sábado, 22 de abril de 2017

LA BATALLA DE QADESH

RAMSÉS II

PRIMERA GUERRA DOCUMENTADA

La batalla de Qadesh no es la más antigua de la que hay constancia en la historia. Los seres humanos llevan matándose desde Caín y Abel, según narra el Génesis. Con anterioridad a esta confrontación se conocen otras, como la batalla de Megido, en el siglo XV a. C., con los mismos contrincantes: el ejército del faraón Tutmosis o Tutmés III (1479-1425 a. C.), el gran artífice del Imperio egipcio, que en diecisiete campañas asiáticas convalidó Egipto como gran potencia, la coalición de los príncipes de Qadesh y Megido, situada al este del río Éufrates. Dos siglos después, egipcios e hititas seguirían riñendo por la posesión de ese territorio.

TUTMOSIS III

De bastante tiempo antes también hay constancia de las campañas de Hammurabi, rey de Babilonia, en el siglo XVIII antes de nuestra era, o de los enfrentamientos en Mesopotamia entre diferentes reinos y ciudades-estado, que combatían por la hegemonía de la zona entre los ríos Tigris y Éufrates. Sin embargo, los documentos antiguos que ilustran estos conflictos no han llegado hasta nuestros días. Sólo han quedado sus huellas remotas en la arqueología.



En contraposición, la batalla de Qadesh está bien detallada en papiros y relieves de templos que han sobrevivido durante milenios. Por lo tanto, tiene el honor de ser la primera en la historia que puede ser reconstruida gracias a los numerosos documentos egipcios y a una carta en alfabeto cuneiforme de Ramsés al rey hitita Hattusil III encontrada en Anatolia. « Es la primera batalla narrada de la que tenemos constancia. Hubo antes otras más importantes, pero nadie se fija en ellas o no están tan deformadas por los aficionados como ésta, que llena de inexactitudes las innumerables páginas de Internet» , sostiene Jesús J. Urruela Quesada, profesor de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid.



De hecho, investigadores de la ciencia militar, analistas, historiadores, egiptólogos, militares y aficionados de todo el mundo llevan siglos estudiando la que se considera la última gran batalla de la Edad del Bronce —o la primera gran batalla de la Antigüedad, según la egiptóloga francesa Christiane D. Noblecourt— gracias a todo tipo de detalles sobre el armamento y las referencias sobre la estrategia que se empleó, y de los que hoy hay constancia.



Claro que su atractivo no está sólo motivado por lo que supone en la historia el cambio de una tecnología militar a otra. Además, resulta interesante seguir su desarrollo en las tres fuentes antiguas perfectamente conservadas hasta hoy : el « Poema de Pentaur» , extenso relato lírico de los sucesos que compuso el escriba personal del soberano; el « Informe» o « Boletín» militar conservado en forma de bajorrelieves que sobreviven al tiempo en cinco santuarios: en el Ramesseum (el templo funerario de Ramsés II), Lúxor, Abidos, Abu Simbel y Amón en Karnak; y el documento que formalizó la tregua entre ambos contrincantes, considerado el primer tratado de paz de la historia, con las diferentes versiones de los egipcios y de los hititas.



Pero no está sólo el poder de seducción de Qadesh. Esta batalla interesa a los estudiosos porque se trata de uno de los momentos más apasionantes de la historia de Egipto, ejemplo de la mejor vocación imperialista de los faraones, así como, en especial, de la maestría propagandística de Ramsés II.



Exactamente, ¿cuándo ocurrió esta confrontación? En las culturas antiguas no es fácil datar adecuadamente los acontecimientos de acuerdo con la cronología actual. Los textos con frecuencia se contradicen, no están claros o simplemente falta información para fechar con exactitud. Los restos arqueológicos dan una datación aproximada.



En la cronología egipcia, además, el tiempo se contaba partiendo del inicio del reinado de un faraón y dentro de la correspondiente dinastía. Con cada nuevo faraón se comenzaba de nuevo. Respecto a Qadesh, los textos egipcios hablan del quinto año de reinado de Ramsés II; el problema es que no está claro en qué año este faraón subió al trono. « Hay hasta tres cronologías egipcias diferentes. Los historiadores sabemos que nos equivocamos pero el problema está en que no sabemos si es hacia arriba o por debajo el desfase cronológico» , afirma Jesús Urruela.



Sobre el comienzo del reinado de Ramsés II, Claude Vandersley en en su obra L’égypte et la vallée du Nil dice: « Saber con certeza la fecha, en cronología absoluta, en que Ramsés II llegó a ser rey es aún imposible. Tres fechas están en juego: 1304, 1290 o 1279 a. C. Cada una tiene sus partidarios. La tendencia es adoptar la fecha más baja, 1279» . Así pues, habiendo sido la batalla de Qadesh en el quinto año del reinado de Ramsés II, sólo habría que restar cinco años a cada una de estas tres posibilidades para tener las respectivas posibles fechas de la contienda, habiendo preferencia, según este autor, por la más tardía: 1275- 1274. De esta forma, la legendaria batalla se suele fechar en el verano de 1274 a. C.


EL DOMINIO DE LAS RUTAS COMERCIALES SIRIAS

La rivalidad entre egipcios e hititas —conglomerado de tribus con una herencia cultural común que se instalaron en Anatolia hacia el año 2000 antes de nuestra era— se venía arrastrando desde un par de siglos antes y, sobre todo, desde la época del faraón Akenatón (1352-1336 a. C.), quien descuidó su política exterior, debilidad que permitió que los hititas se anexionaran varias ciudades sirias sometidas a Egipto « en ese Oriente Próximo en perpetuo conflicto y formado por infinidad de ciudades-estados» , explica la egiptóloga Noblecourt, exjefa de conservadores del departamento egipcio del Louvre y quien durante treinta años ha investigado la vida de Ramsés II y ha escrito una de las mejores biografías del faraón.



