PRIMERA
GUERRA DOCUMENTADA
La
batalla de Qadesh no es la más antigua de la que hay constancia en la historia.
Los seres humanos llevan matándose desde Caín y Abel, según narra el Génesis. Con
anterioridad a esta confrontación se conocen otras, como la batalla de Megido,
en el siglo XV a. C., con los mismos contrincantes: el ejército del faraón Tutmosis
o Tutmés III (1479-1425 a. C.), el gran artífice del Imperio egipcio, que
en diecisiete campañas asiáticas convalidó Egipto como gran potencia, la coalición
de los príncipes de Qadesh y Megido, situada al este del río Éufrates. Dos siglos
después, egipcios e hititas seguirían riñendo por la posesión de ese territorio.
De
bastante tiempo antes también hay constancia de las campañas de Hammurabi, rey de
Babilonia, en el siglo XVIII antes de nuestra era, o de los enfrentamientos en
Mesopotamia entre diferentes reinos y ciudades-estado, que combatían por la
hegemonía de la zona entre los ríos Tigris y Éufrates. Sin embargo, los
documentos antiguos que ilustran estos conflictos no han llegado hasta nuestros
días. Sólo han quedado sus huellas remotas en la arqueología.
En
contraposición, la batalla de Qadesh está bien detallada en papiros y relieves
de templos que han sobrevivido durante milenios. Por lo tanto, tiene el honor
de ser la primera en la historia que puede ser reconstruida gracias a los numerosos
documentos egipcios y a una carta en alfabeto cuneiforme de Ramsés al rey
hitita Hattusil III encontrada en Anatolia. « Es la primera batalla narrada de
la que tenemos constancia. Hubo antes otras más importantes, pero nadie se fija
en ellas o no están tan deformadas por los aficionados como ésta, que llena de
inexactitudes las innumerables páginas de Internet» , sostiene Jesús J. Urruela
Quesada, profesor de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid.
De
hecho, investigadores de la ciencia militar, analistas, historiadores,
egiptólogos, militares y aficionados de todo el mundo llevan siglos estudiando
la que se considera la última gran batalla de la Edad del Bronce —o la primera
gran batalla de la Antigüedad, según la egiptóloga francesa Christiane D.
Noblecourt— gracias a todo tipo de detalles sobre el armamento y las
referencias sobre la estrategia que se empleó, y de los que hoy hay constancia.
Claro
que su atractivo no está sólo motivado por lo que supone en la historia el cambio
de una tecnología militar a otra. Además, resulta interesante seguir su desarrollo
en las tres fuentes antiguas perfectamente conservadas hasta hoy : el « Poema
de Pentaur» , extenso relato lírico de los sucesos que compuso el escriba
personal del soberano; el « Informe» o « Boletín» militar conservado en forma
de bajorrelieves que sobreviven al tiempo en cinco santuarios: en el Ramesseum
(el templo funerario de Ramsés II), Lúxor, Abidos, Abu Simbel y Amón en Karnak;
y el documento que formalizó la tregua entre ambos contrincantes, considerado
el primer tratado de paz de la historia, con las diferentes versiones de los
egipcios y de los hititas.
Pero
no está sólo el poder de seducción de Qadesh. Esta batalla interesa a los
estudiosos porque se trata de uno de los momentos más apasionantes de la
historia de Egipto, ejemplo de la mejor vocación imperialista de los faraones,
así como, en especial, de la maestría propagandística de Ramsés II.
Exactamente,
¿cuándo ocurrió esta confrontación? En las culturas antiguas no es fácil datar
adecuadamente los acontecimientos de acuerdo con la cronología actual. Los
textos con frecuencia se contradicen, no están claros o simplemente falta
información para fechar con exactitud. Los restos arqueológicos dan una datación
aproximada.
En la
cronología egipcia, además, el tiempo se contaba partiendo del inicio del
reinado de un faraón y dentro de la correspondiente dinastía. Con cada nuevo faraón
se comenzaba de nuevo. Respecto a Qadesh, los textos egipcios hablan del quinto
año de reinado de Ramsés II; el problema es que no está claro en qué año este
faraón subió al trono. « Hay hasta tres cronologías egipcias diferentes. Los historiadores
sabemos que nos equivocamos pero el problema está en que no sabemos si es hacia
arriba o por debajo el desfase cronológico» , afirma Jesús Urruela.
Sobre
el comienzo del reinado de Ramsés II, Claude Vandersley en en su obra L’égypte
et la vallée du Nil dice: « Saber con certeza la fecha, en cronología absoluta,
en que Ramsés II llegó a ser rey es aún imposible. Tres fechas están en juego:
1304, 1290 o 1279 a. C. Cada una tiene sus partidarios. La tendencia es adoptar
la fecha más baja, 1279» . Así pues, habiendo sido la batalla de Qadesh en el
quinto año del reinado de Ramsés II, sólo habría que restar cinco años a cada
una de estas tres posibilidades para tener las respectivas posibles fechas de la
contienda, habiendo preferencia, según este autor, por la más tardía: 1275- 1274.
De esta forma, la legendaria batalla se suele fechar en el verano de 1274 a. C.
EL
DOMINIO DE LAS RUTAS COMERCIALES SIRIAS
La
rivalidad entre egipcios e hititas —conglomerado de tribus con una herencia cultural
común que se instalaron en Anatolia hacia el año 2000 antes de nuestra era— se
venía arrastrando desde un par de siglos antes y, sobre todo, desde la época
del faraón Akenatón (1352-1336 a. C.), quien descuidó su política exterior, debilidad
que permitió que los hititas se anexionaran varias ciudades sirias sometidas a
Egipto « en ese Oriente Próximo en perpetuo conflicto y formado por infinidad
de ciudades-estados» , explica la egiptóloga Noblecourt, exjefa de conservadores
del departamento egipcio del Louvre y quien durante treinta años ha investigado
la vida de Ramsés II y ha escrito una de las mejores biografías del faraón.
