-No puede ser.
-Sí.
- Le sacó de una cesta y se la apretó contra el pecho, justo
aquí, sobre el corazón.
- ¿Le mordió en el pecho?
- Sí.
- Verás, Lucio, algunas veces las damas de la realeza se
comportan de forma extraña y hacen cosas muy raras por amor.
- Creo que es una tontería.
- Yo también.
- Hermana, ven con nosotros. He estado leyéndole historia a
Lucio.
- Yo también he estado leyendo.
- Sí.
- Es un muchacho muy listo. Un día será un gran emperador.
Leímos la historia del gran Marco Antonio y sus aventuras en Egipto.
- Y la reina se suicidó con una serpiente.
- Ya verás lo que les ocurrió a nuestros antepasados. Si te
portas bien, mañana te contaré la historia del emperador Claudio.
Fue
traicionado por aquellos que tenía más cerca.
Por los de su propia sangre. Susurraban
por los oscuros rincones y salían a media noche y conspiraban, y conspiraban.
Pero el emperador Claudio sabía que estaban tramando algo. Sabia que eran como
abejitas laboriosas.
Y una noche se sentó con una de ellas y la miró y dijo:
"Dime lo que has estado haciendo abejita laboriosa o mataré a los que más
quieres.
Me bañaré en su sangre delante de ti".
El emperador estaba
deshecho. La abejita lo había herido más que cualquier otra persona.
¿Qué crees
que ocurrió entonces, Lucio?
- No lo sé, tío.
- La abejita se lo contó todo.
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