Esta pérdida territorial se convertiría en el caballo de batalla de los faraones de la XVIII y la XIX Dinastía. Durante el Imperio Nuevo (que comienza con la reunificación de Egipto en 1550 a. C. y está compuesto por las dinastías XVIII, XIX y XX), los faraones que adoptaron una política de conquista y de intervención en el extranjero, crearon un ejército profesional de gran prestigio. Dos siglos antes que Ramsés II, Tutmosis III dispuso de valerosos oficiales y de una tropa bien entrenada para luchar en sus diecisiete batallas. Por su parte los hititas, al verse acorralados por sus vecinos, tuvieron que basarse en su capacidad militar para sobrevivir como estado; su imperialismo se caracterizó, sobre todo, por su interés en la ocupación permanente de las ciudades-estado de Siria.

TUTMOSIS III

Al llegar al trono, Ramsés II se convirtió en el quinto militar de carrera consecutivo que llegaría a faraón. Al provenir de una familia de hombres de armas, no era de extrañar que, en cuanto accedió al trono, el joven Ramsés se lanzase a una gran actividad militar. Las campañas asiáticas parece ser que se iniciaron en el cuarto año de su reinado; aunque algunos investigadores hablan incluso de que en el segundo año venció y capturó a los llamados Shardanas, que incorporó a sus tropas. De lo que hay constancia es que el faraón comenzó enfrentándose a los nubios y libios, según se detalla en una estela hallada en Asuán.



Fortaleció su posición en la zona de ocupación egipcia y avanzó con su ejército hacia el norte para recobrar territorios de Qadesh. Las cosas se complicaron cuando los hititas consiguieron formar una coalición en la que entraron más de veinte príncipes enemigos de Egipto —de los que se conocen los de Alepo, Naharin, Karkemish, Kodi, Qadesh y Arvad—, que lucharía con astucia contra el faraón.



Al quinto año de ocupar el trono, como y a había sucedido en tiempos de su padre, Sethi I (1294-1279 a. C.), los ejércitos egipcios e hititas se encontraron en la que sería la tercera batalla por Qadesh. La rivalidad duraba y a dos siglos, con épocas de mayor o menor virulencia según hubiera o no matrimonios de los faraones con princesas de la zona.



Se sabe que, en el siglo XV a. C., el rey de Qadesh había encabezado una coalición de ciudades-estado para oponerse a la conquista de levante por el faraón Tutmosis III. Derrotado en la batalla de Megido, la ciudad de Qadesh cayó bajo la hegemonía egipcia, así como el resto del sur de Siria. « La región estaba entonces administrada por gobernadores egipcios encargados de mantener cierto grado de hegemonía entre los múltiples príncipes locales que pagaban regularmente los impuestos a la Corona» , explica la egiptóloga Noblecourt. El padre de Ramsés, Sethi I —uno de los faraones de mayor prestigio de la historia de Egipto, según el profesor Urruela—, venció y tomó Qadesh, por segunda vez desde la época de Tutmosis III. Pero la ciudad fue muy pronto recuperada por Muwatalli, rey de Hatti, el mismo que después se enfrentaría a Ramsés. De nuevo la ciudadela pasó de manos y se convirtió en el bastión de la defensa hitita en Siria.

SETHI I

Algunos historiadores afirman que la guerra tuvo lugar para detener el intento hitita de invadir Egipto. Sin embargo, la mayoría de los expertos sostienen que todas aquellas contiendas tuvieron como objetivo el dominio de las rutas comerciales asiáticas y no eran actos de defensa. La ciudad, en el valle del río Orontes, representaba la frontera entre los dos imperios rivales. Así, la batalla de Qadesh fue una más entre los numerosos enfrentamientos que se llevaron a cabo por el control de Siria a lo largo de los siglos XIV y XIII antes de nuestra era. En aquellos tiempos la zona era deseada por todos sus amplios recursos económicos y por su situación estratégica, como cruce de rutas de la región.



La ciudad de Qadesh « era de vital importancia en el eje de comunicaciones egipcio, frontera entre ambos imperios. El soberano que la poseyera conseguía para su país un lugar preponderante entre el Tigris-Éufrates y el Mediterráneo, y ser el dueño de los intercambios comerciales, lo que le convertiría en la mayor potencia de la época» , señala Jesús J. Urruela quien, en línea con las últimas investigaciones, no está de acuerdo en localizar la batalla en el río Orontes. « No es posible —afirma— que Egipto controlara una zona tan grande. Hay quien piensa que se trataba de una ciudad del mismo nombre a la altura de Gaza, es decir, mucho más al sur, próxima al desierto del Néguev. Esto llevaría a los hititas hasta el sur de Palestina. El problema es la traducción de los topónimos: es imposible saber exactamente a dónde se refiere porque está en lengua egipcia» . De lo que no hay duda es que el enfrentamiento era inevitable. Ramsés II tenía « la obligación» de reconquistar la plaza de Qadesh al precio que fuera. Él, que había acompañado a su padre cuando era joven en la batalla por la ciudadela, no se resignaba a aceptar que esta provincia estuviera en manos de sus enemigos; no podía olvidar que había sido propiedad de Egipto desde el gran Tutmosis III.


PROTAGONISTAS EN PLENO APOGEO

Cuando Ramsés II con veinte años subió al trono, al frente de Hatti continuaba el rey Muwatalli. Cada uno de los dos reinos estaban en la cima de su poder.



Ramsés II (Usermaatre Setepenre o « Nacido de Ra, querido de Amón» ) probablemente sea el faraón más famoso de la historia de Egipto. Reinó durante sesenta y siete años y, según algunos investigadores a la vista de su momia —hoy en el Museo de El Cairo—, este rey pelirrojo vivió casi noventa años. Dicen que tuvo una precocidad excepcional, y a que, apenas salido de la niñez, asistió a su padre como corregente, además de innumerable progenie, que cuidó y amó.