Esta
pérdida territorial se convertiría en el caballo de batalla de los faraones de
la XVIII y la XIX Dinastía. Durante el Imperio Nuevo (que comienza con la reunificación
de Egipto en 1550 a. C. y está compuesto por las dinastías XVIII, XIX y XX),
los faraones que adoptaron una política de conquista y de intervención en el
extranjero, crearon un ejército profesional de gran prestigio. Dos siglos antes
que Ramsés II, Tutmosis III dispuso de valerosos oficiales y de una
tropa bien entrenada para luchar en sus diecisiete batallas. Por su parte los
hititas, al verse acorralados por sus vecinos, tuvieron que basarse en su
capacidad militar para sobrevivir como estado; su imperialismo se caracterizó,
sobre todo, por su interés en la ocupación permanente de las ciudades-estado de
Siria.
Al
llegar al trono, Ramsés II se convirtió en el quinto militar de carrera consecutivo
que llegaría a faraón. Al provenir de una familia de hombres de armas, no era
de extrañar que, en cuanto accedió al trono, el joven Ramsés se lanzase a una
gran actividad militar. Las campañas asiáticas parece ser que se iniciaron en
el cuarto año de su reinado; aunque algunos investigadores hablan incluso de
que en el segundo año venció y capturó a los llamados Shardanas, que incorporó
a sus tropas. De lo que hay constancia es que el faraón comenzó enfrentándose a
los nubios y libios, según se detalla en una estela hallada en Asuán.
Fortaleció
su posición en la zona de ocupación egipcia y avanzó con su ejército hacia el
norte para recobrar territorios de Qadesh. Las cosas se complicaron cuando los
hititas consiguieron formar una coalición en la que entraron más de veinte
príncipes enemigos de Egipto —de los que se conocen los de Alepo, Naharin,
Karkemish, Kodi, Qadesh y Arvad—, que lucharía con astucia contra el faraón.
Al
quinto año de ocupar el trono, como y a había sucedido en tiempos de su padre,
Sethi I (1294-1279 a. C.), los ejércitos egipcios e hititas se encontraron en
la que sería la tercera batalla por Qadesh. La rivalidad duraba y a dos siglos,
con épocas de mayor o menor virulencia según hubiera o no matrimonios de los faraones
con princesas de la zona.
Se sabe
que, en el siglo XV a. C., el rey de Qadesh había encabezado una coalición de ciudades-estado
para oponerse a la conquista de levante por el faraón Tutmosis III. Derrotado
en la batalla de Megido, la ciudad de Qadesh cayó bajo la hegemonía egipcia,
así como el resto del sur de Siria. « La región estaba entonces administrada
por gobernadores egipcios encargados de mantener cierto grado de hegemonía
entre los múltiples príncipes locales que pagaban regularmente los impuestos a
la Corona» , explica la egiptóloga Noblecourt. El padre de Ramsés, Sethi I
—uno de los faraones de mayor prestigio de la historia de Egipto, según el profesor
Urruela—, venció y tomó Qadesh, por segunda vez desde la época de Tutmosis III.
Pero la ciudad fue muy pronto recuperada por Muwatalli, rey de Hatti, el
mismo que después se enfrentaría a Ramsés. De nuevo la ciudadela pasó de manos
y se convirtió en el bastión de la defensa hitita en Siria.
Algunos
historiadores afirman que la guerra tuvo lugar para detener el intento hitita de
invadir Egipto. Sin embargo, la mayoría de los expertos sostienen que todas
aquellas contiendas tuvieron como objetivo el dominio de las rutas comerciales
asiáticas y no eran actos de defensa. La ciudad, en el valle del río Orontes,
representaba la frontera entre los dos imperios rivales. Así, la batalla de
Qadesh fue una más entre los numerosos enfrentamientos que se llevaron a cabo por
el control de Siria a lo largo de los siglos XIV y XIII antes de nuestra era.
En aquellos tiempos la zona era deseada por todos sus amplios recursos
económicos y por su situación estratégica, como cruce de rutas de la región.
La
ciudad de Qadesh « era de vital importancia en el eje de comunicaciones
egipcio, frontera entre ambos imperios. El soberano que la poseyera conseguía para
su país un lugar preponderante entre el Tigris-Éufrates y el Mediterráneo, y
ser el dueño de los intercambios comerciales, lo que le convertiría en la mayor
potencia de la época» , señala Jesús J. Urruela quien, en línea con las
últimas investigaciones, no está de acuerdo en localizar la batalla en el río
Orontes. « No es posible —afirma— que Egipto controlara una zona tan grande.
Hay quien piensa que se trataba de una ciudad del mismo nombre a la altura de
Gaza, es decir, mucho más al sur, próxima al desierto del Néguev. Esto llevaría
a los hititas hasta el sur de Palestina. El problema es la traducción de los
topónimos: es imposible saber exactamente a dónde se refiere porque está en lengua
egipcia» . De lo que no hay duda es que el enfrentamiento era inevitable. Ramsés
II tenía « la obligación» de reconquistar la plaza de Qadesh al precio que
fuera. Él, que había acompañado a su padre cuando era joven en la batalla por
la ciudadela, no se resignaba a aceptar que esta provincia estuviera en manos de
sus enemigos; no podía olvidar que había sido propiedad de Egipto desde el gran
Tutmosis III.
PROTAGONISTAS
EN PLENO APOGEO
Cuando
Ramsés II con veinte años subió al trono, al frente de Hatti continuaba el rey
Muwatalli. Cada uno de los dos reinos estaban en la cima de su poder.
Ramsés
II (Usermaatre Setepenre o « Nacido de Ra, querido de Amón» ) probablemente sea
el faraón más famoso de la historia de Egipto. Reinó durante sesenta y siete
años y, según algunos investigadores a la vista de su momia —hoy en el Museo de
El Cairo—, este rey pelirrojo vivió casi noventa años. Dicen que tuvo una
precocidad excepcional, y a que, apenas salido de la niñez, asistió a su padre
como corregente, además de innumerable progenie, que cuidó y amó.
