domingo, 26 de abril de 2015

OCTAVIO VENCEDOR




AFIRMACIÓN DEL IMPERIO Y EL EMPERADOR

Sabiéndose perdido, Antonio trasformó su círculo de la "vida inimitable" en una sociedad fúnebre donde se bebía en honor de la muerte que se aproximaba.




Cuenta Plutarco que en el curso del último banquete (el ejército de Octavio cercaba ya la ciudad), los invitados oyeron un misterioso cortejo que, precedido de músicos, atravesaba Alejandría en dirección al campamento de los romanos: Era el dios Baco, protector de Antonio, que lo abandonaba.



Cleopatra se había fortificado en un mausoleo a orillas del mar, con sus tesoros y sus seguidores, difundiéndose el rumor de que se había suicidado y de que Antonio se había atravesado con su espada.



Moribundo, dándose cuenta de que la reina estaba todavía viva, el amante fiel se hizo trasladar al mausoleo de Cleopatra para morir entre sus brazos, "como un romano vencido por un romano".



Octavio entró en la ciudad. Parlamentó, hizo promesas y amenazó la vida de los hijos de Cleopatra si ésta se suicidaba.

Lo que quería era ver desfilar en su cortejo triunfal a aquella mujer célebre, la mayor "atracción" que podía ofrecer a la plebe romana. Pero Cleopatra, adivinando sus intenciones, se hizo morder por una serpiente, muriendo "como convenía a la heredera de tantos reyes".



Octavio sometió la tierra de los faraones, la última huella de las grandes civilizaciones antiguas que aún faltaba a su Imperio. Antes de dejar Egipto, hizo matar a Cesarión, hijo de César, que hubiese podido ser un probable pretendiente.


Los hijos de Antonio y de Cleopatra fueron conducidos a Roma, donde fueron acogidos por Octavia. En agosto del año 29 a. de J.C., después de su triunfo, Octavio hizo clausurar el templo de Jano.



Tras un siglo de conquistas y de incesantes guerras civiles, la paz romana comenzaba, finalmente, a reinar en el mundo.





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