Sus campañas militares comenzaron pronto, tanto en Asia como en Nubia; sin embargo, a partir del tratado con los hititas tras la guerra por Qadesh, en el año veintiuno de su reinado, el resto de sus más de cuatro décadas antes de morir parece que fueron de paz. Al menos no hay documentación sobre ninguna guerra y, dado lo que le gustaba proclamar y exagerar sus triunfos, lo más probable es que dejara de batallar para dedicarse a realizar numerosas construcciones, « pero menos de las que aparecen con su nombre, dada la costumbre del faraón de sustituir los cartuchos de los rey es anteriores en monumentos que de esta forma usurpó, incluso en construcciones del Imperio Antiguo, a muchos siglos de distancia» , explica Jesús Urruela. A pesar de ello, tiene bien merecida la fama de arquitecto notable.



Ramsés II, al igual que todos los faraones, en palabras del profesor Urruela, « era un dictador teocrático y, por lo tanto, la religión actuaba como instrumento del poder del Estado, como control y en beneficio de la clase dirigente y como elemento ideológico clave para el sometimiento del pueblo, al margen de los esclavos. Como todos los faraones, siempre controló la propaganda; para el pueblo y para la clase dirigente» . Lo que le diferenció de otros faraones, según Noblecourt, es que creyó necesario presentarse ante su pueblo no y a como el hijo de un dios, sino como la encarnación del mismo dios. Además, quizá por su falta de raíces reales, « más que otros, necesitó afirmarse como un ser excepcional realizando actos memorables» .



El faraón convirtió Qadesh en el acontecimiento principal de su reinado. En todas partes donde erigió edificios a la gloria de los dioses protectores, eternizó el milagroso combate frente al adversario más poderoso entre los países del norte y del este. Y supo vender sus logros, y a que es uno de los gobernantes más conocidos de la historia, todo gracias a la propaganda que hizo de sí mismo. En el Egipto Antiguo hay faraones que merecen cuando menos estar a su altura, como Tutmosis III o Amenofis III, dos ejemplos de grandes soberanos, pero que no han alcanzado la popularidad y ni el prestigio de Ramsés II, « especialmente desmesurado en su faceta de héroe militar» , afirma Jesús Urruela.
AMENOFIS III

Y eso que de los sesenta y siete años de reinado, sólo los quince años primeros los dedicó a expediciones y combates esporádicos. Después vivió largos años de paz en Oriente Próximo, con un país de gran opulencia.



« El Grande» —sobrenombre que se ganó por sus victorias militares y su promoción de construcciones monumentales— tuvo una numerosísima descendencia con sus esposas principales y secundarias, con princesas extranjeras y sus incontables concubinas repartidas por todas las provincias del imperio. Como su prole fue muriendo antes que él, el que le sucedió fue el cuarto hijo de la reina Isisnofret y el decimotercero en el orden sucesorio, Merenptah, que al morir Ramsés II debía contar cerca de sesenta años de edad.



Mucha menos fama le ha otorgado la historia a Muwatalli, del que no se sabe mucho, más allá de su participación en Qadesh. Sucedió en el trono hitita a su padre Mursil II. Al mismo tiempo que su hermano menor, el futuro rey Hattusil III, recibió los cargos de gran mayordomo, general y jefe de la división de carros, antes de ser gobernador del País Alto.



Pasó gran parte de su vida batallando contra las tribus gasgas en el norte y con Egipto en el levante. Así, se sabe que tras luchar con los pueblos gasga y de Arzawa, una vez aseguradas las fronteras norte y suroeste de la península de Anatolia, Muwatalli dedicó sus esfuerzos a la zona de Siria, donde los faraones deseaban establecer su soberanía. Comenzó por alentar una revuelta palestina contra los egipcios, pero la estrategia le falló, así que se enfrentó con las tropas egipcias dirigidas por el faraón Sethi I en Qadesh; salió vencedor el egipcio, pero el hitita recuperó la zona rápidamente. Estas luchas anteceden las del reinado de Ramsés II.



También tuvo que enfrentarse a rebeliones lideradas por un noble hitita, Piyamaradu. Estas revueltas fueron sofocadas en una serie de campañas triunfales, lo que hizo que el rebelde tuviera que buscar refugio en los reinos vecinos, aunque continuó intentando alzar a los reinos de Anatolia occidental.



Para enfrentarse al renacimiento egipcio y la fragilidad de sus posiciones en Siria, Muwatalli trasladó la capital desde Hattusa (o Bogazkkóy ) a Tarhuntassa, situada más al sur y por tanto más cerca de los territorios amenazados por los egipcios y más lejos de los gasgas; de éstos se encargó su hermano Hattusil III, que logró arrebatarles bastante territorio, mientras Muwatalli se dedicaba a luchar primero con Sethi I y, después, con su hijo Ramsés II.


LAS MENTIRAS DE RAMSÉS

Ningún otro faraón ha dejado tantos escritos sobre lo que quería hacer. Ninguno construyó tantos monumentos que permitieran conocer el motivo de sus acciones guerreras y religiosas. « Se conocen trece versiones de la batalla, tanto en las representaciones escénicas de los templos más famosos: Aidos, el Ramesseum —su templo-palacio funerario—, el templo de Amón en Karnak, el de Lúxor y Abu Simbel, así como en diversos papiros. El enfrentamiento con el rey hitita Muwatalli se ha convertido en uno de los pasajes clásicos de la narrativa egipcia, y debió de constituir un elemento de prestigio en su época, aunque probablemente su narración está repleta de exageraciones» , afirma Jesús Urruela.



El caso es que los bajorrelieves del « Boletín» militar presentes en los templos evocan las principales fases de la batalla. Como resultado del trabajo de los escultores, es la primera batalla en la historia en la que se puede seguir la táctica desplegada y conocer la disposición de los ejércitos. Además, los relatos en piedra están acompañados por un texto independiente, mucho más detallado y literario, escrito en el año nueve del reinado del faraón y dictado por él a uno de sus escribas, llamado Pentaur y conservado en tres papiros.