Sus
campañas militares comenzaron pronto, tanto en Asia como en Nubia; sin embargo,
a partir del tratado con los hititas tras la guerra por Qadesh, en el año veintiuno
de su reinado, el resto de sus más de cuatro décadas antes de morir parece que
fueron de paz. Al menos no hay documentación sobre ninguna guerra y, dado lo
que le gustaba proclamar y exagerar sus triunfos, lo más probable es que dejara
de batallar para dedicarse a realizar numerosas construcciones, « pero menos de
las que aparecen con su nombre, dada la costumbre del faraón de sustituir los
cartuchos de los rey es anteriores en monumentos que de esta forma usurpó,
incluso en construcciones del Imperio Antiguo, a muchos siglos de distancia» ,
explica Jesús Urruela. A pesar de ello, tiene bien merecida la fama de
arquitecto notable.
Ramsés
II, al igual que todos los faraones, en palabras del profesor Urruela, « era un
dictador teocrático y, por lo tanto, la religión actuaba como instrumento del
poder del Estado, como control y en beneficio de la clase dirigente y como elemento
ideológico clave para el sometimiento del pueblo, al margen de los esclavos.
Como todos los faraones, siempre controló la propaganda; para el pueblo y para
la clase dirigente» . Lo que le diferenció de otros faraones, según Noblecourt,
es que creyó necesario presentarse ante su pueblo no y a como el hijo de un dios,
sino como la encarnación del mismo dios. Además, quizá por su falta de raíces
reales, « más que otros, necesitó afirmarse como un ser excepcional realizando
actos memorables» .
El
faraón convirtió Qadesh en el acontecimiento principal de su reinado. En todas
partes donde erigió edificios a la gloria de los dioses protectores, eternizó
el milagroso combate frente al adversario más poderoso entre los países del
norte y del este. Y supo vender sus logros, y a que es uno de los gobernantes
más conocidos de la historia, todo gracias a la propaganda que hizo de sí
mismo. En el Egipto Antiguo hay faraones que merecen cuando menos estar a su
altura, como Tutmosis III o Amenofis III, dos ejemplos de grandes
soberanos, pero que no han alcanzado la popularidad y ni el prestigio de Ramsés
II, « especialmente desmesurado en su faceta de héroe militar» , afirma Jesús
Urruela.
Y eso
que de los sesenta y siete años de reinado, sólo los quince años primeros los dedicó
a expediciones y combates esporádicos. Después vivió largos años de paz en
Oriente Próximo, con un país de gran opulencia.
« El
Grande» —sobrenombre que se ganó por sus victorias militares y su promoción de construcciones
monumentales— tuvo una numerosísima descendencia con sus esposas principales y
secundarias, con princesas extranjeras y sus incontables concubinas repartidas
por todas las provincias del imperio. Como su prole fue muriendo antes que él,
el que le sucedió fue el cuarto hijo de la reina Isisnofret y el
decimotercero en el orden sucesorio, Merenptah, que al morir Ramsés II
debía contar cerca de sesenta años de edad.
Mucha
menos fama le ha otorgado la historia a Muwatalli, del que no se sabe mucho,
más allá de su participación en Qadesh. Sucedió en el trono hitita a su padre Mursil
II. Al mismo tiempo que su hermano menor, el futuro rey Hattusil III,
recibió los cargos de gran mayordomo, general y jefe de la división de carros,
antes de ser gobernador del País Alto.
Pasó
gran parte de su vida batallando contra las tribus gasgas en el norte y con
Egipto en el levante. Así, se sabe que tras luchar con los pueblos gasga y de
Arzawa, una vez aseguradas las fronteras norte y suroeste de la península de Anatolia,
Muwatalli dedicó sus esfuerzos a la zona de Siria, donde los faraones deseaban
establecer su soberanía. Comenzó por alentar una revuelta palestina contra los
egipcios, pero la estrategia le falló, así que se enfrentó con las tropas egipcias
dirigidas por el faraón Sethi I en Qadesh; salió vencedor el egipcio, pero el
hitita recuperó la zona rápidamente. Estas luchas anteceden las del reinado de Ramsés
II.
También
tuvo que enfrentarse a rebeliones lideradas por un noble hitita, Piyamaradu.
Estas revueltas fueron sofocadas en una serie de campañas triunfales, lo que
hizo que el rebelde tuviera que buscar refugio en los reinos vecinos, aunque
continuó intentando alzar a los reinos de Anatolia occidental.
Para
enfrentarse al renacimiento egipcio y la fragilidad de sus posiciones en Siria,
Muwatalli trasladó la capital desde Hattusa (o Bogazkkóy ) a Tarhuntassa, situada
más al sur y por tanto más cerca de los territorios amenazados por los egipcios
y más lejos de los gasgas; de éstos se encargó su hermano Hattusil III, que logró
arrebatarles bastante territorio, mientras Muwatalli se dedicaba a luchar
primero con Sethi I y, después, con su hijo Ramsés II.
LAS
MENTIRAS DE RAMSÉS
Ningún
otro faraón ha dejado tantos escritos sobre lo que quería hacer. Ninguno
construyó tantos monumentos que permitieran conocer el motivo de sus acciones guerreras
y religiosas. « Se conocen trece versiones de la batalla, tanto en las representaciones
escénicas de los templos más famosos: Aidos, el Ramesseum —su templo-palacio
funerario—, el templo de Amón en Karnak, el de Lúxor y Abu Simbel, así como en
diversos papiros. El enfrentamiento con el rey hitita Muwatalli se ha convertido
en uno de los pasajes clásicos de la narrativa egipcia, y debió de constituir
un elemento de prestigio en su época, aunque probablemente su narración está
repleta de exageraciones» , afirma Jesús Urruela.
El
caso es que los bajorrelieves del « Boletín» militar presentes en los templos
evocan las principales fases de la batalla. Como resultado del trabajo de los
escultores, es la primera batalla en la historia en la que se puede seguir la
táctica desplegada y conocer la disposición de los ejércitos. Además, los
relatos en piedra están acompañados por un texto independiente, mucho más
detallado y literario, escrito en el año nueve del reinado del faraón y dictado
por él a uno de sus escribas, llamado Pentaur y conservado en tres papiros.
