Entre
los cristianos que Nerón hizo asesinar en el año 64 como responsables del
incendio de Roma, estaba también su jefe: un tal Pedro, que, condenado a
la crucifixión tras haber visto a su esposa encaminarse a la tortura, pidió ser
colgado cabeza abajo porque no se atrevía a morir en la misma posición que
murió su Señor, Jesucristo.
El suplicio se verificó en el lugar donde ahora se levanta el gran templo que lleva el nombre del supliciado. Y los verdugos ni siquiera llegaron a sospechar que la tumba de su víctima serviría de fundamento a otro Imperio, espiritual, destinado a enterrar a aquel, secular y pagano, que había pronunciado el veredicto.
El suplicio se verificó en el lugar donde ahora se levanta el gran templo que lleva el nombre del supliciado. Y los verdugos ni siquiera llegaron a sospechar que la tumba de su víctima serviría de fundamento a otro Imperio, espiritual, destinado a enterrar a aquel, secular y pagano, que había pronunciado el veredicto.
Pedro era hebreo y oriundo de
Judea, una de las provincias más vejadas por el desgobierno imperial. Dos
siglos y medio antes había logrado, con milagros de valor y diplomacia,
liberarse de la dominación persa y vuelto a encontrar, durante unos setenta
años, su independencia, bajo la guía de sus reyes sacerdotes, a partir de Simón
Macabeo. Su alcázar era el Templo de Jerusalén.
Allí se atrincheraron los hebreos para resistir a la invasión de Pompeyo, que quería extender también en aquellas tierras el dominio de Roma. Combatieron con el vigor de la desesperación, mas no quisieron renunciar al descanso del sábado, que su religión imponía. Pompeyo lo advirtió y, precisamente en sábado, les atacó. Doce mil personas fueron pasadas por las armas. El Templo no fue saqueado; pero Judea se convirtió en provincia romana. Se rebeló pocos años después, pagó la intentona con la libertad de treinta mil ciudadanos vendidos como esclavos y volvió a encontrar un fulgor de independencia bajo un rey extranjero, Herodes, que intentó introducir la civilización griega y su arquitectura pagana. Fue un gran rey a su manera, inteligente, cruel y pintoresco, que supo hacer de protegido de Roma sin convertirse en su siervo, y que regaló a sus súbditos un templo más bello aún, pero decorado con aquellas imágenes que la austera fe hebraica rechaza severamente por pecaminosas y contrarias a las leyes.
Allí se atrincheraron los hebreos para resistir a la invasión de Pompeyo, que quería extender también en aquellas tierras el dominio de Roma. Combatieron con el vigor de la desesperación, mas no quisieron renunciar al descanso del sábado, que su religión imponía. Pompeyo lo advirtió y, precisamente en sábado, les atacó. Doce mil personas fueron pasadas por las armas. El Templo no fue saqueado; pero Judea se convirtió en provincia romana. Se rebeló pocos años después, pagó la intentona con la libertad de treinta mil ciudadanos vendidos como esclavos y volvió a encontrar un fulgor de independencia bajo un rey extranjero, Herodes, que intentó introducir la civilización griega y su arquitectura pagana. Fue un gran rey a su manera, inteligente, cruel y pintoresco, que supo hacer de protegido de Roma sin convertirse en su siervo, y que regaló a sus súbditos un templo más bello aún, pero decorado con aquellas imágenes que la austera fe hebraica rechaza severamente por pecaminosas y contrarias a las leyes.
Bajo
su sucesor Arquelao volvieron a rebelarse los hebreos, los romanos pasaron a
saco Jerusalén y vendieron como esclavos a otros treinta mil ciudadanos; y
Augusto, por último, convirtió a Judea en una provincia de segunda clase bajo
la gobernación de Siria. Mas, poco antes de que se llevara a cabo esta nueva
ordenación, había acaecido en el país un pequeño hecho del que nadie, de
momento, se dio cuenta, pero que con el tiempo debía revelarse como de alguna
importancia para la suerte de toda la Humanidad; en Belén, cerca de Nazaret,
había nacido Jesucristo.
Durante
un par de siglos, la autenticidad de este episodio ha sido puesta en duda por
una «escuela crítica» que quería negar la existencia de Jesús. Ahora las dudas
se han desvanecido. Queda aún, en todo caso, una sola, de importancia
secundaria: el de la fecha exacta de su nacimiento. Mateo y Lucas, por
ejemplo, dicen que advino bajo el reinado de Herodes, que, según nuestro
modo de contar, murió tres años antes de Jesucristo. Otros dicen que era un día
de abril, otros que de mayo. La fecha del 25 de diciembre del 753 ab urbe
condita, fue fijada de autoridad trescientos cincuenta y cuatro años
después del advenimiento y ha permanecido definitiva.
