Era el magistrado romano que no era elegido sino nombrado por el cónsul, siguiendo instrucciones del Senado, para que manejara una crisis extraordinaria en el gobierno, en su origen una guerra que amenazaba con la invasión del territorio.
Durante los albores de la República, su función consistía en gestionar la guerra y dejar como mínimo un cónsul para que continuara con el gobierno civil.
El dictador estaba precedido por veinticuatro lictores cuyas fasces sostenían las hachas, incluso en el pomerium..
No obstante, poco a poco, y a medida que los enemigos históricos de Roma fueron subyugados, la necesidad de un dictador disminuyó.
Cuando en el año 81 a.C. fue nombrado dictador tras marchar sobre Roma, Sila se arrogó de forma deliberada poderes con suficiente entidad legal, aunque en modo alguno tradicionales.
Cuando al cabo de seis meses no dimitió de su cargo, muchos supusieron que nunca lo haría; no obstante, en el 79 a.C., renunció a la vida pública.
Por tanto, cuando César se convirtió en dictador (también tras marchar sobre Roma), encontró el camino allanado por el ejemplo de Sila y llevó incluso más allá los poderes dictatoriales.
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