Lo que está claro es que en todos estos documentos, sacados de un diario de campaña oficial, están los momentos que Ramsés deseó destacar y, evidentemente, no aparecen los que deseó silenciar. « Ramsés miente. No ganó nadie y él se salvó de milagro. Regresó tan abatido y asustado que, probablemente, para parecer el gran vencedor exageró las cifras, el alcance de las incursiones y los objetivos conseguidos, además de ocultar y mentir sobre lo que le interesaba» , señala el profesor Urruela. El objetivo está claro: crear una imagen intencionadamente positiva que sirviera de propaganda política a Ramsés.



En opinión de Urruela, toda la propaganda que Ramsés puso en las paredes de sus cinco templos sobre la batalla de Qadesh estaba dirigida a la clase dirigente y « no al pueblo, que nunca vela de cerca los templos, ocultos por grandes murallas» .


PARTIDA DEL EJÉRCITO EGIPCIO

Situémonos por aquel entonces. La capital hitita histórica, Bogazkkóy, y la posterior, Tarhuntassa, estaban más cerca que la de Egipto del área de conflicto. Durante la primera campaña del faraón en Siria, el hitita no intervino. Según la egiptóloga francesa Noblecourt, el motivo fue que antes quería asegurarse el apoyo y cooperación de veinte principados de Asia Menor y el norte de Siria.



De todas formas, hay que recordar que en aquella época, el combate era sólo una pequeña parte del complejo entramado de la guerra, que incluía conversaciones, intrigas, negociaciones, mensajes, misiones de espionaje y demostraciones de poder ante el enemigo. Además, existía entre los enemigos una serie de fórmulas de cortesía, ritos y obligaciones religiosas. Los altos oficiales egipcios eran escribas reales, algo que explica que su cultura prefiera la palabra a la espada.



Sabemos que cuatro divisiones bautizadas con nombre de dioses egipcios —la de Amón (originaria de Tebas), la Ra o Pa-Ra (formada en Heliópolis), la Ptah (procedente de Menfis) y la Set (nativa de Pi-Ramsés)—, compuestas por carros, arqueros a pie y lanceros, además del cuerpo de élite llamado Naharina, todas encabezadas por el faraón, partieron de la ciudad del Delta Per-Ramsés, capital del Egipto de entonces, en verano de 1274 a. C. El destino era Amurru.



Ramsés II llegó a Canaán por la ruta militar que tantas veces recorrieron sus antepasados, y se dirigió hacia el interior del país. Pasó el vado de Shubtuna al frente de la división de Amón y precedido por sus oficiales superiores; el resto de sus dos mil quinientos hombres quedaban atrás. El faraón estaba rodeado por su escolta personal, los Shardanas o sardos. Junto a él también marchaban sus hijos mayores, que le habían dado las dos Grandes Esposas reales Nefertari e Isisnofret.

NEFERTARI

Detrás de la división Amón, marchaba la de Ra; luego la de Ptah y, finalmente, la de Set. Tras un mes de marcha el cuerpo expedicionario llegó a las inmediaciones de Qadesh, presto a sitiar su fortaleza. Era junio-julio de 1274 a. C. « La división Amón alcanzó las primeras alturas montañosas en la orilla este del Orontes y pasó la noche, la víspera de la batalla, en un lugar que en la actualidad se llama Kamirat el-Harmal» , sostiene Noblecourt.



El ejército egipcio estaba constituido por profesionales, bien entrenados y con soldados a sueldo. El Estado Mayor general, mandado por el faraón como jefe supremo del ejército, estaba compuesto por un general en jefe, príncipes de sangre o favoritos y algunos generales a título honorífico. Las tropas estaban integradas principalmente por infantes y arqueros. La nobleza aportaba los oficiales en carro de guerra, armas móviles de las que eran dueños.



Cada una de las cuatro divisiones de infantería, según explica la egiptóloga francesa Noblecourt, constaba de unos cinco mil hombres, al mando de un general, y subdivididas a su vez en compañías de doscientos cincuenta efectivos. Cada una de estas compañías estaba coordinada por un comandante o capitán, que llevaba un estandarte identificador con nombre propio (león saltarín, armada de Amón, etc.). Las compañías eran finalmente subdivididas de nuevo en cinco secciones de cincuenta individuos, cada una bajo el mando de un « jefe de los cincuenta» . Las tropas eran alistadas mediante leva en cada provincia, a las que se agregaba una décima parte del personal de los templos. Cerca de dos tercios de los efectivos eran mercenarios.



Los soldados estaban armados con arcos triangulares o de curvatura simple y doble, espadas, puñales y dagas, jabalinas de pequeño tamaño, hachas de doble filo, látigos y mazas de piedra con forma periforme. Para defenderse utilizaban escudos de cuero tachonados con clavos y cascos de cuero. Los oficiales se cubrían el torso con armaduras.



Muwatalli de Hatti, tras haber trabado alianzas con pequeños estados del norte de Siria y Anatolia —como los de Nahr el-Kelb, Gubia, Arwad, Ugarit, Naharina y Kargamis—, había reunido una coalición de dárdanos, misios, licios y pedasios, entre otros. Se trataba de un ejército sin gran disciplina y cuyo único núcleo bien organizado eran los dos mil quinientos carros de guerra hititas. Cada uno de los ejércitos contrincantes contaba en torno a los veinte mil soldados. Si se hace caso del relato egipcio, la superioridad era de los hititas: veintisiete mil frente a los veinte mil egipcios.



LA ASTUCIA ENEMIGA

Qadesh dominaba el extremo norte del valle de la Bekaa, en lo que hoy es territorio sirio, y en esos años era aliada de los hititas. Los habitantes de la ciudad habían cortado un canal desde el río hasta un arroy o al sur, convirtiéndola en una especie de isla virtual. Ramsés estaba impaciente por pasar rápidamente el vado del Orontes, al sur de la ciudad, para avanzar por la orilla derecha del río, aproximadamente a kilómetro y medio de Qadesh. Su objetivo era tomar la ciudadela.