Lo
que está claro es que en todos estos documentos, sacados de un diario de
campaña oficial, están los momentos que Ramsés deseó destacar y, evidentemente,
no aparecen los que deseó silenciar. « Ramsés miente. No ganó nadie y él se
salvó de milagro. Regresó tan abatido y asustado que, probablemente, para
parecer el gran vencedor exageró las cifras, el alcance de las incursiones y
los objetivos conseguidos, además de ocultar y mentir sobre lo que le
interesaba» , señala el profesor Urruela. El objetivo está claro: crear una imagen
intencionadamente positiva que sirviera de propaganda política a Ramsés.
En
opinión de Urruela, toda la propaganda que Ramsés puso en las paredes de sus
cinco templos sobre la batalla de Qadesh estaba dirigida a la clase dirigente y
« no al pueblo, que nunca vela de cerca los templos, ocultos por grandes murallas»
.
PARTIDA
DEL EJÉRCITO EGIPCIO
Situémonos
por aquel entonces. La capital hitita histórica, Bogazkkóy, y la posterior, Tarhuntassa,
estaban más cerca que la de Egipto del área de conflicto. Durante la primera
campaña del faraón en Siria, el hitita no intervino. Según la egiptóloga
francesa Noblecourt, el motivo fue que antes quería asegurarse el apoyo y
cooperación de veinte principados de Asia Menor y el norte de Siria.
De
todas formas, hay que recordar que en aquella época, el combate era sólo una
pequeña parte del complejo entramado de la guerra, que incluía conversaciones,
intrigas, negociaciones, mensajes, misiones de espionaje y demostraciones de
poder ante el enemigo. Además, existía entre los enemigos una serie de fórmulas
de cortesía, ritos y obligaciones religiosas. Los altos oficiales egipcios eran
escribas reales, algo que explica que su cultura prefiera la palabra a la
espada.
Sabemos
que cuatro divisiones bautizadas con nombre de dioses egipcios —la de Amón (originaria
de Tebas), la Ra o Pa-Ra (formada en Heliópolis), la Ptah (procedente de
Menfis) y la Set (nativa de Pi-Ramsés)—, compuestas por carros, arqueros a pie
y lanceros, además del cuerpo de élite llamado Naharina, todas
encabezadas por el faraón, partieron de la ciudad del Delta Per-Ramsés, capital
del Egipto de entonces, en verano de 1274 a. C. El destino era Amurru.
Ramsés
II llegó a Canaán por la ruta militar que tantas veces recorrieron sus antepasados,
y se dirigió hacia el interior del país. Pasó el vado de Shubtuna al frente de
la división de Amón y precedido por sus oficiales superiores; el resto de sus
dos mil quinientos hombres quedaban atrás. El faraón estaba rodeado por su escolta
personal, los Shardanas o sardos. Junto a él también marchaban
sus hijos mayores, que le habían dado las dos Grandes Esposas reales Nefertari
e Isisnofret.
Detrás
de la división Amón, marchaba la de Ra; luego la de Ptah y, finalmente, la de
Set. Tras un mes de marcha el cuerpo expedicionario llegó a las inmediaciones
de Qadesh, presto a sitiar su fortaleza. Era junio-julio de 1274 a. C. « La división
Amón alcanzó las primeras alturas montañosas en la orilla este del Orontes y
pasó la noche, la víspera de la batalla, en un lugar que en la actualidad se
llama Kamirat el-Harmal» , sostiene Noblecourt.
El
ejército egipcio estaba constituido por profesionales, bien entrenados y con soldados
a sueldo. El Estado Mayor general, mandado por el faraón como jefe supremo del ejército,
estaba compuesto por un general en jefe, príncipes de sangre o favoritos y algunos
generales a título honorífico. Las tropas estaban integradas principalmente por
infantes y arqueros. La nobleza aportaba los oficiales en carro de guerra,
armas móviles de las que eran dueños.
Cada
una de las cuatro divisiones de infantería, según explica la egiptóloga
francesa Noblecourt, constaba de unos cinco mil hombres, al mando de un general,
y subdivididas a su vez en compañías de doscientos cincuenta efectivos. Cada
una de estas compañías estaba coordinada por un comandante o capitán, que
llevaba un estandarte identificador con nombre propio (león saltarín, armada de
Amón, etc.). Las compañías eran finalmente subdivididas de nuevo en cinco
secciones de cincuenta individuos, cada una bajo el mando de un « jefe de los
cincuenta» . Las tropas eran alistadas mediante leva en cada provincia, a las
que se agregaba una décima parte del personal de los templos. Cerca de dos
tercios de los efectivos eran mercenarios.
Los
soldados estaban armados con arcos triangulares o de curvatura simple y doble, espadas,
puñales y dagas, jabalinas de pequeño tamaño, hachas de doble filo, látigos y mazas
de piedra con forma periforme. Para defenderse utilizaban escudos de cuero tachonados
con clavos y cascos de cuero. Los oficiales se cubrían el torso con armaduras.
Muwatalli
de Hatti, tras haber trabado alianzas con pequeños estados del norte de Siria y
Anatolia —como los de Nahr el-Kelb, Gubia, Arwad, Ugarit, Naharina y Kargamis—,
había reunido una coalición de dárdanos, misios, licios y pedasios, entre
otros. Se trataba de un ejército sin gran disciplina y cuyo único núcleo bien
organizado eran los dos mil quinientos carros de guerra hititas. Cada uno de
los ejércitos contrincantes contaba en torno a los veinte mil soldados. Si se hace
caso del relato egipcio, la superioridad era de los hititas: veintisiete mil
frente a los veinte mil egipcios.
LA
ASTUCIA ENEMIGA
Qadesh
dominaba el extremo norte del valle de la Bekaa, en lo que hoy es territorio
sirio, y en esos años era aliada de los hititas. Los habitantes de la ciudad
habían cortado un canal desde el río hasta un arroy o al sur, convirtiéndola en
una especie de isla virtual. Ramsés estaba impaciente por pasar rápidamente el
vado del Orontes, al sur de la ciudad, para avanzar por la orilla derecha del
río, aproximadamente a kilómetro y medio de Qadesh. Su objetivo era tomar la ciudadela.
