(...) Envueltos por la noche, no con la oscuridad de una noche sin
luna o nublada, sino con la de un cuarto cerrado y sin luces. Solo se oían los
gemidos de las mujeres, el llanto de los niños, el clamoreo de los hombres.
Unos llamaban a sus padres, otros a sus hijos, otros a sus esposas. Muchos
clamaban a los dioses, pero la mayoría estaban convencidos de que ya no había
dioses y esa noche era la última del mundo.
(...) Finalmente,
la oscuridad se hizo menos densa, y después, como si se tratase de humo o
nubes, se disipó, volvió el día y lució el sol, aunque pálidamente, como cuando
se aproxima un eclipse.
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