Tras capturar a dos beduinos de la tribu de los shasus —integrantes de la coalición hitita— que aseguraron estar deseosos de escapar de la opresión de Muwatalli II, Ramsés se informó sobre la situación de su enemigo en las lejanas tierras de Alepo. El faraón se confió y erigió un campamento para sus dos mil quinientos hombres al norte de Qadesh. Las otras tres divisiones se acercarían por el sur. La ciudadela no estaría defendida por los hititas y podría tomarla por sorpresa sin grandes dificultades.



« Él llegaría primero con su división, dejando que las otras tres llegaran después del asalto victorioso de la plaza fuerte» , describe Noblecourt en su libro Ramsés II. La verdadera historia. Así que Ramsés, cegado por la conquista, se apresuró, acompañado sólo por la división Amón, para pasar rápidamente el vado del río y avanzar por la orilla del Orontes hasta llegar al noroeste de Qadesh, donde acampó.



Sin embargo, los dos prisioneros habían mentido y las tropas de Muwatalli estaban agrupadas muy cerca, al noreste de Qadesh, resguardadas en la ciudadela. Los carros hititas cruzaron el río y atacaron por sorpresa el campamento de la división Amón, que estaba tranquila convencida de su seguridad. Mientras entraban por sorpresa en el campamento por la empalizada oriental, abrían un segundo frente al atacar a la división Ra, que acababa de cruzar el vado y se disponía a unirse al ejército de Amón.



La división Ra fue rota por el centro en dos columnas, y los enemigos de Ramsés se plantaron frente a su campamento, « rodeándolo con dos mil quinientos carros ocupados por tres hombres cada uno: un conductor, un jinete y un arquero» , narran los relatos hallados en los templos egipcios. Ramsés, incapaz de sospechar que nadie pudiera mentirle, descubrió entonces que los dos shasus eran parte de una astuta maniobra de su enemigo, que se encontraba muy próximo equipado, oculto y listo para combatir.



Al descubrir el engaño, convocó a su Estado Mayor, cosa que no había hecho antes; evacuó a su familia; reunió a su guardia cercana; equipó su carro para entrar en la contienda, y envió al visir acompañado por un príncipe para que las divisiones Ptah y la más alejada Set se pusieran rápidamente en marcha.



Ante el triunfal ataque inicial de Muwatalli, los soldados egipcios empezaron a desertar. Según las narraciones, el faraón decidió pedir apoyo a sus dioses y Amón acudió en su ayuda. Totalmente confiado en esa luz divina, armado y acompañado por sus dos caballos preferidos (denominados Victoria en Tebas y Mut Está Satisfecho, tal y como consta en el « Poema» ), Ramsés « no se dejó impresionar —según el relato del escriba Pentaur— por los millones de extranjeros, los miró como a fantoches de paja» , recuperó la iniciativa y se lanzó solo contra las tropas hititas y « los tripulantes de los dos mil quinientos carros en medio de los cuales yo estaba se convirtieron en cadáveres delante de mis caballos» . « ¡No es un hombre!» , gritaban los adversarios paralizados por el miedo, dicen las inscripciones de los bajorrelieves del « Boletín» con la imagen de Ramsés luchando en su carro.



Persiguiendo a los enemigos hacia el noreste de la ciudadela con el respaldo de sus tropas de élite, los naharinos, la proeza del faraón no quedó ahí en esa batalla que estaba resolviéndose por inspiración divina. Mientras conservaba el grueso de su infantería con él en el otro lado del río, Muwatalli envió un segundo ejército de mil carros de guerra, que llevaban a los príncipes y mejores capitanes de los territorios aliados, los cuales corrieron la misma suerte.


UNA LUCHA DE CARROS

« Al mando del faraón, se reunieron los soldados dispersos de la división Ra, a los que se unió la división Ptah, llegada a marchas forzadas y guiada por el visir. Entonces se desplegaron las dos caballerías adversarias y se enfrentaron» , explica la egiptóloga Noblecourt.



Ramsés dominó desde el comienzo la situación. Los carros hititas volvieron a cruzar el vado, pero esta vez en el mayor de los desórdenes; los carros, caballos y guerreros empujados por los egipcios, caían en el río. En la representación en la sala-patio del templo de Abu Simbel se ve, cerca del foso que rodeaba a Qadesh, a unos de los hermanos de Muwatalli, Pa-ty ar, muerto flotando en el Orontes. Fue uno de los numerosos allegados que el rey hitita perdió en la jornada que duró la contienda.



« Después de esta carga fulgurante hacia las aguas del Orontes, la suerte de la batalla cambió definitivamente de campo» , afirma Noblecourt. Según ha quedado constancia en el « Boletín» , « el gran vil de Hatti estaba en medio de sus carros, con el rostro vuelto hacia atrás, temblando de horror y descompuesto. Nunca salió a combatir, por miedo a Su Majestad, cuando vio a Su Majestad ganando sobre la gente de Hatti al igual que sobre todos los países extranjeros que hablan venido con él. Su Majestad los derrotó en un momento… era como un halcón divino» .



Las representaciones en las paredes de Lúxor y de Karnak cuentan que « la llanura de Qadesh se cubrió de cadáveres» . El « Poema» subraya que Ramsés había aniquilado todos los carros de guerra por sí mismo, evitando de esta forma la emboscada del rey enemigo, que dio orden al ejército hitita de retirarse a la ciudadela. Sin embargo, en los relieves oficiales del « Boletín» , se ve el enfrentamiento de los dos cuerpos de carros y muestran « deliberadamente que Ramsés no estuvo solo en el combate» , opina Noblecourt. También se evidencia que la ciudadela de Qadesh no fue tomada, como lo manifiesta que en la cima de las torres flote el estandarte enemigo. Al menos en eso Ramsés no mintió: al hacer ilustrar el « Boletín» de la batalla se preocupó de que se representara la ciudadela enemiga no tomada.