Tras
capturar a dos beduinos de la tribu de los shasus —integrantes de la coalición hitita—
que aseguraron estar deseosos de escapar de la opresión de Muwatalli II, Ramsés
se informó sobre la situación de su enemigo en las lejanas tierras de Alepo. El
faraón se confió y erigió un campamento para sus dos mil quinientos hombres al
norte de Qadesh. Las otras tres divisiones se acercarían por el sur. La
ciudadela no estaría defendida por los hititas y podría tomarla por sorpresa
sin grandes dificultades.
« Él
llegaría primero con su división, dejando que las otras tres llegaran después
del asalto victorioso de la plaza fuerte» , describe Noblecourt en su libro Ramsés
II. La verdadera historia. Así que Ramsés, cegado por la conquista, se
apresuró, acompañado sólo por la división Amón, para pasar rápidamente el vado del
río y avanzar por la orilla del Orontes hasta llegar al noroeste de Qadesh,
donde acampó.
Sin
embargo, los dos prisioneros habían mentido y las tropas de Muwatalli estaban agrupadas
muy cerca, al noreste de Qadesh, resguardadas en la ciudadela. Los carros hititas
cruzaron el río y atacaron por sorpresa el campamento de la división Amón, que estaba
tranquila convencida de su seguridad. Mientras entraban por sorpresa en el campamento
por la empalizada oriental, abrían un segundo frente al atacar a la división Ra,
que acababa de cruzar el vado y se disponía a unirse al ejército de Amón.
La
división Ra fue rota por el centro en dos columnas, y los enemigos de Ramsés se
plantaron frente a su campamento, « rodeándolo con dos mil quinientos carros
ocupados por tres hombres cada uno: un conductor, un jinete y un arquero» ,
narran los relatos hallados en los templos egipcios. Ramsés, incapaz de
sospechar que nadie pudiera mentirle, descubrió entonces que los dos shasus eran
parte de una astuta maniobra de su enemigo, que se encontraba muy próximo
equipado, oculto y listo para combatir.
Al
descubrir el engaño, convocó a su Estado Mayor, cosa que no había hecho antes; evacuó
a su familia; reunió a su guardia cercana; equipó su carro para entrar en la contienda,
y envió al visir acompañado por un príncipe para que las divisiones Ptah y la
más alejada Set se pusieran rápidamente en marcha.
Ante
el triunfal ataque inicial de Muwatalli, los soldados egipcios empezaron a
desertar. Según las narraciones, el faraón decidió pedir apoyo a sus dioses y
Amón acudió en su ayuda. Totalmente confiado en esa luz divina, armado y
acompañado por sus dos caballos preferidos (denominados Victoria en Tebas y Mut
Está Satisfecho, tal y como consta en el « Poema» ), Ramsés « no se dejó impresionar
—según el relato del escriba Pentaur— por los millones de extranjeros, los miró
como a fantoches de paja» , recuperó la iniciativa y se lanzó solo contra las
tropas hititas y « los tripulantes de los dos mil quinientos carros en medio de
los cuales yo estaba se convirtieron en cadáveres delante de mis caballos» . «
¡No es un hombre!» , gritaban los adversarios paralizados por el miedo, dicen
las inscripciones de los bajorrelieves del « Boletín» con la imagen de Ramsés
luchando en su carro.
Persiguiendo
a los enemigos hacia el noreste de la ciudadela con el respaldo de sus tropas
de élite, los naharinos, la proeza del faraón no quedó ahí en esa
batalla que estaba resolviéndose por inspiración divina. Mientras conservaba el
grueso de su infantería con él en el otro lado del río, Muwatalli envió un
segundo ejército de mil carros de guerra, que llevaban a los príncipes y
mejores capitanes de los territorios aliados, los cuales corrieron la misma
suerte.
UNA
LUCHA DE CARROS
« Al
mando del faraón, se reunieron los soldados dispersos de la división Ra, a los
que se unió la división Ptah, llegada a marchas forzadas y guiada por el visir.
Entonces se desplegaron las dos caballerías adversarias y se enfrentaron» , explica
la egiptóloga Noblecourt.
Ramsés
dominó desde el comienzo la situación. Los carros hititas volvieron a cruzar el
vado, pero esta vez en el mayor de los desórdenes; los carros, caballos y
guerreros empujados por los egipcios, caían en el río. En la representación en
la sala-patio del templo de Abu Simbel se ve, cerca del foso que rodeaba a
Qadesh, a unos de los hermanos de Muwatalli, Pa-ty ar, muerto flotando en el
Orontes. Fue uno de los numerosos allegados que el rey hitita perdió en la jornada
que duró la contienda.
«
Después de esta carga fulgurante hacia las aguas del Orontes, la suerte de la
batalla cambió definitivamente de campo» , afirma Noblecourt. Según ha quedado
constancia en el « Boletín» , « el gran vil de Hatti estaba en medio de sus
carros, con el rostro vuelto hacia atrás, temblando de horror y descompuesto.
Nunca salió a combatir, por miedo a Su Majestad, cuando vio a Su Majestad ganando
sobre la gente de Hatti al igual que sobre todos los países extranjeros que hablan
venido con él. Su Majestad los derrotó en un momento… era como un halcón
divino» .
Las
representaciones en las paredes de Lúxor y de Karnak cuentan que « la llanura
de Qadesh se cubrió de cadáveres» . El « Poema» subraya que Ramsés había
aniquilado todos los carros de guerra por sí mismo, evitando de esta forma la
emboscada del rey enemigo, que dio orden al ejército hitita de retirarse a la
ciudadela. Sin embargo, en los relieves oficiales del « Boletín» , se ve el enfrentamiento
de los dos cuerpos de carros y muestran « deliberadamente que Ramsés no estuvo
solo en el combate» , opina Noblecourt. También se evidencia que la ciudadela de
Qadesh no fue tomada, como lo manifiesta que en la cima de las torres flote el
estandarte enemigo. Al menos en eso Ramsés no mintió: al hacer ilustrar el «
Boletín» de la batalla se preocupó de que se representara la ciudadela enemiga
no tomada.
