, aunque el resto del cuerpo haya sido devorado por el fuego), pues no es necesario aprender sino recordar tan sólo. Entonces sabe y reconoce al instante, como si desde el inicio hubiera tenido esos principios en su mente. Además, si tropieza con un individuo que conoce, por decirlo así, el camino, rápidamente aquél se lo enseña, y, una vez lo ha aprendido, avanza recto. Si, en cambio, tropieza con un sofista ignorante y fanfarrón, lo agotará llevándolo en círculos, arrastrándolo unas veces hacia el oeste, otras hacia el este y otras hacia el sur, puesto que ni él mismo lo sabe sino que lo conjetura, al haber sido él mismo también mucho antes extraviado por fanfarrones de su calaña…








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