Por el « Poema de Pentaur» se sabe que Muwatalli envió un mensaje rindiendo homenaje a Ramsés y diciendo: « Eres Set, Baal en persona. Tu terror es una antorcha en la tierra de Hatti… Mira, tu poderío es grande, tu fuerza abruma al País de Hatti. ¡Es bueno que hayas matado a tus servidores, con tu rostro salvaje vuelto hacia ellos, y que no hay as tenido piedad! Estuviste ayer matando a centenas de millares. Has venido hoy y nos has dejado sin ningún heredero. ¡No seas duro en tus acciones, rey victorioso! ¡La paz es mejor que combatir, déjanos vivir!» .



Ramsés, siguiendo el consejo de sus oficiales superiores y temiendo una nueva imprudencia, consideró que la carta del rey hitita le permitía poner fin, sin perder prestigio, a un enfrentamiento que le parecía peligroso y anunció un repliegue pacífico hacia el sur.



El escriba personal del faraón autor del « Poema» indica que Ramsés II fue clemente: « Luego mi señor hizo que me trajeran a todos los jefes de mi infantería, de mis carros y a todos mis oficiales superiores, reunidos en un lugar, para hacerles escuchar el contenido de lo que se me había escrito. Mi señor les hizo escuchar esas palabras que el vil jefe de Hatti me había escrito. Entonces dijeron con una sola voz: “¡La paz es extremadamente buena, oh señor nuestro dueño! No hay que condenar una reconciliación cuando la propones tú”» .



Narra que hubo un repliegue pacífico en dirección al sur. « Mi señor se volvió en paz hacia Egipto con su infantería y sus carros, volviendo con ella toda vida, estabilidad y dominio» . Una vez en Egipto, según el « Poema» , los dioses del país vinieron a « Pi Ramsés Amado de Amón Grande de Victoria» honrándolo y vivió feliz y en paz en su palacio. « Lo gratificaron con millones de Fiestas Sed, para siempre en el trono de Ra, todas las tierras y todos los países extranjeros estaban prosternados bajo sus sandalias para la eternidad sin fin» , concluye el escribano.



DE LA EXAGERACIÓN A LA PRESUNCIÓN

Lo cierto es que estos relatos son demasiado exagerados para resultar verídicos. Aunque los relieves hacen honor al coraje del faraón, la realidad parece indicar que sólo gracias a un golpe de suerte y a la codicia de los hititas Ramsés salvó su vida. Los hechos fueron maquillados por el faraón en beneficio propio para justificar su falta de experiencia, su imprudencia al haber caldo en una emboscada y el hecho de no haber tomado la ciudadela de Qadesh.



Entonces, ¿qué pasó realmente? Los historiadores hablan de que Ramsés flanqueó la ciudad por el oeste hacia el norte, ignorante de que los hititas lo hacían por el este hacia el sur, siguiendo la ribera oriental del río Orontes. Para despistar a las tropas egipcias, el astuto Muwatalli envió a los dos soldados que debían dejarse capturar, haciéndose pasar por shasus, para informar a los egipcios de que los hititas se encontraban bastante lejos, al norte. Ramsés, desoyendo los prudentes consejos de sus oficiales y de su guardia más cercana, cayó en la trampa del jefe hitita.



Los hititas cruzaron el río Orontes por el este, dejaron pasar al faraón con su guardia y esperaron a que la primera división, la Amón, se situara cerca de Qadesh. Entonces cercaron a la segunda división, la Ra, impidiendo la llegada de posibles refuerzos. La división Ra, atacada por el centro, se dispersó. Los egipcios, hambrientos y cansados tras un mes de marcha, no pudieron afrontar el feroz ataque y fueron aniquilados por el enemigo. La división Amón, dirigida por Ramsés, resistía desesperadamente. Las divisiones Ptah y Set seguían avanzando, ignorantes aún del peligro. La victoria de Muwatalli estaba casi asegurada.



Sin embargo, el ejército hitita se desorganizó nada más tomar el campamento enemigo: se dedicó al saqueo y la rapiña en lugar de asegurarse de consolidar la victoria, circunstancia que Ramsés aprovechó para romper el cerco de los carros de guerra enemigos y abrirse paso hasta el cercano río Orontes. Recuperado el faraón, consiguió repeler un primer ataque al frente de su cuerpo de carros, mientras que los enviados por Muwatalli fueron dispersados con la llegada, por el este, de las tropas especialistas de naharinos, procedentes de Amurru, actualmente el norte de Siria, que cambiaron el rumbo de la batalla. Ellos fueron el factor esencial para dar la vuelta a la situación.



Estas tropas, compuestas por combatientes expertos y de gran disciplina, marcharon como un rodillo. Formando un cuadrado compacto de soldados en filas cerradas, escudo contra escudo protegiendo sus cuerpos, según los relatos de los bajorrelieves, « atacaron la tropa del vil vencido de Hatti, mientras entraba en el campamento del faraón, los mataron y no permitieron escapar a ninguno… Su muy buen señor estaba detrás de ellos como una montaña de cobre y como un muro de hierro, para siempre jamás» . Los naharinos realizaron un movimiento en pinza sobre los carros que cercaban a Ramsés y libraron al faraón cuando estaba a punto de ser vencido.



No se sabe mucho de los naharinos. Aliados de Egipto desde la época del guerrero faraón Tutmosis III, que organizó diecisiete campañas victoriosas contra cananeos, dirigentes sirios y enemigos mitannios, grabadas en Karnak y conocidas hoy día como « Los anales de Tutmosis III» , consta que llevaban un armamento distinto al del resto de las tropas egipcias.



Por lo que muestran los relieves, especialmente de Abu Simbel y del templo funerario de Ramsés, el Ramesseum, sus carros de combate eran diferentes a los diseños de las divisiones del faraón, parecidos a los carros hititas, más pesados y con otras características tácticas que los ligeros y maniobrables carros egipcios.