Por
el « Poema de Pentaur» se sabe que Muwatalli envió un mensaje rindiendo homenaje
a Ramsés y diciendo: « Eres Set, Baal en persona. Tu terror es una antorcha en
la tierra de Hatti… Mira, tu poderío es grande, tu fuerza abruma al País de
Hatti. ¡Es bueno que hayas matado a tus servidores, con tu rostro salvaje
vuelto hacia ellos, y que no hay as tenido piedad! Estuviste ayer matando a
centenas de millares. Has venido hoy y nos has dejado sin ningún heredero. ¡No
seas duro en tus acciones, rey victorioso! ¡La paz es mejor que combatir,
déjanos vivir!» .
Ramsés,
siguiendo el consejo de sus oficiales superiores y temiendo una nueva imprudencia,
consideró que la carta del rey hitita le permitía poner fin, sin perder prestigio,
a un enfrentamiento que le parecía peligroso y anunció un repliegue pacífico
hacia el sur.
El
escriba personal del faraón autor del « Poema» indica que Ramsés II fue clemente:
« Luego mi señor hizo que me trajeran a todos los jefes de mi infantería, de
mis carros y a todos mis oficiales superiores, reunidos en un lugar, para
hacerles escuchar el contenido de lo que se me había escrito. Mi señor les hizo
escuchar esas palabras que el vil jefe de Hatti me había escrito. Entonces dijeron
con una sola voz: “¡La paz es extremadamente buena, oh señor nuestro dueño! No
hay que condenar una reconciliación cuando la propones tú”» .
Narra
que hubo un repliegue pacífico en dirección al sur. « Mi señor se volvió en paz
hacia Egipto con su infantería y sus carros, volviendo con ella toda vida,
estabilidad y dominio» . Una vez en Egipto, según el « Poema» , los dioses del
país vinieron a « Pi Ramsés Amado de Amón Grande de Victoria» honrándolo y
vivió feliz y en paz en su palacio. « Lo gratificaron con millones de Fiestas
Sed, para siempre en el trono de Ra, todas las tierras y todos los países
extranjeros estaban prosternados bajo sus sandalias para la eternidad sin fin»
, concluye el escribano.
DE
LA EXAGERACIÓN A LA PRESUNCIÓN
Lo
cierto es que estos relatos son demasiado exagerados para resultar verídicos. Aunque
los relieves hacen honor al coraje del faraón, la realidad parece indicar que
sólo gracias a un golpe de suerte y a la codicia de los hititas Ramsés salvó su
vida. Los hechos fueron maquillados por el faraón en beneficio propio para
justificar su falta de experiencia, su imprudencia al haber caldo en una emboscada
y el hecho de no haber tomado la ciudadela de Qadesh.
Entonces,
¿qué pasó realmente? Los historiadores hablan de que Ramsés flanqueó la ciudad
por el oeste hacia el norte, ignorante de que los hititas lo hacían por el este
hacia el sur, siguiendo la ribera oriental del río Orontes. Para despistar a
las tropas egipcias, el astuto Muwatalli envió a los dos soldados que debían
dejarse capturar, haciéndose pasar por shasus, para informar a los egipcios de
que los hititas se encontraban bastante lejos, al norte. Ramsés, desoyendo los
prudentes consejos de sus oficiales y de su guardia más cercana, cayó en la
trampa del jefe hitita.
Los
hititas cruzaron el río Orontes por el este, dejaron pasar al faraón con su
guardia y esperaron a que la primera división, la Amón, se situara cerca de
Qadesh. Entonces cercaron a la segunda división, la Ra, impidiendo la llegada
de posibles refuerzos. La división Ra, atacada por el centro, se dispersó. Los egipcios,
hambrientos y cansados tras un mes de marcha, no pudieron afrontar el feroz ataque
y fueron aniquilados por el enemigo. La división Amón, dirigida por Ramsés,
resistía desesperadamente. Las divisiones Ptah y Set seguían avanzando, ignorantes
aún del peligro. La victoria de Muwatalli estaba casi asegurada.
Sin
embargo, el ejército hitita se desorganizó nada más tomar el campamento
enemigo: se dedicó al saqueo y la rapiña en lugar de asegurarse de consolidar
la victoria, circunstancia que Ramsés aprovechó para romper el cerco de los
carros de guerra enemigos y abrirse paso hasta el cercano río Orontes.
Recuperado el faraón, consiguió repeler un primer ataque al frente de su cuerpo
de carros, mientras que los enviados por Muwatalli fueron dispersados con la
llegada, por el este, de las tropas especialistas de naharinos,
procedentes de Amurru, actualmente el norte de Siria, que cambiaron el rumbo de
la batalla. Ellos fueron el factor esencial para dar la vuelta a la situación.
Estas
tropas, compuestas por combatientes expertos y de gran disciplina, marcharon como
un rodillo. Formando un cuadrado compacto de soldados en filas cerradas, escudo
contra escudo protegiendo sus cuerpos, según los relatos de los bajorrelieves,
« atacaron la tropa del vil vencido de Hatti, mientras entraba en el campamento
del faraón, los mataron y no permitieron escapar a ninguno… Su muy buen señor
estaba detrás de ellos como una montaña de cobre y como un muro de hierro, para
siempre jamás» . Los naharinos realizaron un movimiento en pinza sobre
los carros que cercaban a Ramsés y libraron al faraón cuando estaba a punto de
ser vencido.
No se
sabe mucho de los naharinos. Aliados de Egipto desde la época del guerrero
faraón Tutmosis III, que organizó diecisiete campañas victoriosas contra
cananeos, dirigentes sirios y enemigos mitannios, grabadas en Karnak y conocidas
hoy día como « Los anales de Tutmosis III» , consta que llevaban un armamento
distinto al del resto de las tropas egipcias.
Por
lo que muestran los relieves, especialmente de Abu Simbel y del templo funerario
de Ramsés, el Ramesseum, sus carros de combate eran diferentes a los diseños de
las divisiones del faraón, parecidos a los carros hititas, más pesados y con
otras características tácticas que los ligeros y maniobrables carros egipcios.