La
Historia nos sirve de poco para describirnos la juventud de Jesús. Nos
proporciona testimonios contradictorios, fechas inciertas, episodios
discutibles, y tiene muy poco que oponer a la versión que, poéticamente, nos
dan los Evangelios: la Anunciación a María, la virgen esposa de José el
carpintero, el nacimiento en el establo, la adoración de los pastores y de
los Reyes Magos, el degüello de los Inocentes, la huida a Egipto. La
Historia nos ayuda tan sólo a hacernos una idea de las condiciones de aquel
país cuando nació Jesús y de las inspiraciones que en él halló. Son los únicos
elementos de los que uno puede fiarse.
Judea
o Palestina vivía un gran estremecimiento patriótico y religioso. La habitaban
dos millones y medio de personas, de las cuales, cien mil estaban censadas en
Jerusalén. No había unidad racial y confesional. En algunas ciudades, además,
la mayoría era de gentiles, o sea de no hebreos, especialmente griegos y
siríacos. El campo, en cambio, era enteramente hebraico, compuesto de
labradores y pequeños artesanos pobres, parsimoniosos, industriosos, austeros y
piadosos. Pasaban la vida trabajando, rezando, ayunando y esperando el retorno
de Jehová, su Dios, que según las Sagradas Escrituras, que constituían
también la Ley, había de regresar para salvar a su pueblo y establecer en la
tierra el Reino del Cielo. Comerciaban poco. Al contrario, parece que estaban
desprovistos totalmente de aquel genio especulador por el que después se
tornaron tan célebres (y temidos).
El
limitado autogobierno que Roma concedía era ejercido por el Sanedrín, o
Consejo de ancianos, compuesto por setenta y un miembros bajo la presidencia de
un sumo sacerdote y dividido en dos facciones: la nacionalista y conservadora
de los saduceos, que miraba más las cosas de esta tierra que las del cielo, y
la beata de los fariseos, de los teólogos, que se pasaban la vida interpretando
los textos sagrados.
Además había una tercera secta, extremista, la de los
cscnios, que vivían en régimen comunista, reunían las ganancias de su trabajo,
se servían de objetos fabricados con sus manos, comían, en silencio, a la misma
mesa, y tan frugalmente, que llegaban en general a más de cien años, y el
sábado no evacuaban siquiera porque lo consideraban contrario a la ley. Los
escribas, en cambio, a quienes Jesús alude con tanta frecuencia, no constituían
una secta sino una profesión y pertenecían en su mayor parte a los fariseos.
Representaban un poco los notarios, los cancilleres, los intérpretes de las
Sagradas Escrituras, de las que extraían los preceptos para reglamentar la vida
de la Sociedad.
No
sólo toda la política, sino también toda la literatura y toda la filosofía
hebraicas eran de tono profundamente religioso (y siguen siéndolo). Su motivo
primordial es la espera del Redentor que vendrá un día a rescatar el pueblo del
Mal, representado en el caso en cuestión por Roma. Y los más, según Isaías,
estaban convencidos de que el Mesías de esa Redención sería un Hijo del Hombre,
descendiente de la familia de David, el mítico rey de los hebreos, que
arrojaría al Mal e instauraría el Bien; el amor, la paz, la riqueza.
Esa
esperanza comenzaba entonces a ser compartida también por los pueblos paganos
sometidos a Roma, que, habiendo perdido la fe en su destino nacional, la
estaban transfiriendo al plano espiritual. Mas en ningún país la espera era tan
vibrante y espasmódica como en Palestina, donde los presagios y los oráculos
daban por inminente la gran aparición. Había gente que pasaba el día en la
explanada frente al Templo, rezando y ayunando. Todos sentían que el Mesías ya
no podía tardar.
Sin
embargo, Jesús halló alguna dificultad en hacerse reconocer como el esperado
Hijo del Hombre» Y parece ser que Él mismo sólo adquirió conciencia de serlo
tras haber escuchado las prédicas de Juan Bautista, que era Su lejano
pariente, por ser hijo. de una prima de María. En general, nosotros nos
representamos a Juan, por su calidad de precursor, como mucho más anciano que
Jesús. En cambio, parece ser que era casi Su coetáneo. Vivía a orillas del
Jordán, vestido tan sólo de sus largos cabellos, se alimentaba de hierbas, de
miel y de saltamontes, llamaba a la gente a purificarse con el rito del
Bautismo, al que debe el sobrenombre, y prometía el advenimiento del Mesías
como premio a un sincero arrepentimiento.
Jesús
fue a su encuentro «el decimoquinto año de Tiberio», es decir, cuando Él
mismo debía de tener veintiocho o veintinueve años. Y sustancialmente aceptó
sus doctrinas y las hizo Suyas, mas absteniéndose de bautizar a los demás
personalmente, y llevando la predicación en medio de la sociedad. Poco después,
Juan fue detenido por los guardias del tetrarca de Jerusalén, Herodes
Antipas. Lucas y Mateo cuentan que la detención debióse a las críticas de
Juan al matrimonio de Herodes con Herodías, esposa de su hermano Filipo. Su
hija Salomé bailó tan bien delante del tetrarca, que éste se brindó a
satisfacer cualquier deseo suyo. Por sugerencia de la madre, Salomé
pidió la cabeza cercenada de Juan, y fue satisfecha.