Los carros de guerra egipcios estaban tirados por caballos, se agrupaban en escuadrones de unos cincuenta vehículos. Cada uno llevaba dos servidores: un conductor, que se encargaba de manejarlo para que su acompañante —el noble guerrero propietario del vehículo— pudiera disparar flechas o lanzar jabalinas contra el enemigo. El conductor a veces también podía hacer las funciones de escudero, protegiendo al combatiente. Los carros hititas llevaban tres servidores.



Según los archivos de Muwatalli descubiertos en su capital, por el bando egipcio sólo participaron en la ofensiva los carros de guerra, y a que la infantería quedó aislada en la orilla del Orontes. Además hablan de que el pánico de Ramsés al ver tan numeroso enemigo permitió a los hititas romper el frente egipcio y saquear el campamento. Cuando los naharinos acudieron en ayuda del faraón también quedaron rodeados y tuvieron que retroceder hasta el río. La división Ptah terminó por llegar al campo de batalla y se unió a las otras do tardíamente. La Set no llegó a combatir.



Además, hay otro aspecto a tener en cuenta en el resultado final de la batalla. Muwatalli permaneció durante todo el conflicto « obstinadamente cerca de la infantería, en la orilla izquierda, al este de Qadesh, sin participar él mismo en el ataque y, sobre todo, sin lanzar a la contienda su inmensa infantería, en el momento crítico en que su caballería era empujada hacia el Orontes» , opina Christiane D. Noblecourt. Las razones de esta actitud pueden ir desde que quería frenar una carnicería inútil, a que estaba abatido por la cantidad de hermanos y allegados muertos en el combate, pasando a que prefería una solución basada en la diplomacia que diera como resultado un tratado, tal y como realmente acabó por suceder… pero muchos años después.

MUWATALLI


DUDAS SOBRE EL GANADOR FINAL

Ya sea gracias al coraje de Ramsés, de acuerdo con su propia propaganda, por la ayuda de los naharinos o porque se lograra rehacer las divisiones Amón y Ra, Muwatalli pidió el armisticio. Ramsés respondió con la retirada de sus tropas a Egipto en un « repliegue pacífico» , transformando en relativa victoria lo que habría podido ser una gran derrota, pero dejando empañada la grandeza del faraón, y a que regresó sin ningún triunfo en su haber y con grandes pérdidas materiales: se habla de que perdió alrededor de un tercio del ejército. El botín, según parece, sólo fueron algunos prisioneros, armas tomadas a los enemigos muertos y caballos.



Y es que el objetivo de Ramsés II, tomar Qadesh, no se cumplió; la ciudad continuó en manos hititas, al igual que Amurru. Por tanto, algunos historiadores consideran que, al renunciar los hititas a atacar de nuevo al ejército egipcio, no ganaron, pero los egipcios tampoco. En los tratados de paz, tanto en versión egipcia como hitita, parece que no hubiera una victoria clara; más bien se asemeja a una pelea de titanes que, una vez comprobado su poder, prefieren « respetarse» mutuamente.



Lo cierto es que en cuanto a estrategia, supuso un empate técnico con, incluso, notables ventajas geoestratégicas para los hititas y la batalla representó el fin de las pretensiones de Ramsés II sobre el imperio enemigo y, por tanto, de extender aún más su imperio; así pues, tuvo que tratar de igual a igual a su par hitita. « No ganó nadie. La batalla acabó en tablas. Tras Qadesh, egipcios e hititas y a no volverían a invadir cada uno la esfera de influencia del otro, que se mantuvieron aproximadamente como estaban antes del enfrentamiento» , indica el profesor de Historia Antigua de la Universidad Complutense, Jesús Urruela. Tras la victoria, Ramsés II se declaró vencedor de Kheta, Naharin, Retenu y Katna, agregando los nombres de Asiría, Babilonia, Creta y Chipre, países no vencidos, pero que seguramente se sintieron obligados a enviar tributos al poderoso faraón. Una vez terminada la batalla, el ejército hitita continuó sus conquistas hacia el sur hasta llegar a Damasco.



El recuerdo de esta batalla constituyó la pesadilla del faraón durante largos años. Más de una vez pensó en reconquistar las posiciones perdidas en el país de Canaán y de Amurru, algo provisionalmente logrado con la efímera toma de la fortaleza siria de Dapur. A partir de ese momento, Ramsés II optó por utilizar más la diplomacia que el enfrentamiento con un adversario tan poderoso como el hitita.



« La batalla fue, paradójicamente, un fracaso del ejército egipcio que propició un fortalecimiento político del faraón» , señala el egiptólogo español Xavier Martínez Babón. « El célebre “Poema de Pentaur”, escrito años más tarde, adorna la derrota del estamento militar y el triunfo de Ramsés II, denostando al primero por cobardía y elogiando al segundo por valentía» , explica. Esos relieves e inscripciones en los principales templos del país recordarían para siempre la gesta, presentando al faraón como el héroe que se enfrentó solo a numerosos enemigos y salvó una situación desesperada.



Así, Ramsés II, con su extraordinario aparato de propaganda, logró hacer pasar este episodio como una gran victoria en multitud de inscripciones en cinco de sus templos más famosos: el gran templo nubio de Abu Simbel; en la sala hipóstila del templo de Amón en Karnak; en los pilonos (portadas) de Lúxor; en las paredes exteriores norte y oeste de Abidos, y en los relieves del Ramesseum. Todo ello esculpido con gran imaginación, algo que supuso una especie de liberación y el surgimiento de un nuevo estilo tras el impuesto por el emperador Ajena ton.



A su vuelta a Egipto, Ramsés tuvo que dedicarse a « renovar el alistamiento de sus divisiones y a organizar su servicio de información, porque habían quedado profundamente marcados por las estratagemas hititas» , indica Noblecourt. Según esta experta, a partir de ese momento Ramsés comenzó a establecer una red de informadores sobre la situación real de las provincias vasallas del otro lado de las marcas orientales del Delta. Además, la frontera oriental fue reforzada con la instalación de guarniciones, más allá de al-Arish, a lo largo de la costa hacia Gaza y Rafia.