Los
carros de guerra egipcios estaban tirados por caballos, se agrupaban en
escuadrones de unos cincuenta vehículos. Cada uno llevaba dos servidores: un conductor,
que se encargaba de manejarlo para que su acompañante —el noble guerrero
propietario del vehículo— pudiera disparar flechas o lanzar jabalinas contra el
enemigo. El conductor a veces también podía hacer las funciones de escudero,
protegiendo al combatiente. Los carros hititas llevaban tres servidores.
Según
los archivos de Muwatalli descubiertos en su capital, por el bando egipcio sólo
participaron en la ofensiva los carros de guerra, y a que la infantería quedó
aislada en la orilla del Orontes. Además hablan de que el pánico de Ramsés al
ver tan numeroso enemigo permitió a los hititas romper el frente egipcio y
saquear el campamento. Cuando los naharinos acudieron en ayuda del faraón
también quedaron rodeados y tuvieron que retroceder hasta el río. La división
Ptah terminó por llegar al campo de batalla y se unió a las otras do tardíamente.
La Set no llegó a combatir.
Además,
hay otro aspecto a tener en cuenta en el resultado final de la batalla.
Muwatalli permaneció durante todo el conflicto « obstinadamente cerca de la
infantería, en la orilla izquierda, al este de Qadesh, sin participar él mismo
en el ataque y, sobre todo, sin lanzar a la contienda su inmensa infantería, en
el momento crítico en que su caballería era empujada hacia el Orontes» , opina Christiane
D. Noblecourt. Las razones de esta actitud pueden ir desde que quería frenar
una carnicería inútil, a que estaba abatido por la cantidad de hermanos y allegados
muertos en el combate, pasando a que prefería una solución basada en la
diplomacia que diera como resultado un tratado, tal y como realmente acabó por
suceder… pero muchos años después.
DUDAS
SOBRE EL GANADOR FINAL
Ya
sea gracias al coraje de Ramsés, de acuerdo con su propia propaganda, por la
ayuda de los naharinos o porque se lograra rehacer las divisiones Amón y
Ra, Muwatalli pidió el armisticio. Ramsés respondió con la retirada de sus
tropas a Egipto en un « repliegue pacífico» , transformando en relativa
victoria lo que habría podido ser una gran derrota, pero dejando empañada la
grandeza del faraón, y a que regresó sin ningún triunfo en su haber y con
grandes pérdidas materiales: se habla de que perdió alrededor de un tercio del
ejército. El botín, según parece, sólo fueron algunos prisioneros, armas
tomadas a los enemigos muertos y caballos.
Y es
que el objetivo de Ramsés II, tomar Qadesh, no se cumplió; la ciudad continuó
en manos hititas, al igual que Amurru. Por tanto, algunos historiadores consideran
que, al renunciar los hititas a atacar de nuevo al ejército egipcio, no ganaron,
pero los egipcios tampoco. En los tratados de paz, tanto en versión egipcia
como hitita, parece que no hubiera una victoria clara; más bien se asemeja a una
pelea de titanes que, una vez comprobado su poder, prefieren « respetarse»
mutuamente.
Lo
cierto es que en cuanto a estrategia, supuso un empate técnico con, incluso,
notables ventajas geoestratégicas para los hititas y la batalla representó el fin
de las pretensiones de Ramsés II sobre el imperio enemigo y, por tanto, de extender
aún más su imperio; así pues, tuvo que tratar de igual a igual a su par hitita.
« No ganó nadie. La batalla acabó en tablas. Tras Qadesh, egipcios e hititas y
a no volverían a invadir cada uno la esfera de influencia del otro, que se mantuvieron
aproximadamente como estaban antes del enfrentamiento» , indica el profesor de
Historia Antigua de la Universidad Complutense, Jesús Urruela. Tras la
victoria, Ramsés II se declaró vencedor de Kheta, Naharin, Retenu y Katna,
agregando los nombres de Asiría, Babilonia, Creta y Chipre, países no vencidos,
pero que seguramente se sintieron obligados a enviar tributos al poderoso faraón.
Una vez terminada la batalla, el ejército hitita continuó sus conquistas hacia
el sur hasta llegar a Damasco.
El
recuerdo de esta batalla constituyó la pesadilla del faraón durante largos años.
Más de una vez pensó en reconquistar las posiciones perdidas en el país de Canaán
y de Amurru, algo provisionalmente logrado con la efímera toma de la fortaleza
siria de Dapur. A partir de ese momento, Ramsés II optó por utilizar más la
diplomacia que el enfrentamiento con un adversario tan poderoso como el hitita.
« La
batalla fue, paradójicamente, un fracaso del ejército egipcio que propició un fortalecimiento
político del faraón» , señala el egiptólogo español Xavier Martínez Babón.
« El célebre “Poema de Pentaur”, escrito años más tarde, adorna la derrota del
estamento militar y el triunfo de Ramsés II, denostando al primero por cobardía
y elogiando al segundo por valentía» , explica. Esos relieves e inscripciones
en los principales templos del país recordarían para siempre la gesta,
presentando al faraón como el héroe que se enfrentó solo a numerosos enemigos y
salvó una situación desesperada.
Así,
Ramsés II, con su extraordinario aparato de propaganda, logró hacer pasar este episodio
como una gran victoria en multitud de inscripciones en cinco de sus templos más
famosos: el gran templo nubio de Abu Simbel; en la sala hipóstila del templo de
Amón en Karnak; en los pilonos (portadas) de Lúxor; en las paredes exteriores
norte y oeste de Abidos, y en los relieves del Ramesseum. Todo ello esculpido
con gran imaginación, algo que supuso una especie de liberación y el surgimiento
de un nuevo estilo tras el impuesto por el emperador Ajena ton.
A su
vuelta a Egipto, Ramsés tuvo que dedicarse a « renovar el alistamiento de sus
divisiones y a organizar su servicio de información, porque habían quedado profundamente
marcados por las estratagemas hititas» , indica Noblecourt. Según esta experta,
a partir de ese momento Ramsés comenzó a establecer una red de informadores sobre
la situación real de las provincias vasallas del otro lado de las marcas
orientales del Delta. Además, la frontera oriental fue reforzada con la
instalación de guarniciones, más allá de al-Arish, a lo largo de la costa hacia
Gaza y Rafia.
