Publio Sulpicio Rufo (121 a. C. - 88 a. C.) fue un
orador y político de la República romana, legado en 89 a. C. de Cneo Pompeyo
Estrabón en la Guerra Social, y en 88 a. C. tribuno de la Plebe.
Poco después, Sulpicio, un aristócrata, se declaró a
favor de Cayo Mario y el partido de los populares. Estaba muy endeudado, y
parece ser que Mario le había prometido ayuda financiera en el caso de apoyarle
para conseguir el mando en las guerras mitridáticas. Para asegurar su
nombramiento, Sulpicio logró promulgar una ley mediante la cual los aliados
itálicos, recientemente nombrados ciudadanos romanos, podrían desbordar a los
antiguos electores. La mayoría del Senado se oponía a las propuestas. Los
cónsules promulgaron un justitium (cesación de cargo público), pero Mario y
Sulpicio fomentaron una revuelta y los cónsules, temiendo por su vida,
retiraron el justitium. Las propuestas de Suplicio se convirtieron en ley y,
con la ayuda de los nuevos votantes, se nombró a Mario comandante (siendo
entonces un mero privatus o persona sin cargo).
Sila, que se encontraba en Nola, marchó
inmediatamente sobre Roma. Mario y Sulpicio, incapaces de resistirle, huyeron
de la ciudad. Mario logró escapar a África, pero Sulpicio fue descubierto en
una villa en Laurentium y fue muerto. Su cabeza fue enviada a Sila y se expuso
en el foro romano, y sus leyes anuladas.
Sulpicio parece que fue en origen un reformista moderado,
pero que por la fuerza de las circunstancias se convirtió en uno de los líderes
de la revuelta popular. Aunque había actuado judicialmente contra el turbulento
tribuno Cayo Norbano, y se había resistido a la propuesta de deshacer
sentencias judiciales por decreto popular, no dudó en granjearse la enemistad
de la familia Julia oponiéndose a la candidatura para el consulado de Cayo
Julio César Estrabón Vopiscus, que nunca había sido pretor y era, por tanto,
legalmente inelegible. Sus propuestas de votación de los italianos eran, desde
el punto de vista de éstos, medidas necesarias de justicia, pero fueron
llevadas a la práctica con violencia.
De Sulpicio como orador, Cicerón dice (Brutus, 55):
"Era de lejos el más dignificado de todos los oradores que he oído, y, hay
que decirlo, el más trágico; su voz era alta, pero a la vez suave y clara; sus
gestos estaban llenos de gracia; su lenguaje era rápido y voluble, pero no
redundante ni difuso; intentó imitar a Craso, pero le faltó su encanto."
Sulpicio no dejó discursos escritos, estando los que llevan su nombre escritos
por P. Canutius (o Cannutius). Sulpicio es uno de los interlocutores en la obra
de Cicerón De oratore.
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