Además, Ramsés II aprovechó la batalla de Qadesh para hacer una depuración de la cúpula del ejército, ostensiblemente debilitada, para obligarla a una disciplina más rigurosa. Hubo disposiciones políticas que se irían materializando en los años siguientes, y el faraón colocó a sus hijos mayores al frente de las estructuras castrenses y a partir de entonces, ningún adalid ajeno a la Casa Real tendría protagonismo.



Su hijo mayor, Amenhirjopshef, quien había demostrado sus grandes cualidades durante el enfrentamiento, empezó a tener responsabilidades, entre ellas aplicar las reformas, mientras el faraón se iba al sur del país para « recobrar el contacto directo con los notables de la provincia a los que hablaría de Qadesh, porque nadie debía dudar de la extraordinaria hazaña del señor de Egipto» , indica Noblecourt.


CONSECUENCIAS INMEDIATAS DEL TRATADO DE PAZ

Amurru fue recuperado por los hititas y Siria controlada con firmeza por Muwatalli, a pesar de los esporádicos intentos egipcios tras Qadesh por atacar algunas zonas. Sin embargo, la batalla cerró el paso de Muwatalli hacia el sur y supuso un período de dos años de paz, rota por el triunfal avance de las tropas egipcias, lo que provocó que Muwatalli enviara tropas para defender la ciudad de Tunip. Una vez más, Ramsés II salía victorioso del enfrentamiento.



Hacia 1295 a. C. fallecía Muwatalli sin herederos legítimos y dejando como sucesor al hijo de una de sus concubinas, Urhi-Teshub, quien tomó el nombre de Mursil III. El nuevo rey continuó con la política de su padre al mantener a su tío —el futuro Hattusil III— como gobernador del País Alto y restableció la capital en Hattusa. Pero las relaciones entre tío y sobrino empezaron a deteriorarse, hasta que Mursil intentó cesar a su tío, lo que motivó que Hattusil se sublevara. Mursil fue apresado y exiliado, y Hattusil ocupó el trono de Hatti.



El tratado de paz —conocido también como la « Paz Perpetua» , que no firmaría Muwatalli sino su hermano y sucesor desde 1281 a. C., Hattusil III— no llegaría hasta dieciséis años más tarde de aquella memorable jornada. Fue redactado en babilonio, la lengua diplomática de la época, por un comité mixto de juristas de Hattusil y hombres de ley es egipcios, delegados del faraón, que por aquel entonces tenía cuarenta y seis años.



« Los egipcios ya se habían convencido que no podían controlar el norte de Canaán, y los hititas que no podrían hacerlo con el sur. La ofensiva asiría entretenía a los hititas por el este, y los problemas con los libios a los egipcios por el oeste. Bajo esta perspectiva hay que entender el tratado egipcio-hitita del año veintiuno de Ramsés, lo cual, según las dinastías cronológicas, ocurrió en algún momento entre los años 1270 y 1260 a. C.» , explica Jesús Urruela.

El documento, primer tratado internacional del que hay constancia en la historia, fue grabado primero en una tablilla de plata y después, en jeroglíficos, en las paredes de Karnak y en el Ramesseum, cerca de donde se narraba la batalla de Qadesh. « Las cancillerías —cuenta la egiptóloga Noblecourt— enviaron cartas oficiales a los Estados con los que Hatti y Egipto mantenían relaciones diplomáticas» 

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En el tratado, ambos soberanos se comprometieron a que ni ellos ni sus sucesores entrarían más en conflictos, así como a apoyarse mutuamente en caso de ataque de terceros; también establecieron las bases de la extradición de refugiados. De hecho, el rey hitita puso a disposición de Ramsés el matrimonio con dos de sus hijas y, cuando el faraón las aceptó, entre las dos familias se inició un periodo de correspondencia mutua certificada por unas cincuenta cartas conservadas en nuestros días.



Las versiones hitita y egipcia tienen algunas ligeras variantes, pero ambos textos en la veintena de párrafos comunes que se conservan están en perfecto acuerdo. En ninguna parte del tratado se fijan las respectivas fronteras en Siria. Posiblemente la influencia egipcia que dará limitada a la costa, y la de los hititas al interior del país. Ambos monarcas se mostraron fieles al pacto y Asia Anterior tuvo medio siglo de paz.


¿QUÉ PASÓ CON LOS HITITAS?

Hacia finales del reinado de Ramsés II se produjo en el norte de Grecia y el Mar Negro un gran movimiento de pueblos, que se dirigían hacia el sur. Llegados a las puertas de Egipto, no encontraron resistencia, pues el faraón, debido a su edad avanzada, no tuvo fuerzas para reaccionar.



Su sucesor Merenptah tuvo que hacer frente a los síntomas de próxima decadencia del país, con unas arcas del Estado resentidas por las actividades bélicas y constructivas de su padre « y también por el largo reinado, que posiblemente debilitó a la monarquía en sus relaciones institucionales, generando corrupción y dudas en la sucesión» , mantiene Jesús Urruela.



Al poco tiempo, los hititas evocaron el tratado de paz firmado con los egipcios al producirse una gran hambruna en Anatolia y el faraón Merenptah acudió en socorro de su aliado, enviando cereales.



Según los historiadores, hacia el año 1190 a. C. los hititas se enredaron en una fatal guerra contra los invasores conocidos como Pueblos del Mar, un movimiento similar al de los germanos en el Imperio romano. Qadesh fue destruida por los invasores. Los gasgas, eternos enemigos de los hititas, se aprovecharon de esta debilidad para atacar a la capital, Hattusa, y reducirla a cenizas. Esto marcó el final del Imperio hitita.



Más tarde, en el siglo VII a. C., las regiones orientales del antiguo imperio cayeron en manos asirías, mientras que las regiones occidentales (especialmente el reino de Frigia) se fueron helenizando progresivamente, hasta que se desvaneció todo rastro cultural de los hititas, que desaparecieron de la historia como pueblo y el recuerdo de su cultura se perdió hasta principios del siglo XX.





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