Además,
Ramsés II aprovechó la batalla de Qadesh para hacer una depuración de la cúpula
del ejército, ostensiblemente debilitada, para obligarla a una disciplina más
rigurosa. Hubo disposiciones políticas que se irían materializando en los años
siguientes, y el faraón colocó a sus hijos mayores al frente de las estructuras
castrenses y a partir de entonces, ningún adalid ajeno a la Casa Real tendría
protagonismo.
Su
hijo mayor, Amenhirjopshef, quien había demostrado sus grandes cualidades
durante el enfrentamiento, empezó a tener responsabilidades, entre ellas
aplicar las reformas, mientras el faraón se iba al sur del país para « recobrar
el contacto directo con los notables de la provincia a los que hablaría de Qadesh,
porque nadie debía dudar de la extraordinaria hazaña del señor de Egipto» ,
indica Noblecourt.
CONSECUENCIAS
INMEDIATAS DEL TRATADO DE PAZ
Amurru
fue recuperado por los hititas y Siria controlada con firmeza por Muwatalli, a pesar
de los esporádicos intentos egipcios tras Qadesh por atacar algunas zonas. Sin embargo,
la batalla cerró el paso de Muwatalli hacia el sur y supuso un período de dos años
de paz, rota por el triunfal avance de las tropas egipcias, lo que provocó que Muwatalli
enviara tropas para defender la ciudad de Tunip. Una vez más, Ramsés II salía
victorioso del enfrentamiento.
Hacia
1295 a. C. fallecía Muwatalli sin herederos legítimos y dejando como sucesor al
hijo de una de sus concubinas, Urhi-Teshub, quien tomó el nombre de Mursil
III. El nuevo rey continuó con la política de su padre al mantener a su tío
—el futuro Hattusil III— como gobernador del País Alto y restableció la capital
en Hattusa. Pero las relaciones entre tío y sobrino empezaron a deteriorarse, hasta
que Mursil intentó cesar a su tío, lo que motivó que Hattusil se sublevara. Mursil
fue apresado y exiliado, y Hattusil ocupó el trono de Hatti.
El
tratado de paz —conocido también como la « Paz Perpetua» , que no firmaría Muwatalli
sino su hermano y sucesor desde 1281 a. C., Hattusil III— no llegaría hasta
dieciséis años más tarde de aquella memorable jornada. Fue redactado en
babilonio, la lengua diplomática de la época, por un comité mixto de juristas
de Hattusil y hombres de ley es egipcios, delegados del faraón, que por aquel
entonces tenía cuarenta y seis años.
« Los
egipcios ya se habían convencido que no podían controlar el norte de Canaán, y los
hititas que no podrían hacerlo con el sur. La ofensiva asiría entretenía a los
hititas por el este, y los problemas con los libios a los egipcios por el
oeste. Bajo esta perspectiva hay que entender el tratado egipcio-hitita del año
veintiuno de Ramsés, lo cual, según las dinastías cronológicas, ocurrió en
algún momento entre los años 1270 y 1260 a. C.» , explica Jesús Urruela.
El
documento, primer tratado internacional del que hay constancia en la historia,
fue grabado primero en una tablilla de plata y después, en jeroglíficos, en las
paredes de Karnak y en el Ramesseum, cerca de donde se narraba la batalla de
Qadesh. « Las cancillerías —cuenta la egiptóloga Noblecourt— enviaron cartas
oficiales a los Estados con los que Hatti y Egipto mantenían relaciones
diplomáticas»
En el
tratado, ambos soberanos se comprometieron a que ni ellos ni sus sucesores entrarían
más en conflictos, así como a apoyarse mutuamente en caso de ataque de
terceros; también establecieron las bases de la extradición de refugiados. De
hecho, el rey hitita puso a disposición de Ramsés el matrimonio con dos de sus
hijas y, cuando el faraón las aceptó, entre las dos familias se inició un periodo
de correspondencia mutua certificada por unas cincuenta cartas conservadas en
nuestros días.
Las
versiones hitita y egipcia tienen algunas ligeras variantes, pero ambos textos
en la veintena de párrafos comunes que se conservan están en perfecto acuerdo.
En ninguna parte del tratado se fijan las respectivas fronteras en Siria.
Posiblemente la influencia egipcia que dará limitada a la costa, y la de los
hititas al interior del país. Ambos monarcas se mostraron fieles al pacto y
Asia Anterior tuvo medio siglo de paz.
¿QUÉ PASÓ CON LOS HITITAS?
Hacia
finales del reinado de Ramsés II se produjo en el norte de Grecia y el Mar
Negro un gran movimiento de pueblos, que se dirigían hacia el sur. Llegados a
las puertas de Egipto, no encontraron resistencia, pues el faraón, debido a su
edad avanzada, no tuvo fuerzas para reaccionar.
Su
sucesor Merenptah tuvo que hacer frente a los síntomas de próxima
decadencia del país, con unas arcas del Estado resentidas por las actividades bélicas
y constructivas de su padre « y también por el largo reinado, que posiblemente
debilitó a la monarquía en sus relaciones institucionales, generando corrupción
y dudas en la sucesión» , mantiene Jesús Urruela.
Al
poco tiempo, los hititas evocaron el tratado de paz firmado con los egipcios al
producirse una gran hambruna en Anatolia y el faraón Merenptah acudió en socorro
de su aliado, enviando cereales.
Según
los historiadores, hacia el año 1190 a. C. los hititas se enredaron en una
fatal guerra contra los invasores conocidos como Pueblos del Mar, un movimiento
similar al de los germanos en el Imperio romano. Qadesh fue destruida por los
invasores. Los gasgas, eternos enemigos de los hititas, se aprovecharon de esta
debilidad para atacar a la capital, Hattusa, y reducirla a cenizas. Esto marcó
el final del Imperio hitita.
Más
tarde, en el siglo VII a. C., las regiones orientales del antiguo imperio
cayeron en manos asirías, mientras que las regiones occidentales (especialmente
el reino de Frigia) se fueron helenizando progresivamente, hasta que se desvaneció
todo rastro cultural de los hititas, que desaparecieron de la historia como
pueblo y el recuerdo de su cultura se perdió hasta principios del siglo XX.
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