Fue
después de este suceso cuando la misión de Jesús entró en su plenitud. Empezó a
predicar en la sinagoga, y por testimonios unánimes que nos quedan, diríase que
algo sobrenatural atrajo en seguida a las muchedumbres hacia Él. De vez en
cuando, acompañaba las prédicas con milagros, pero los hacía con desgana, prohibía
a Sus secuaces aprovecharlos con fines publicitarios y se negaba a
considerarlos como «pruebas» de Su omnipotencia.
En
torno a Él se había formado un círculo de estrechos colaboradores, los doce
Apóstoles. El primero fue Andrés, un pescador que había sido seguidor de Juan.
Trajo consigo a Pedro, pescador también, impulsivo, generoso, a veces tímido
hasta la vileza. También Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, eran
pescadores. Mateo, en cambio, era «publicano» (hoy se diría «estatal»), o sea un
colaborador del odiado Gobierno romano. Judas Iscariote era el administrador de
los fondos que los Apóstoles ponían en común.
Bajo
ellos había setenta y dos discípulos, que precedían descalzos a Jesús en las
ciudades que Él proponía visitar para preparar las gentes a Sus prédicas. Y,
además, todo un gentío de fieles, hombres y mujeres, que le seguían, viviendo
fraternalmente según la regla de los esenios.
Al
principio, el Sanedrín no se preocupó mucho de Jesús. Por dos razones: ante
todo, porque sus secuaces eran escasos todavía, y después, porque las ideas que
predicaba no eran, en conjunto, incompatibles con la Ley y con sus dogmas. El
advenimiento del Redentor y del Reino de los Cielos formaba parte de la
doctrina hebraica y de su mesianismo, como también los preceptos morales que
Jesús preconizaba. «Ama a tu prójimo como a ti mismo», «Ofrece la otra mejilla
a quien te ha abofeteado», etc., ya estaban en la educación de aquel pueblo.
Jesús decía: «. Yo no he venido a destruir la ley de Moisés, sino a aplicarla.»
La
ruptura con las autoridades aconteció cuando Jesús anunció ser Él el Hijo del
Hombre, el Mesías que todos esperaban, y la muchedumbre de Jerusalén, adonde
había regresado después de predicar en la provincia y en la comarca, le saludó
como a tal. El Sanedrín quedó muy preocupado, sobre todo por razones políticas;
temía que Jesús aprovechase Su crédito de Mesías para provocar una sublevación
contra Roma, sublevación que habría terminado con otra matanza.
La
noche del 3 de abril del año 30, Él fue informado de que el Sanedrín había
decidido Su arresto por denuncia de uno de los Apóstoles. Comió igualmente con
éstos en casa de un amigo y en aquella última cena anunció que uno entre ellos
le estaba traicionando, advirtiéndoles que ya le quedaba poco tiempo que pasar
juntos.
Los gendarmes Le capturaron aquella misma noche en el huerto de
Getsemaní. Y cuando al Sanedrín que le preguntaba si Él era el Mesías,
respondió: «Sí, yo soy», fue entregado al procurador romano, Poncio Pilato,
acusado de impiedad.
Poncio
Pilato
era un funcionario que más tarde terminó su carrera más bien con poca gloria:
le destituyeron por malversaciones y crueldad. En el caso de Jesús, sin
embargo, no se portó muy mal, desde el punto de vista burocrático.
Le preguntó si mantenía Su pretensión de ser el rey de los hebreos, pero en tono de chanza y esperando tal vez que el acusado le contestase que no. Jesús, en cambio, le contestó que sí, y le explicó cuál era el reino que se proponía instaurar. Pedro dice que Él había decidido morir para expiar las culpas de todos los hombres.
ECCE HOMO, PINTURA DE ANTONIO CISERI |
Le preguntó si mantenía Su pretensión de ser el rey de los hebreos, pero en tono de chanza y esperando tal vez que el acusado le contestase que no. Jesús, en cambio, le contestó que sí, y le explicó cuál era el reino que se proponía instaurar. Pedro dice que Él había decidido morir para expiar las culpas de todos los hombres.
Pilato
dictó a regañadientes la pena que aquella confesión implicaba: o sea, la
crucifixión. Fue clavado a las nueve de la mañana, entre dos ladrones, y bajo
la tortura murmuró; «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» A las
tres de la tarde, expiró.
Dos
influyentes miembros del Sanedrín pidieron y obtuvieron de Pilato el permiso de
sepultar el cadáver. Dos días después, María Magdalena, una de las más
ardientes secuaces de Jesús, fue a visitar la tumba y la halló vacía.
La
noticia corrió de boca en boca y fue confirmada por la aparición que Cristo
volvió a hacer en la Tierra, presentándose en carne y hueso a sus discípulos.
Cuarenta
días después de Su fallecimiento oficial, Él subió al Cielo, como por lo demás
estaba en la tradición hebraica, desde Moisés a Elias e Isaías. Y sus secuaces
se desparramaron por el mundo anunciando la gran nueva de Su resurrección y del
próximo retorno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario